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Autor: Eduardo Cartea Millos

Existen tres elementos claves en cualquier avivamiento espiritual y los vemos reflejados en el relato del reinado de Josafat. En esta oportunidad hablaremos de dos de ellos: el santo entusiasmo y una limpieza profunda.


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PE2545 – Estudio Bíblico
Josafat, un héroe con pies de barro (5ª parte)



Santo entusiasmo y limpieza profunda

En 2 Crónicas 17:6 – 19 Vemos una cantidad de acontecimientos que describen el obrar de Josafat en acuerdo a la ley de Dios y cómo esto impactó a su pueblo y su reinado. Después de un buen comienzo, llegó un tiempo de avivamiento espiritual. Un sentimiento de vigor espiritual inundó todo el territorio de Judá, el reino del sur, como un reguero de pólvora. Josafat fue el instrumento que Dios utilizó para que el pueblo se revitalizara.

Hubo tres conceptos vitales que fueron necesarios para lograr este tiempo de avivamiento. Éstos fueron: un santo entusiasmo, una limpieza profunda y un sincero retorno a la Palabra. No fue una novedad. En todo avivamiento, en todos los tiempos, estos tres elementos están presentes. Es necesario que haya un despertar espiritual, que comienza con un: Podemos hablar del Santo entusiasmo cuando leemos en 2 Crónicas 17:6 “Y se animó su corazón en los caminos de Jehová”.

La fidelidad de Josafat fue un verdadero estímulo en su vida y en la de su pueblo. Un verdadero entusiasmo espiritual se apoderó de él y fue un aliciente para seguir siendo fiel. El resultado de su fidelidad, traducido por Dios en progreso, le animó a ordenar el reino, a poner ejércitos y guarniciones para la seguridad de las ciudades de Judá y Efraín (Israel) y a gobernar con justicia y equidad.

El ánimo de Josafat no fue un impulso emocional, ni el resultado de un entusiasmo pasajero. Fue una decisión que le llevó a proseguir con la tarea iniciada por su padre y profundizarla en bien de su pueblo, pero sobretodo para mantener la fidelidad a Dios y a Sus leyes. Oseas 6:3, dice: “Y conoceremos, y proseguiremos en conocer a Jehová, como el alba está dispuesta su salida vendrá a nosotros como la lluvia, como la lluvia tardía y temprana a la tierra”.

Ese concepto de “proseguir” significa una decisión puesta en marcha. Es lo mismo que dice Pablo en Filipenses 3:12 y 14: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto, sino que prosigo por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.

La vida cristiana es un desafío permanente. Pueden venir el hastío, la decepción, el cansancio, la apatía, el desánimo, la desilusión o el sentimiento de fracaso e impotencia. Son todos elementos que usa nuestro enemigo, valiéndose de nuestra débil naturaleza para hacernos desistir, abandonar, bajar los brazos. Pero cuando ponemos nuestra mirada en el Señor, cuando Su Palabra nos alimenta diariamente, cuando la oración es aquel tiempo para estar en la presencia de Dios y volcar allí toda nuestra necesidad, cuando la comunión con Su pueblo es el deleite de nuestra alma, y servirle, el gozo del corazón, entonces se apodera de nosotros un entusiasmo tal, que “proseguimos”, cobramos ánimo para seguir en los caminos de Dios.

Este santo entusiasmo llena nuestra alma y sentimos que se cumple en nosotros aquello de Isaías 40:30 y 31: “los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen, pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas, levantarán alas como águilas; correrán y no se cansarán; caminarán y no se fatigarán”. “Entusiasmo” en griego es enthousiasmós, un término que significa fervor interior producido por una fuerza superior a la nuestra. Y está relacionada con “entheo” que significa, “en Dios”. Es una palabra que no está en el libro de Dios, pero, sin duda es una palabra en la que está el Dios del Libro.

¿Cómo están tus fuerzas? ¿Estás desanimado? ¿Perdiste el entusiasmo? Dice Deuteronomio 31-6: “Esforzaos y cobrad ánimo; no temáis, ni tengáis miedo de ellos, porque Jehová, tu Dios, es el que va contigo; no te dejará, ni te desamparará”.

