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Autor: Esteban Beitze

Con una corta pero profunda oración, Jabes dejó atrás un pasado marcado por el dolor y fue llevado a una vida de excelencia espiritual.


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PE2413 – Estudio Bíblico
Jabes, un hombre que oró (9ª parte)



Amigos, ¿cómo están? Hoy quisiera continuar compartiendo con ustedes sobre otro importante enemigo en nuestra vida. Junto a los ataques del maligno, el otro enemigo que se levanta constantemente contra el avance en la obra del Señor es el mundo, el sistema gobernado por Satanás. Es el que provee todo aquello que fomenta la aparición de las manifestaciones de nuestra vieja naturaleza o también llamada carne, que es nuestro tercer enemigo. Muchas veces es por la carne que el enemigo logra frenar el avance en la obra. Los parámetros del mundo son imitados y seguidos por los creyentes carnales, ellos se abren a sus influencias, y por estos medios que el mundo ha logrado hacer mucho daño en los creyentes, sus familias y en la obra del Señor.

Muchas veces el orgullo o la soberbia son los que nos hacen perder el rumbo. Uno de los momentos más peligrosos para el creyente es cuando tiene éxito espiritual. El momento más peligroso para el siervo de Dios es cuando las almas se salvan, cuando la obra se expande y cuando el ministerio público se hace más conocido, cuando se tiene éxito en los estudios o negocios, etc. En algún momento puede creer que los logros y avances que se dieron, fueron consecuencia de su propio actuar, su sabiduría o talento. Como caso típico podríamos nombrar a Nabucodonosor, al cual Dios le concedió ser la cabeza del reino más glorioso, ejemplificado por la cabeza de oro en la estatua de sus sueños. Pero en un momento se adjudicó a sí mismo este crédito como se registra en Daniel 4:30: “¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?”. Su soberbia lo segó. Pero al mismo instante fue castigado por Dios con demencia por cierto tiempo. La cumbre del éxito es uno de los lugares desde los cuales más fácilmente se resbala.

¿A cuántos siervos del Señor no les ha sucedido lo mismo? La soberbia y la vanagloria los segó, haciéndolos insensibles y abiertos a muchas otras actitudes carnales. Muchas veces el orgullo también se hace visible en celos, envidia, chismes y resentimiento, cuando sentimos que “invadieron nuestro territorio”, no recibimos el reconocimiento que esperábamos, u otro hace las cosas mejor que nosotros. Otras actitudes carnales quizás también sean la comodidad y dejadez que empiezan a influenciar y deteriorar nuestro servicio. ¡A cuántos otros la inmoralidad los eliminó del servicio al Señor! La avaricia es otra de las manifestaciones de la carne que hizo perder el rumbo a muchos creyentes. Una vez un joven que era uno de los responsables del trabajo con niños y también del grupo juvenil, me dijo que Dios lo había guiado a cambiar de trabajo. Un poco alarmado le pregunté cómo se había dado cuenta que era la voluntad del Señor. Me contestó: “Voy a tener que trabajar menos y ganaré más”. Para hacer corta la historia, se convirtió en el gerente de una empresa multinacional con un excelente salario. Pero al poco tiempo había dejado su servicio para el cual realmente tenía capacidades extraordinarias. Luego también dejó la iglesia, y finalmente hasta destruyó su hogar. La avaricia había sido el motivo de su decisión y le obscureció la percepción por las prioridades.
Y así podríamos seguir con una larga lista de manifestaciones carnales, que obstaculizan nuestro avance victorioso en el territorio que el Señor nos quería otorgar.

Tenemos que presentarle batalla a los deseos pecaminosos, a las motivaciones incorrectas que luego se transformarán en acciones equivocadas. Por lo tanto, debemos buscar no solo la protección de Dios ante el mal, sino que debemos pedirle también que guarde nuestros pensamientos y acciones de dirigirse hacia el mal. Mucho mejor que tener que enfrentar el mal o la tentación, es evitar que llegue hasta nosotros. Oremos por ello. Podemos comenzar a utilizar la protección de Dios al llenar nuestras mentes con pensamientos relacionados con el Señor, la Palabra y el servicio en Su obra. Procuremos que nuestras actitudes sean espirituales y que conduzcan al bien. Pero la victoria sobre la carne solo se obtiene en la medida que le damos lugar al Espíritu Santo en nuestra vida. Sólo así se puede desarrollar el fruto del Espíritu, el cual es la contrapartida de los frutos de la carne. Es que si jugamos con el pecado, si le damos lugar a la carne en lugar de mantenerla crucificada, como señala Gálatas 2:20, entonces traerá a luz, frutos de la carne. En cambio, el creyente espiritual evita el pecado con la ayuda de Dios y es guardado por Dios porque: “Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca”, según explica 1 Juan 5:18.

