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Autor: Eduardo Cartea Millos

Una de las características de la vida de Josafat fue que el Señor estaba con él. Podemos considerar este hecho como un “Secreto” de su éxito como gobernante. En este programa veremos otros dos: uno es la decisión de apartarse de la idolatría y el otro es su disposición de obedecer a Dios.


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PE2544 – Estudio Bíblico
Josafat, un héroe con pies de barro (4ª parte)


No a la idolatría, sí a la obediencia

En la vida de Josafat, además de ver que el Señor estaba con él y siguió los pasos de hombres fieles, encontramos que abandonó la idolatría y obedeció los mandamientos de Dios. Se puede decir que esos fueron los secretos de su éxito. Hoy hablaremos del secreto de abandonar la idolatría. En 2 Crónicas 17:3 leemos que: “No buscó a los baales, sino que buscó al Dios de su padre”.

Los baales eran representaciones locales del dios pagano Baal, dios de los cananeos, los fenicios, otros pueblos semitas y también fue venerado en Egipto. Eran ídolos adorados por el pueblo en aquel entonces. Baal, que significa “señor”, “amo”, “poseedor” o “dueño”, fue el rey de los dioses en la mitología cananea. Era el equivalente a Hadad, el dios de la tormenta, de la lluvia y la fertilidad, y era representado por figuras humanas, particularmente de un joven guerrero, o como símbolo de la fertilidad en la forma de un becerro, como el que adoró Israel al pie del Sinaí, o los que hizo esculpir Jeroboam, el primer rey del reino del norte. La esposa de Baal, llamada su “baalí”, era Aserá, o Astarot, o Astarté, la diosa de la fertilidad, el amor y la guerra, la madre de todos los dioses, la esposa celestial.

El culto a estos dioses paganos era en grado sumo lleno de perversiones, pecados sexuales y hasta sacrificios de animales y vidas humanas. En jueces 2:12 y 13 la Biblia dice que los israelitas: “dejaron a Jehová, el Dios de sus padres, que los había sacado de la tierra de Egipto, y se fueron tras otros dioses, los dioses de los pueblos que estaban en sus alrededores, a los cuales adoraron, y provocaron a ira a Jehová. Y dejaron a Jehová, y adoraron a Baal y a Astarot”. Una especie de seducción les llevaba a dejar a Dios y adorar a los ídolos. Adorar no era solamente cumplir con los ritos de un culto religioso. Adorar era adoptar las costumbres de los pueblos paganos. Doblar las rodillas ante ellos era entregar la vida para verse envueltos en pecados groseros, en prácticas absolutamente degradantes, en orgías desenfrenadas, absolutamente contrarias a los mandamientos divinos expresadas en Su santa ley. Por eso leemos en 2 Crónicas 15:8 que eran “ídolos abominables”.

Cada ciudad, para identificarse, y como tributo, ponía un prefijo o sufijo en el nombre de Baal, de modo que ese dios tomaba la característica del lugar geográfico en el que estaba levantado. Es interesante ver las menciones de esta divinidad pagana en la Biblia. Hay varias, y solo veremos dos en las que se pueden apreciar distintas facetas de lo que significaba para la sociedad antigua:
• Baal-peor que leemos entre otros pasajes en Números 25:1-3, quiere decir “señor de Peor”. Lo identifican con Quemós, el dios de fuego de los Moabitas, también llamado Moloc. Los ritos de su culto eran obscenos y además incluían ofrendas humanas, especialmente de niños arrojados al interior de una estatua de bronce con fuego encendido en su interior.
• Y Baal-zebub, que aparece en2 Reyes 1:2, quiere decir “señor de las moscas”.

La Biblia dice en 1 Corintios 10:20 que los “dioses” e ídolos, son en realidad “demonios”. Es curioso que uno de los nombres que el mismo Señor Jesucristo adjudica a Satanás en Marcos 3:22 es “beelzebub”, el “príncipe de los demonios”, y que, como vimos, significa “el señor de las moscas”. Esto es una referencia clara a la inmundicia y corrupción que entraña ese nombre y el culto que le profesaban.

Indudablemente, todas estas manifestaciones de divinidades paganas tenían un significado más allá de su nombre y eran referencia, ya sea a lugares donde se les adoraba, o bien a diferentes aspectos de las deidades, que tenían, la mayoría de las veces, que ver con pasiones humanas y conductas carnales y pecaminosas, abominables a los ojos de Dios.

