¡Adoremos! (5ª parte)
9 septiembre, 2020¡Adoremos! (7ª parte)
10 septiembre, 2020Autor: Benedikt Peters
En este programa analizamos juntos si el Señor está interesado en los rituales y lugares para la adoración. Si damos un vistazo a los acontecimientos del Antiguo Testamento, veremos que la adoración está desde siempre ligada al reconocimiento, sometimiento y admiración. Dios quien tiene todo el poder de consumirnos, nos permite acercarnos a él a través del sacrificio de Jesús y muestra su grandeza, misericordia y amor.
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PE2486- Estudio Bíblico
¡Adoremos! (6ª parte)
El corazón y la Adoración
Qué gusto recibirles nuevamente para seguir analizando lo que es la verdadera adoración que el Señor espera de nosotros.
En programas anteriores hablamos sobre cómo con la venida del Señor todo cambió y también la adoración. Antes de Su venida la adoración era cosa del lugar y momento correcto, de las órdenes correctas. Los sacerdotes, además tenían que llevar ropajes determinados y tocar los instrumentos prescritos. Desde la venida del Hijo de Dios y desde que consumó la obra de la salvación lo que vale es esto: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren” como leímos al comenzar ésta serie de estudios en Juan 4:24. Esta adoración es independiente de lugar y ritual. Puede ocurrir en todo lugar y en todo momento. No necesita formas ni ayudas exteriores. Al ocurrir en Espíritu puede ser una adoración totalmente muda.
Si encaja con la cultura en la que vivimos el dar palmas mientras cantamos, pues se pueden dar palmas si así lo queremos hacer, o utilizar instrumentos. Sin embargo, el Nuevo Testamento no manda practicar ninguna de estas cosas; de ahí que son secundarias o sin importancia alguna. A quien le guste, que use órgano, flauta, guitarra o pandero. Quien opine que estas cosas estorban la adoración en Espíritu y en verdad, que lo deje.
Analicemos el vínculo entre la danza y la adoración ¿Debemos danzar como David delante del arca? Si nos remitimos a David y decimos que debemos hacerlo como él, entonces tenemos que ser consecuentes e imitarle en todo. Entonces tenemos que tener un arca, una casa de Dios visible y un altar y sacrificios de animales. Entonces tenemos que volver al Antiguo Testamento, a las leyes sobre alimentos y a la circuncisión. ¿Queremos esto en serio? Ahora que en Cristo ha venido el cuerpo, ¿volveremos otra vez a las sombras? ¿Qué hubiese dicho Pablo al respecto? La epístola a los Gálatas tiene mucho que decir sobre esto.
Otros se remiten al Salmo 149 diciendo que en el culto debemos adorar a Dios con danza y pandero. ¿En verdad debemos hacerlo así? Si insistimos en seguir literalmente la primera instrucción del salmo, entonces debemos insistir también en obedecer literalmente a la instrucción que sigue: “Exalten a Dios con sus gargantas, y espadas de dos filos en sus manos, para ejecutar venganza entre las naciones, y castigo entre los pueblos“ A favor de esto se puede alegar que este mandato hay que entenderlo espiritualmente. De acuerdo, pero entonces la danza también tendría que ser interpretada espiritualmente.
De paso estamos aprendiendo algo importante sobre la adoración: Si quiero adorar a Dios en Espíritu y en verdad, entonces tengo que tener en mi mano la espada de dos filos – esto es, la Palabra de Dios que juzga el pecado y la carne y me aparta del mal. Separación y adoración son inseparables. La separación, sin embargo, es como un extranjerismo, por no decir una mala palabra para muchos creyentes. La espada en la mano es efectivamente el complemento correcto y necesario para el pandero en la otra mano. Pues ¿cuál es el significado espiritual de la danza en rueda o del corro? Comunión y armonía en la adoración; adoración unida que como un corro gira alrededor de un centro invisible: Este centro es el Hijo de Dios, su persona y su obra.
La comunión espiritual verdadera con los hermanos en la adoración sólo puedo tenerla si he dejado de darme tanta importancia a mí mismo y a mis emociones, cuando en vez de girar alrededor de mi persona, tengo a Cristo como centro. Sólo en la medida en que me niego a mi mismo y me he separado del mundo, puedo conocer la adoración en comunión con los hermanos. Israel no pudo adorar a Dios en Egipto; nosotros no podemos adorar a Dios, cuando nuestro corazón está entretejido con el mundo. ¿Cómo podremos adorar a nuestro Señor y Esposo, cuidando la amistad adúltera con el mundo? Quizá las cosas temporales se apoderan demasiado de nosotros, quizá nos ocupemos demasiado de nosotros mismos siendo demasiado mundanos y enamorados de nosotros mismos.
