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Autor: Norbert Lieth

Pocos días antes de su muerte, Jesús habló a sus discípulos en el Monte de los Olivos. Este sermón contiene las más importantes declaraciones proféticas de la Biblia, que nos ayudan a ordenar cronológicamente los hechos futuros y nos desafían a alcanzar con el Evangelio a los que están afuera.


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PE2475- Estudio Bíblico
Señales de Su Venida (21ª parte)


 


Amigos, hoy nos toca comenzar el estudio con la lectura del pasaje de Mateo 25:34-40. Dice así: “Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”.

Hoy en día, el pueblo judío está siendo criticado unilateralmente y presentado negativamente por los políticos, periodistas y medios de comunicación. Incluso muchas instituciones eclesiásticas toman, abiertamente, posición en contra de Israel. Por eso, la imagen que la gente tiene de Israel es cada vez más distorsionada. Sin embargo, amigo, no importa tanto cómo las naciones vean y juzguen a Israel. Lo que es realmente decisivo e importante es lo que Dios piensa sobre Israel. En definitiva, Él es el que tendrá la razón en Su dictamen sobre Su pueblo del Pacto Antiguo, y esto no será sin consecuencias gravísimas para las naciones.

Es cierto que no todo lo que Israel hace es bueno. La mayor parte de este pueblo vive desligada de Dios. Pero la historia de Israel siempre estuvo marcada por tiempos de errores y derrotas. A pesar de esto, Dios siempre mantuvo firmes Sus promesas. Incluso cuando Israel llegó al punto más bajo de su caída, cuando desechó a su Mesías, el Señor le dijo: “Os digo que desde ahora no me veréis, hasta que digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor” (Mt. 23:39). Esta respuesta de Jesús es una clara muestra de que Él no desechó a Su pueblo, sino que, para los postreros días, tiene designado restaurarlo.

El capítulo que estamos estudiando, Mateo 25, destaca que como nación Israel es importante para Dios y que Su pacto con este pueblo permanecerá a través de todos los tiempos y de todas las épocas históricas. Las naciones serán reunidas ante el Señor de gloria y juzgadas según lo que le hicieron a Israel. En el momento del regreso de Jesucristo, Israel seguirá estando en el centro de la atención en el mundo. El hecho de que Israel haya mantenido su identidad nacional hasta hoy, es una prueba viva de la actualidad de la Palabra de Dios. Si Israel ya no tuviera ninguna importancia, Dios ya lo hubiera hecho desaparecer de la historia de la salvación.

Si todas las bendiciones prometidas a Israel se hubieran asignado a la Iglesia de Cristo, no existiría el juicio que acabamos de mencionar, el cual tendrá lugar al final de los días. En él se establecerá una marcada diferencia entre las naciones, por un lado, y, por el otro, los hermanos más pequeños de Jesús. Dice Mateo 25:31-32 y 40: “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones (…) Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”.

Ahora nos preguntamos, ¿a quiénes se refiere como “Sus hermanos más pequeños”? En primer lugar, los judíos que serán perseguidos durante el tiempo de Gran Tribulación y llegarán a la fe en Jesús. Pero también todos los demás judíos que encontraron el camino hacia Él. En Mateo 28:10 leemos: “Entonces Jesús les dijo: No temáis; id, dad las nuevas a mis hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me verán”. Hebreos 2:16-17 dice: “Porque ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham. Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo”.

Y en el Salmo 122:5-8 leemos: “Porque allá están las sillas del juicio, los tronos de la casa de David. Pedid por la paz de Jerusalén; sean prosperados los que te aman. Sea la paz dentro de tus muros, y el descanso dentro de tus palacios. Por amor de mis hermanos y mis compañeros diré yo: La paz sea contigo”. Me impacta mucho que Jesús hable de “mis hermanos”, pues esto evidencia cómo Dios realmente ve al pueblo judío. No olvidemos que, según la carne, el Señor procede de este pueblo y, por eso, se identifica tanto con Sus compatriotas.