Hablemos ahora de la limpieza profunda de la que encontramos referencia en la continuación de 2 Crónicas 17:6: “y quitó los lugares altos y las imágenes de Aserá de en medio de Judá” . Los “lugares altos” eran santuarios de adoración a falsos dioses en los que se practicaba la idolatría, y frecuentemente eran acompañados de ritos licenciosos, de prostitución ceremonial, sacrificio de animales y hasta de inocentes niños. Estaban erigidos sobre colinas o montes, pero también en valles, dentro de las ciudades, debajo de árboles frondosos.

En esos santuarios se levantaban estatuas, imágenes de dioses paganos, incienso y otros elementos utilizados en esos cultos y ceremonias muy propios del paganismo cananeo. Dios había ordenado que destruyeran esos lugares considerados sagrados para los pueblos que habitaban Canaán. Pero, lejos de destruirlos, siguieron manteniéndolos, contaminando con ellos la tierra que Dios les había dado en posesión, y provocando al Dios de Israel. Josafat tuvo el propósito de quitar esos altares, y sin duda hizo mucho en ese sentido, pero el pueblo persistió en su idolatría, pues en 2 Crónicas 20:33 leemos: “Con todo eso, los lugares altos no fueron quitados; pues el pueblo aún no había enderezado su corazón al Dios de sus padres”.

Por otra parte, las “imágenes de Aserá”, las asherim o asheroth eran estatuas de la diosa fenicia. Según esa creencia pagana era protectora de la vegetación y de la fertilidad y como mencionamos en programas anteriores, la contraparte femenina del dios Baal. Se la consideraba la “señora de los dioses”, “la amante de los dioses del cielo”, y madre de unas setenta deidades; o también “la señora del mar”. El culto a esta diosa incluía prácticas de prostitución idolátrica, de astrología, y de adivinación. Tal era el atractivo que despertaba aun en el pueblo de Dios que como leemos en 2 Reyes 21:7, en época del malvado rey Manasés, llegó a tener una imagen dentro del mismo templo de Jerusalén. Esto significaba el colmo de la abominación y desprecio por la santidad de Dios.

Prestemos atención queridos amigos, porque la historia parece repetirse. Indudablemente, esta diosa no es más que un antecedente histórico de lo que es para el Romanismo María, aquella preciosa mujer de la que nació el Salvador, pero tristemente considerada “la madre de la iglesia” y aún ¡la “madre de Dios”! Ocupa no solo un lugar que ella jamás hubiera pretendido de acuerdo a lo que leemos en Lucas 1:46-48, sino que ocupa, para esas doctrinas diabólicas, el lugar que corresponde al mismo Señor de la Gloria.

A María se le llama “corredentora de la raza humana”, agregando que fue ella la que entregó a su Hijo a morir en la cruz, y sufrió al pie de la misma a punto de “casi morir con su sufriente Hijo”, llegando a ser ahora “mediadora de toda gracia”. Tristes conceptos que no solo manchan la memoria de una sierva del Señor tan ejemplar, sino que son motivo de desviación de la doctrina de la Biblia, con las consecuencias tremendas que ello conlleva.

Por otra parte, un sincretismo entre religiones africanas y americanas, producto de la inmigración de esclavos le da un lugar en cultos neo-paganos como, entre otros, “la diosa del mar”, Ie Manjá, que no es otra que la representación de María como Stella Maris “la patrona del mar, de los marineros y los pescadores”, a la vez que “protectora del hogar y la familia”.

Ahora, evidentemente, no vivimos en tiempos de idolatría material. No hay en nuestra sociedad occidental “lugares altos” para elevar incienso a los dioses. Tampoco para aquellos que somos creyentes en Cristo pueden afectarnos imágenes de Aserá o de su par contemporáneo. Es posible que en un tiempo nos hubiéramos inclinado ante imágenes, buscando en esos ojos que no ven, en esos oídos que no oyen respuesta para nuestras necesidades. Pero, sin embargo, el peligro de la adoración a otros que no sean Dios mismo, es decir, la idolatría, es un pecado que aún permanece y sigue siendo un peligro para la vida cristiana.

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