Razones para creer (9ª parte)
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10 noviembre, 2020Autor: Philip Nunn
La vida, la muerte y la resurrección de Jesucristo continúan dando testimonio de que este Dios creador y personal ama a la humanidad, de que ha hecho un enorme esfuerzo para comunicarse con nosotros y de que tiene poder sobre la muerte, ¡nuestro último enemigo!
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PE2575 – Estudio Bíblico
Razones para creer (10ª parte)
Jesús es el único mediador
Querido oyente, ¿se ha dado cuenta usted de cómo el haber sido testigos de la vida de Jesús inspiró a sus seguidores? El ser testigos de su muerte los aterró y deprimió. Pero el ser testigos de su resurrección transformó a este grupito de discípulos deprimidos en activistas valientes e intrépidos, que “trastornan el mundo entero” (Hechos 17:6). ¿Por qué la resurrección de Jesús tuvo un efecto tan fuerte sobre ellos? Esto fue así porque los discípulos interpretaron de manera acertada su significado, comprendiendo como dice en Romanos 1:4, que Jesucristo “fue declarado Hijo de Dios con poder… por la resurrección de entre los muertos”. La muerte y la resurrección de Jesús comprobaron su identidad y demostraron que sus palabras eran las palabras de Dios mismo.
La resurrección corporal de Jesús definitivamente es un evento extraño, un evento sobrenatural. Pero si es verdad que Jesús es quien dice ser, su resurrección deja de ser un evento tan “extraño”, y pasa a ser una consecuencia natural del mensaje cristiano de que Jesús “fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (Romanos 4:25). La resurrección es una sólida confirmación de la revelación que Dios hace de sí mismo en Jesucristo. La vida, la muerte y la resurrección de Jesucristo continúan dando testimonio de que este Dios creador y personal ama a la humanidad, que ha hecho un enorme esfuerzo para comunicarse con nosotros y que tiene poder sobre la muerte, ¡nuestro último enemigo!
Ahora, amigo, para entender el lugar especial y único de Jesucristo en la relación entre Dios y los seres humanos, debemos reflexionar sobre su misión. La misión de Jesús era mucho más que simplemente enseñar, sanar a algunas personas y mostrarnos cómo vivir. Los humanos tenemos un problema en nuestra esencia que necesita ser solucionado. Tenemos lo que la Biblia llama el problema del pecado. Tenemos una fuerte tendencia a vivir la vida a nuestra manera, y a ignorar la voluntad y el diseño de Dios.
Odiamos la idea de tener que rendir cuentas a Dios. Esta actitud y las acciones que se desprenden de ella se llaman “pecado”. El pecado nos separa de Dios. Leemos en Isaías 59:2 que nuestras “iniquidades han hecho división entre nosotros y nuestro Dios”. De hecho, el pecado es la evidencia de que algo en nuestro interior está muerto, y que esa muerte hace imposible que podamos vivir teniendo una relación con Dios. Efesios 2:1 deja bien clara esta condición afirmando que “estabais muertos en vuestros delitos y pecados”. Esto es cosa seria, porque el Dios creador ama a los humanos y desea profundamente tener una relación con cada uno de nosotros.
Quizás usted se esté preguntando “bueno, ¿pero qué es el pecado?”. Déjeme decirle que el pecado es más que un catálogo de acciones inadecuadas o dañinas. En esencia, el pecado implica no cumplir el propósito diseñado por Dios para nuestra existencia, el plan de Dios para nuestra vida. Imagine sacar clavos de la pared con sus dientes. Imagine darle gasolina a un caballo para hacer que corra más rápido. Imagine jugar tenis de mesa con tu teléfono celular. Imagine caminar sobre sus manos. Podríamos, quizás, ver estos extraños procederes como “actos de pecado”: acciones que entran en conflicto con su diseño, propósito u objetivo.
Cuando oímos que niños han sido abusados sexualmente, o mujeres han sido violadas, o que los pobres indefensos han sido explotados por los ricos y poderosos, tenemos una profunda sensación de que no es así como debe ser la vida, que es incorrecto, que es pecado. Algo en nuestro interior clama por justicia. De hecho, la Biblia deja en claro que la justicia requiere que todo pecado sea castigado, incluso el suyo y el mío. Todos somos pecadores y merecemos ser castigados. Amigo, deténgase y reflexione por un momento. ¿Entiende la gravedad de esta realidad? ¿Ya ha sentido su culpabilidad? Sin verdadera conciencia de su triste condición, lo que Jesús vino a hacer seguirá siendo un asunto distante y académico para usted.