Mucho tiempo atrás, amigo, Dios le dijo a Abraham: “Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Gn. 12:3). ¿Por qué Dios da una promesa de tanta trascendencia? Porque la bendición para todas las generaciones de la tierra debía proceder de Israel, es decir de la descendencia de Abraham. Esta bendición es Jesucristo. Si la bendición para todas las naciones proviene de la descendencia de Abraham, no es de sorprender que la maldición caiga sobre aquellos entre las naciones que maldicen a Israel.

Es por eso que el Señor Jesús tiene que regresar y gobernar como Rey en Jerusalén, porque Jerusalén ha sido elegida eternamente para Él. Cuando la reina de Saba visitó al rey Salomón, dijo las siguientes palabras proféticas: “Bendito sea Jehová tu Dios, el cual se ha agradado de ti para ponerte sobre su trono como rey para Jehová tu Dios; por cuanto tu Dios amó a Israel para afirmarlo perpetuamente, por eso te ha puesto por rey sobre ellos, para que hagas juicio y justicia” (2 Cr. 9:8).

La promesa de bendición o maldición hecha a Abraham se cumplirá definitivamente en el juicio de Jesús sobre las naciones, pues entonces se concretarán literalmente los anuncios de “bendición” y “maldición”. A unos se les dirá así: “Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo” (Mt. 25:34). Pero, el fallo divino sobre los otros será el siguiente: “Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (v. 41).

En varios pasajes de la Biblia vemos que Dios deja en claro que Israel es incomparable entre las naciones. Él eligió y apartó a Israel para siempre. Este pueblo tiene una posición de preeminencia entre las naciones y existirá eternamente. En 1 Crónicas capítulo 17 leemos: “Y qué pueblo hay en la tierra como tu pueblo Israel, cuyo Dios fuese y se redimiese un pueblo, para hacerte nombre con grandezas y maravillas… Tú has constituido a tu pueblo Israel por pueblo tuyo para siempre; y tú, Jehová, has venido a ser su Dios. Ahora pues, Jehová, la palabra que has hablado acerca de tu siervo y de su casa, sea firme para siempre, y haz como has dicho. Permanezca, pues, y sea engrandecido tu nombre para siempre, a fin de que se diga: Jehová de los ejércitos, Dios de Israel, es Dios para Israel. Y sea la casa de tu siervo David firme delante de ti” (1 Cr. 17:21-24, vea también 16:14-17).

En estas palabras hay profundas verdades: por de la soberana elección de Dios, Israel es incomparable entre las demás naciones y está puesto para gloria de Dios. Esta verdad permanecerá para siempre. El nombre del Señor será levantado eternamente, porque Él no dejará caer a Su pueblo.

Pero ¿cómo ve Dios a las naciones impías, en comparación con Israel? La Biblia tampoco nos deja sin respuesta en este asunto. En Isaías 40 se describe a las naciones de la siguiente manera: “He aquí que las naciones le son como la gota de agua que cae del cubo, y como menudo polvo en las balanzas le son estimadas; he aquí que hace desaparecer las islas como polvo… Como nada son todas las naciones delante de él; y en su comparación serán estimadas en menos que nada, y que lo que no es. ¿A qué, pues, haréis semejante a Dios, o qué imagen le compondréis?» (Is. 40:15.17-18; vea también Salmos 62:9-10). Quizás, precisamente contra esta preeminencia de Israel es que se levanta el odio del enemigo de Dios, y como consecuencia el rechazo de gran parte del mundo.

Querido amigo: ¿Cuál es su postura con respecto a Israel? ¿Desde qué perspectiva elabora usted su opinión sobre Israel? ¿Ve al pueblo del Pacto de Dios desde el punto de vista bíblico, o su juicio es puramente emocional, basado en los errores cometidos por Israel o en la opinión de los medios de comunicación? No es casualidad que, como Iglesia de Cristo, vivamos precisamente en esta generación. Tenemos una tarea pendiente que debemos cumplir con el pueblo judío. Otras generaciones, anteriores a nosotros, fracasaron. Debemos procurar que no nos suceda lo mismo. Dios ayudará al pueblo judío. Es Su pueblo escogido para siempre y no está destinado a perecer. En esto, precisamente, consiste la honra y la gloria de Jesucristo: en la prueba de la confiabilidad de Su Palabra. Y Él desea cumplirla usándonos a nosotros. Por eso, ¡no debemos callar!


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