La teología de la Cruz de Martín Lutero (2ª parte)

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Autor: Carl Trueman

La teología de Martín Lutero era una teología centrada en la Cruz de Cristo. Sólo a la luz de la Cruz entendemos quién es Dios. La Cruz de Cristo no sólo altera nuestros conceptos teológicos, sino revoluciona la ética y la experiencia de vida cristiana.


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PE2479- Estudio Bíblico
La teología de la Cruz de Martín Lutero (2ª parte)



Queridos amigos, en el programa anterior vimos que las consecuencias de definir nuestra teología a la luz de la crucifixión de Cristo – como propone Lutero – son revolucionarias. cambia la totalidad del vocabulario teológico, a la luz de la cruz.

Vimos a modo de ejemplo la palabra poder. Cuando los teólogos de la gloria leen en la Biblia sobre el poder de Dios, o utilizan este término en su propia teología, suponen que este poder es comparable al poder humano. Ellos consideran poder comprender el poder divino, si lo más poderoso que se pueden imaginar lo agrandan hasta lo infinito. A la luz de la cruz, sin embargo, esta comprensión del poder de Dios es exactamente lo contrario.

El poder de Dios se revela en la debilidad de la cruz, ya que, cuando Él aparentemente estuvo vencido por la mano de los poderes malignos y de las autoridades terrenales corruptas, Jesús mostró Su poder divino al vencer a la muerte y al poder del maligno. De modo que si un cristiano habla del poder de Dios, o incluso del poder de la iglesia o del cristianismo, esto tiene que ser entendido bajo las condiciones del poder de la cruz, escondido en forma de debilidad.

Esta comprensión es uno de los factores en el pensamiento de Lutero, que le da a su teología una lógica y coherencia internas. Tomemos por ejemplo su entendimiento de la justificación, donde Dios declara al creyente como justo a Sus ojos, no en base a algún tipo de entereza interna (o sea algo que el creyente haya hecho o elaborado), sino sobre la base de una justicia foránea, es decir de la justicia de Cristo que se mantiene fuera del creyente. ¿No es esto característico de la extraña, pero maravillosa, lógica del Dios de la cruz? ¡La persona que verdaderamente es injusta y está atrapada en el pantano del pecado, es declarada por Dios como pura y justa! Una verdad de este tipo es inconcebible para el intelecto humano pero, a la luz de la cruz, absolutamente tiene sentido.

¿Y qué de la idea del Dios que baja y ama a los que no son dignos de ser amados y a los injustos, aun antes de que estos objetos de Su amor muestren la más leve inclinación a amarlo a Él o a hacer el bien? Algo así es inconcebible para los teólogos de la gloria, que consideran que Dios es igual a ellos, como otros seres humanos, y que Dios por eso reacciona sólo hacia aquellos que son atrayentes y buenos, o que de alguna manera primero se hayan ganado Su favor. Pero, la cruz muestra que Dios no es así: Contrariamente a toda suposición que los humanos puedan hacerse sobre Dios y Su manera de actuar, Él no exige nada digno de ser amado en los objetos de Su amor; más bien es Su amor, por adelantado, lo que crea esa dignidad de ser amado, sin fijar condiciones al hacerlo. Un Dios así se revela con una ternura y hermosura sorprendente e inesperada en el feo y brutal drama de la cruz.

Lutero no limita la teología de la cruz a la auto-revelación objetiva de Dios. Él considera que ella también es la llave a la comprensión de la ética y experiencia cristiana. Fundamental para ambas es el rol de la fe: a los ojos de la impiedad, la cruz es una necedad; es lo que parece ser: la muerte estremecedora, sucia, de un hombre maldecido por Dios.

Así es como el intelecto del impío interpreta la cruz – ya sea una locura para los griegos, o un escándalo a los judíos; según si uno escoge el pecado de la arrogancia intelectual, o el de la egolatría moral.
Los ojos abiertos a través de la fe, sin embargo, ven la cruz como lo que verdaderamente es. Dios es revelado, escondido en la forma externa. Y la fe debe ser comprendida como un regalo de Dios, no como una fuerza del intelecto del ser humano mismo.

Este principio de la fe le permite, entonces, al creyente, comprender cómo él o ella deben comportarse. Unido a Cristo, el gran Rey y Sacerdote, el creyente también es un rey y un sacerdote. Pero, este título no es ninguna excusa para ser mandón con otros. De hecho, la realeza y el sacerdocio en el creyente deberían ser realizados como en Cristo – a través de sufrimiento y el auto-sacrificio en el servicio a otros. ´

El creyente es señor de todas las cosas, siendo siervo para todos; el creyente es totalmente libre, al estar sometido a todos. Así como Cristo demostró Su reino y Su poder a través de la muerte en la cruz, así lo hace el creyente al entregarse incondicionalmente al bienestar de los demás.
Nosotros, como dice Lutero, deberíamos ser pequeños Cristos para nuestros prójimos, porque al hacer esto, encontramos nuestra verdadera identidad como Hijos de Dios.

Esta manera de verlo es explosiva y ofrece una comprensión totalmente nueva de la autoridad cristiana. Los ancianos, por ejemplo, no deberían ser conocidos como los que se dan importancia, los que importunan a otros, y los que utilizan su posición, su prosperidad y sus referencias, para imponer su propia opinión. No, sino que el verdadero anciano cristiano es el que dedica su vida entera al servicio doloroso, incómodo y humillante, para los demás, porque así demuestra una autoridad semejante a la de Cristo, o sea el tipo de autoridad que Cristo mismo demostró en Su encarnación, Su vida y especialmente en la cruz del Calvario.

Las consecuencias de la teología de la cruz para el creyente, no se quedan en eso. La cruz es ejemplo de cómo Dios obra con los creyentes, o sea con los que, a través de la fe, están unidos a Cristo. Dicho en otras palabras: una gran bendición viene a través de un gran sufrimiento.

Para nosotros, en los países prósperos, este punto es difícil de asimilar. Hace algunos años atrás, por ejemplo, di una conferencia sobre este tema en una iglesia, y señalé que la cruz no solamente es la obra de redención, sino que también revela cómo Dios obra con los que Él ama. Después, alguien me enfrentó y cuestionó eso, diciendo que la teología de la cruz – que predicaba Lutero – , suprimía el hecho de que la cruz y la resurrección marcan el comienzo de la supresión de la maldición del pecado, y que por eso nosotros debemos esperar grandes bendiciones. Y que, si solamente nos concentramos en el sufrimiento y en la debilidad, pasamos por alto el significado apocalíptico del servicio de Cristo.

A esta persona, sin embargo, le faltó aplicar la teología de la cruz de Lutero, con el cuidado con que debería haberlo hecho. Todo lo que dijo era cierto, pero él no logró comprender lo dicho a la luz de la cruz.

Sí, Lutero estaría de acuerdo en que la maldición ha sido abolida, pero esa abolición se hace visible a través del hecho de que, por medio de la cruz, lo malo ahora es totalmente socavado en el servicio del bien. Si la cruz de Cristo – por mucho, el acto más maligno de la historia de la humanidad – puede coincidir con la voluntad de Dios y ser la fuente de la victoria decisiva sobre el mal que la causó, entonces toda otra maldad puede ser socavada en beneficio del bien.

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