Esta conciencia personal de pecado, el sentido de culpa o el reconocimiento de que hemos hecho algo que merece ser castigado, despierta en algunas personas una urgencia por buscar a Dios, por buscar el perdón. También un profundo sentido de vacío, de que sus vidas no tienen un fin ni un propósito, puede llevar a las personas a buscar a Dios, a buscar una relación con él. La Biblia presenta este gran dilema: ¿Cómo puede un Dios perfecto, santo y justo tener una relación con personas pecadoras como usted y yo? El Dios creador y personal nos ama, desea ser nuestro amigo, pero nuestro pecado nos separa de él. Entonces aquí es donde entra en juego la exclusiva misión de Jesucristo. A través de toda la Biblia, Jesús, su muerte y su resurrección, cumplen un papel esencial.
Toda la revelación de Dios antes de la llegada de Jesús apuntaba a este clímax histórico: a Jesús, su muerte necesaria y su resurrección. Y todo lo que Dios hace hoy en día y lo que hará en el futuro apunta hacia atrás, a ese clímax histórico: a Jesús, a su muerte necesaria y a su resurrección. Curiosamente, para ayudarnos a entender la necesidad y el significado del sacrificio de Cristo, Dios ordenaba a los judíos que vivieron antes de Cristo que sacrificaran animales. El sacrificio ritual de un animal en lugar de un pecador culpable tiene un profundo elemento didáctico. Estos rituales fueron diseñados para enseñarnos al menos tres conceptos o leyes importantes:
El primer concepto es la justicia. El castigo por el pecado es la muerte. No se puede simplemente borrar u olvidar el pecado, y “sin derramamiento de sangre no se hace remisión” (Hebreos 9:22). Podemos inclinarnos a tomar a la ligera nuestro problema del pecado, pero Dios no lo hace. De hecho, debido a que él es totalmente justo y recto, ¡no puede hacerlo! “Porque la paga del pecado es muerte”, leemos en Romanos 6:23.
El segundo concepto es la sustitución. La culpa y el castigo pueden ser transferidos a otro. A través del acto de confesar el pecado mientras se ponía la mano sobre la cabeza de un animal, la culpa del ofensor era transferida al animal (Levítico 4:15, 29). El animal, entonces, moría en lugar del ofensor. Esta sustitución legal es difícil de comprender porque no es algo que se use en nuestros sistemas legales modernos. Si tu amigo es sentenciado a cinco años de prisión, él debe ir a prisión. Tú no puedes ir a prisión en su lugar.
En tercer lugar está el carácter provisional de estos sacrificios. Un día, Dios proveería un sacrificio definitivo por el pecado. Todos los animales que fueron sacrificados antes de Cristo fueron imperfectos, temporales y provisionales. No resolvían realmente el problema. Eran necesarios, pero solamente eran figura del sacrificio definitivo por el pecado (Hebreos 7:27, 9:12). Y aquí es donde entra en juego la misión exclusiva de Jesucristo.
¿Qué vino a hacer él a esta tierra? Si el objetivo de Dios hubiera sido enseñarnos algo, hubiera podido levantar más profetas. Si su objetivo hubiera sido proveer el ejemplo de una vida buena, Dios podría haberlo hecho a través de un grupo de buenas personas que reflejaran el diseño de Dios para la humanidad en sus vidas personales, sus negocios o sus familias. Evidentemente Jesús sí nos enseñó y proveyó un buen ejemplo de vida, pero su misión iba mucho más allá. Cuando Jesús empezó su ministerio público, Juan el Bautista lo señaló y dijo: “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Esta importante declaración describe la misión de Jesús usando el lenguaje del ritual de sacrificio en el culto judío. Jesús fue el Cordero provisto por Dios para pagar el precio de los pecados de la humanidad.
Ya cientos de años antes de Cristo, Dios habló a través de los profetas para predecir la muerte sacrificial de Jesucristo. El profeta Isaías, por ejemplo, siete siglos antes de Cristo, había explicado el propósito de la muerte de Cristo de esta manera: “Mas él herido fue por nuestras rebeliones…el castigo de nuestra paz fue sobre él…Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros” (Isaías 53:5,6). La muerte de Jesús, por lo tanto, no fue un desafortunado accidente. Él vino al mundo para ser ese sacrificio final y definitivo por el pecado. Ningún hombre podría hacer lo que Jesús hizo. Todos nosotros somos pecadores culpables y, por lo tanto, no podemos asumir el castigo en lugar de otro. Pero en aquel importante momento de la historia, Jesús, el único que no tenía pecado, el Cordero de Dios, tomó sobre sí el castigo que merecían nuestros pecados. ¿Cuál será, amigo, su respuesta a este sacrificio que hizo el Señor Jesús por amor a usted?
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