Evidentemente el mal, en la forma que sea, está por todos lados, listo para frenar el avance y la bendición de Dios. Por lo tanto, ¡busquemos la ayuda del Señor! ¿Qué hizo Jabes? Oró. Justamente la oración es una de las herramientas más eficaces para enfrentar a nuestros enemigos. Jesús nos enseñó a tener constantemente presente la posibilidad del ataque del mal y a orar para que seamos protegidos del mismo. A sus discípulos, en el modelo de oración, les enseña a decir en Mateo 6: “Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal…”. Esta petición no quiere decir que Dios tienta, porque por Santiago 1:13 sabemos que: “Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no… tienta a nadie”. La idea de esta petición es que el creyente pida por protección para no caer en la tentación. En la Nueva Versión Internacional la petición de Jabes es traducida con el mismo significado: “Líbrame del mal, para que no padezca aflicción». Él oraba para que el enemigo ni siquiera se acercara a su vida. Esto le iba ahorrar mucha aflicción. Es que siempre es así, que cuando se le da lugar a la carne, tarde o temprano tendrá como consecuencia, tristes frutos de aflicción.

Por lo tanto, la mejor estrategia es orar para que el Señor nos guarde del ataque, y aún si viniera la tentación, que nos guarde en ella. Varias veces me ha pasado que frente a la tentación oré y el Señor, la quitó de forma milagrosa. Es mucho mejor no tener ataques del enemigo que tener que luchar con él. Entonces, sigamos el ejemplo de Jabes y oremos por ello: “Señor, mantén el mal lejos de mí”. Pero tampoco de acerques a él. El que juega con fuego se quema; el que camina en el barro se salpica; y el que juega con el pecado, peca. Tengamos siempre presente que nuestro enemigo el diablo quiere frenar la obra y la bendición de Dios de la forma que sea. O lo realiza por medio de ataques, o recurre a nuestra vieja naturaleza queriéndonos arrastrar a una situación de pecado por medio de las tentaciones.

Por otro lado, recordemos la preciosa realidad, que el Señor se encuentra intercediendo por nosotros. Ya lo hizo en las últimas horas de su estadía aquí en la tierra. Juan 17 registra que Jesús oró entonces por los suyos diciendo: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal”. ¡Qué seguridad podemos tener si nos mantenemos aferrados a Él! El apóstol Pedro, el que sí sabía de lo que significaba caer en la tentación escribe en su segunda carta 2:9: “sabe el Señor librar de tentación a los piadosos, y reservar a los injustos para ser castigados en el día del juicio”. Por medio del apóstol Pablo el Señor nos da otra promesa similar en Gálatas 1:3, 4: “Gracia y paz sean a vosotros, de Dios el Padre y de nuestro Señor Jesucristo”, el cual se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo, conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre”. En Colosenses 1:13,15 el apóstol sigue confirmando esta preciosa verdad: “Y a vosotros, estando muertos en pecados… os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados… y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz”.

Por lo tanto, amigo, es fundamental tener presente que tenemos enemigos poderosos que nos han de atacar. Pero podemos estar confiados sabiendo que son enemigos vencidos, siempre y cuando busquemos la ayuda del Señor como lo hizo Jabes y nos mantengamos fieles a Él. Por lo tanto oremos con toda confianza y perseverancia: “líbrame del mal, para que no padezca aflicción”. Entonces podremos testificar con David en el Salmo 18:36: “Ensanchaste mis pasos debajo de mí, Y mis pies no han resbalado”. Y también podremos exclamar con el apóstol Pablo en 2 Corintios 2:14: “Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento”. Jabes oró para que el Señor lo guardara del mal, y Dios también se le concedió. Esta también puede ser su realidad, querido amigo.

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