Recordemos entonces el estrecho vínculo entre el corazón y la adoración. El corazón es lo decisivo en la adoración; eso lo hemos comprendido bien. Pero la cuestión es cómo inclinar nuestro corazón hacia Dios. Quiero intentar ilustrarlo tomando dos ejemplos.
Como leemos en Éxodo 15:18, junto al Mar Rojo Dios enseñó a su pueblo a inclinarse delante de Él y confesar: “El Señor reinará eternamente y para siempre”. El Señor reina. Que el Señor reine sobre nosotros, sobre nuestros corazones, sobre nuestra vida. Eso fue un deseo magnífico. ¿Cómo había Dios despertado en el pueblo este deseo? Por medio de la angustia. Dios había guiado a Israel a un aprieto sin salida: Tenían delante el mar y a sus espaldas el ejército de los egipcios. Dios fue quien lo había encauzado todo así, como vemos claramente en Éxodo 14:1-4. El miedo terrible, el sentirse completamente impotentes y vivir cómo Dios intervino en su favor, eso fue lo que despertó en el pueblo el deseo de obedecer a este Dios y someterse a Él como Rey. De tales corazones ascendió la adoración verdadera a Dios: Entonces cantó Moisés y los hijos de Israel este cántico a Jehová que encontramos en Éxodo 15:1: “Cantaré yo al Señor, porque se ha magnificado grandemente; ha echado en el mar al caballo y al jinete”.
En los días de Elías el corazón del pueblo una vez más se había apartado de Dios y apegado a los ídolos. De nuevo Dios utilizó la aflicción, además del ministerio del profeta para inclinar el corazón del pueblo hacia Él y apartarlo de los ídolos. Encontramos la oración de Elías en 1 Reyes 18:37 “Respóndeme, Señor, respóndeme; para que conozca este pueblo que tú, oh Señor, eres el Dios, y que has hecho volver sus corazones”. Dios ha inclinado el corazón de los israelitas; y ahora también inclinan sus cabezas, caen de rodillas y adoran como leemos en los versículos siguientes: “Entonces cayó fuego de Jehová, y consumió el holocausto, la leña, las piedras y el polvo, y aun lamió el agua que estaba en la zanja. Viéndolo todo el pueblo, se postraron y dijeron: !El Señor es el Dios, el Señor es el Dios!”.
Aquí aprendemos la importancia del ministerio profético para la verdadera adoración. La tribulación fue antes del servicio del profeta: tres años y medio de sequía. La aflicción abrió los oídos para oír a Dios por medio del profeta, y lo que Dios habló inclinó sus corazones a Él. Pero no fue solamente la voz del profeta lo que conmovió sus corazones, sino lo que vieron aquel día en el Carmelo. Vieron con sus propios ojos como cayó fuego del cielo. ¿Sobre quién cayó el fuego? No cayó sobre ellos, a pesar de que comprendieron que lógicamente tenía que haberles consumido a ellos. Durante años habían despreciado al Dios del cielo sirviendo a las fuerzas de la naturaleza, a sus deseos y concupiscencias. Ahora el fuego no les consumió a ellos, sino que cayó sobre el altar que Elías había edificado en el nombre del Señor. Aparentemente habían comprendido que aquí hubo una sustitución. La ira de Dios cayó sobre otra cosa, o mejor dicho, sobre Otro. Podrían haberlo visto en todos los sacrificios de animales que eran consumidos sobre el altar de Dios. Pero se habían hecho ciegos. Ahora Dios les había abierto de nuevo los ojos.
Ahora vieron delante de sus ojos destellos de la santidad y gracia de Dios, y eso era irresistible. Sus corazones se inclinaron poderosamente hacia este gran y terrible Dios misericordioso. ¿Qué significa esto para nosotros? Cuando vemos como Dios ha obrado con y por su Hijo, como le juzgó, para que nosotros tuviésemos paz, entonces vislumbramos algo de la grandeza y de la santidad de Dios, vislumbramos algo de su terrible ira sobre todo pecado y al mismo tiempo algo de su gracia incomprensible. Eso inclina poderosamente nuestros corazones hacia este Dios. No podemos y no queremos sino servir a este Dios, someternos a este Dios y adorar a este Dios.