Jabes, un hombre que oró (10ª parte)

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Autor: Esteban Beitze

Con una corta pero profunda oración, Jabes dejó atrás un pasado marcado por el dolor y fue llevado a una vida de excelencia espiritual.


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PE2414 – Estudio Bíblico
Jabes, un hombre que oró (10ª parte)



Amigo, ¡qué gusto encontrarnos en otro programa! Hoy estaremos viendo una parte clave de la experiencia de Jabes, que fue la manera en la que él se dirigió a Dios en oración, cómo oró. En primer lugar quisiera destacar aquí, que al haber estudiado la oración de Jabes con todo lo que ella incluía, y luego ver que el Señor le otorgó lo que había pedido, nuestro corazón debería llenarse de profundo gozo y gratitud por el Dios que tenemos. Es profundamente conmovedor observar que tenemos un Padre amoroso en los cielos que está pendiente de lo que sentimos, necesitamos y anhelamos. Si tuviéramos más presente Su profundo amor hacia nosotros, viviríamos vidas más tranquilas y confiadas. Nos acercaríamos con la confianza con la que un niño se acerca a su padre y le pide por lo que necesita. Este es el caso que el Señor Jesús aplica estando todavía en la tierra, refiriéndose a nuestro Padre celestial. Mateo 7:7-11 registra que dijo: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?”. Este “cuánto más vuestro Padre…” señala una realidad que muchas veces no tenemos presente. Si como padres buscamos lo mejor para nuestro hijos, nuestro Padre celestial nos supera infinitamente.

También tenemos que tener presente, amigo, que si es Dios el que obra, entonces esto a su vez nos tiene que dejar tranquilos en el sentido, que es en el tiempo de Dios y en la manera de Él, que nos ha de contestar. Tres veces dice en los Salmos: “¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío”. Aunque sea una reacción natural el desanimarse, angustiarse y a veces hasta desesperarnos por situaciones, luchas, problemas aparentemente sin solución o cuya resolución se dilata, debemos descansar en el Señor sabiendo que Él no se ha olvidado de nosotros. A Su tiempo y a Su manera, se llevará a cabo Su plan. Pero tengamos por seguro, que no hay nada que nos involucre que no esté muy presente en el pensamiento amoroso del Señor.

Ahora bien, es bueno que sepamos que Dios contesta en forma extraordinaria a las oraciones de Sus hijos, pero no contesta todas las oraciones de la forma y en el tiempo que nosotros lo esperábamos. A su vez, también existen ciertas condicionantes para que nuestras peticiones sean otorgadas por Dios. Por ejemplo: Jabes era un hombre que sabía que le podía pedir a Dios. Esto lo aplicó en y para su vida. Como ya veíamos y lo indica Santiago 4:2, muchas veces no tenemos lo que deseamos porque no pedimos. En segundo lugar, Jabes era un hombre temeroso de Dios, lo cual se demostraba en que guardaba Su Palabra. ¿Cómo podemos afirmar esto? Bueno, 1 Juan 3:22 señala que “cualquier cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él”. Y confirmamos esta verdad en Juan 15:7 “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho”. Un tercer principio que aplicaba Jabes cuando oraba, era hacerlo con humildad y sumisión. Ora con todo respeto, no exige nada, hace sus pedidos con profunda humildad y sumisión a la soberana voluntad de Dios. Otra actitud que vemos en la oración de Jabes es que oraba conforme a la voluntad de Dios. Como ya vimos, Jabes oraba por algo que Dios había prometido dar. Sobre esto la Biblia señala en 1 Juan 5:14-15 que “esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho”.

Obviamente, si lo queremos trasladar a nosotros, tenemos que reconocer que no siempre es tan fácil saber si realmente estamos orando o pidiendo algo que esté de acuerdo con la voluntad de Dios. ¿Cómo podemos saber si es la voluntad de Dios lo que estamos orando? Es muy probable que algunas veces no lo sepamos. Pero podríamos hacernos algunas preguntas acerca del motivo de oración y contestarlas de forma honesta: ¿Está de acuerdo con la Biblia? ¿Es algo prometido por el Señor? ¿No es algo que pedimos para “gastar en nuestros deleites”, o sea, para satisfacer el ego, la avaricia o deseos de la carne? Pero el hecho de reconocer la voluntad de Dios en nuestras oraciones, depende sobre todo de cuán cerca estemos de Dios. Cuando lo conocemos más y Le seguimos más de cerca, también nuestros motivos coincidirán con los Suyos. Sus deseos se convertirán en nuestros motivos de oración. Y más allá de esto, aunque nuestros deseos a veces se desvíen, podemos estar confiados porque por intermedio de nuestro Señor Jesucristo nuestras oraciones son hechas aceptas frente al Padre, y como indica Romanos 8:26, el Espíritu Santo también “nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles”.