La idolatría es uno de los pecados capitales que la Biblia incluye en oscuras listas de aquellos que no solo corrompen a los hombres, sino que tendrán su pago en el lago de fuego. Y nos preguntamos, ¿puede el creyente caer en semejante pecado? Sí, definitivamente puede. De otro modo, ¿cómo diría el apóstol Pablo en 1 Corintios 10:7: “Ni seáis idólatras, como algunos de ellos, según está escrito: Se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó a jugar”. Aquí se habla en referencia a la historia de la adoración del becerro de oro al pie del Sinaí, que corrompió al pueblo en un desenfreno carnal que trajo castigo de muerte de parte de Dios a una gran multitud. Por eso el apóstol dice en el verso 14 de 1 Corintios 10: “Huid de la idolatría”.

Vivimos en tiempos que no difieren, en esencia, a los que vivía Josafat. 2 Timoteo 3:1 los define como “Tiempos peligrosos”. Tiempos en los que los ídolos del mundo cautivan la atención y el corazón de aquellos que no conocen a Dios. Los ídolos del arte, del deporte, de los negocios, del dinero, son los ídolos modernos a quienes multitudes rinden culto. La perversión, los pecados sexuales, la guerra y los conflictos entre las personas y hasta la vida misma, son los ritos que hoy exigen estos dioses de hoy.

Lo peor no es saber que el mundo vive en esa idolatría, sino que aquellos que son del Señor muchas veces caen en ella. Se produce el mismo proceso del pasaje de Jueces que citamos: “dejaron al Señor… y se fueron tras otros dioses, a los cuales adoraron”. Siempre comienza en la misma forma: dejar al Señor. Un dicho popular reza que: “Cuando dejamos a Dios, vienen los diosecillos”. Por eso escribe el apóstol Juan en esa “posdata” de su primera epístola capítulo 5 verso 21: “Hijitos, guardaos de los ídolos”.

En contrapartida, Josafat no solamente “no buscó a los baales, sino que buscó al Dios de su padre”. Buscar, significa que Josafat puso su fe en el verdadero Dios, le consultó en oración, le adoró conforme a sus preceptos y le siguió con fidelidad. Leemos en el Salmo 119:2,3: “Bienaventurados los que guardan sus testimonios, y con todo el corazón le buscan; pues no hacen iniquidad los que andan en sus caminos”. Aquel que busca al Señor, dice como David en su Salmo 63:1: “Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela”.

Hablemos ahora sobre el secreto de obedecer los mandamientos de Dios. Josafat no entró en las prácticas idólatras de Israel, el reino del norte. Buscó al Señor, obedeció Su ley y no se mezcló con aquellos que seguían a dioses falsos. Es cierto que luego cometió el error de aliarse a esos reyes idólatras, pero no tuvo comunión espiritual con ellos, ni se vio arrastrado por los aberrantes cultos a sus dioses. No habrá sido fácil para él. Era ir contra la corriente. Era decidir ser diferente, vivir la contracultura de aquel tiempo. Pero, a pesar de todo, fue fiel.

¿Cuál fue el resultado de los cuatro secretos, las cuatro conductas que vimos en la vida de Josafat? El versículo 2 de 2 Crónicas 17 nos detalla su buena administración civil y militar y el versículo 5 nos dice lo que Dios hizo para él. Leemos que: “Jehová, por tanto, confirmó el reino en su mano… y tuvo riquezas y gloria en abundancia”.

Bien dice Hebreos 6:10: “Dios no es injusto para olvidar vuestra obra”. Dios premia la fidelidad. Dios bendice a aquellos que le dan el lugar que Él merece en la vida. Hay una regla para la vida cristiana: “Dale a Dios lo que es Suyo y Él se encarga del resto”. No siempre el Señor actúa de la misma manera. No siempre hay prosperidad material, salud plena, ausencia de problemas. Pero siempre tendrás la bendición de Dios. Y dice Proverbios 10:22 que “la bendición de Dios es la que enriquece”.

El célebre evangelista D. L. Moody solía decir: “¿Cómo quieres ser recordado cuando mueras?”. ¿Cómo quiero yo que me recuerden? Un gran hombre de Dios, Gilberto M. J. Lear, dijo años antes de que el Señor lo llevara a Su presencia que anhelaba merecer que en la lápida de su tumba estas tres palabras: “Agradó a Dios”. ¿Se podrá decir de nosotros esto mismo?

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