Otra característica de Jabes es que él oraba de corazón. Esto se evidencia en toda su oración. Del profundo de su ser anhelaba lo que pedía. No eran palabras vacías o dichas a la ligera. Tenía profundo interés en lo que oraba. Muchas veces Dios no contesta oraciones porque simplemente fueron palabras vacías o como señala Jesús en Mateo 6:7, “vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos”. Y por último, aunque sea lo básico para todo lo demás que ya vimos, también podemos afirmar que Jabes oraba con fe. Es la oración de fe la que hace mover la mano de Dios. En Mateo 21:21-22 leemos que Jesús les dijo a los suyos: “De cierto os digo, que si tuviereis fe, y no dudareis, no sólo haréis esto de la higuera, sino que si a este monte dijereis: Quítate y échate en el mar, será hecho. Y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis”.

Justamente cuando estaba escribiendo estas líneas, me encontré con un querido amigo. Su edad ya se encuentra cercana a los ochenta, pero es de estos hermanos que no pierden el espíritu jovial y sobre todo con un deseo profundo de servir al Señor. En seguida nos pusimos a hablar y él contaba de los diferentes lugares, en diferentes países donde le había tocado servir al Señor en el año anterior. Como yo sabía que había pasado por la enfermedad y mejoría del cáncer de próstata, le pregunté cómo se encontraba en relación a la salud. Allí me contó con toda naturalidad lo que le había sucedido la semana anterior. Me contó: “Me tocó volver al médico para controlarme. Pero el médico que me había tratado hasta este entonces se había muerto, por lo que ahora tendría que ver quién me trataría. Antes de salir a la clínica oré al Señor: “Padre tu sabes que siempre es muy difícil encontrar estacionamiento para mi auto en las cercanías de la clínica. Tú puedes hacer que pueda estacionar a la entrada de la misma. También sabes que siempre hay tanta gente esperando ser atendida para recibir un turno, pero yo tengo tanto para hacer. Tú puedes hacer que me atiendan enseguida. Señor, también sabes que tengo que viajar y el único día que me queda libre para el turno sería el martes a partir de las 15:30. Te pido que me den este turno. También sabes que existen dos remedios que me estuvieron dando. Uno es horrible y siempre me dio náuseas, pero el otro tiene un rico gusto a frutilla (fresa) y no me produce malestar. Te pido que me receten éste. Ah, y otra cosa más Señor, también sabes que como es una clínica privada la consulta cuesta muy caro. También puedes hacer que sea más barata”. Mi amigo me siguió contando que salió para atenderse. Cuando estaba llegando, justo frente a la clínica salió un auto que había estado estacionado allí, y así pudo estacionar el suyo a unos pasos de la entrada. Cuando entró y estaba hablando con la recepcionista, se abrió una puerta y salió un doctor que cuando escuchó su nombre se dirigió a él preguntado si no era algo de un compañero con el cual había estudiado medicina. Resultó ser el hijo de mi amigo. Como era oncólogo enseguida lo hizo pasar y le dijo que desde ahora sería él quién lo atendería. Le recetó el remedio con gusto a frutilla. Cuando salió y pidió el turno con la recepcionista, ella le pregunta: “¿Estaría bien el martes a las 15:30?”. Cuando mi amigo le preguntó cuánto tenía que abonar, ella le dice que el doctor le había hecho un descuento del 75%. Después de ir al control, mi amigo oró: “Señor, si me diste todo lo que te pedí, también estoy tranquilo en cuanto a los resultados del control”. Resultó que todos los valores estaban en orden. ¡Tenemos un Dios grande que se interesa por las cosas grandes y también por las cotidianas! ¡Dios existe y está dispuesto a darnos lo que pedimos! ¡Tenemos un Dios extraordinario! ¡Acerquémonos confiadamente a Su trono con nuestros pedidos y necesidades porque Él nos oye!

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