Razones para creer (17ª parte)
13 noviembre, 2020Razones para creer (19ª parte)
13 noviembre, 2020Autor: Philip Nunn
¿Es la fe una decisión o un regalo? ¿Debemos elegir tener fe de forma activa? ¿O debemos ser pasivos y esperar hasta que Dios nos dé el don de la fe? Veremos que la fe es tanto una elección consciente como un don.
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PE2583 – Estudio Bíblico
Razones para creer (18ª parte)
Dios, la fe, las dudas y usted
A través de las edades, los teólogos han dedicado mucho tiempo y esfuerzo discutiendo la pregunta de si debemos elegir tener fe de forma activa o si debemos ser pasivos y esperar hasta que Dios nos dé el don de la fe. En el Antiguo Testamento de la Biblia, vemos que a Israel se le animó a elegir a Dios, y aun así Dios ya lo había elegido (Deuteronomio 7:7-8; 30:19-20). En nuestro caso, para ser salvos, para convertirnos en cristianos, se nos insta a creer en Jesús. En Hechos 16:31 el mismo apóstol Pablo declara: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo”. El apóstol Juan, por su parte, escribió en su evangelio “para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengáis vida en su nombre” (Juan 20:31). Tú y yo tenemos la elección de creer, de rechazar o de ignorar la revelación de Dios.
Curiosamente, la Biblia también describe la fe como un don de Dios (Romanos 12:3; 2 Timoteo 2:24-25). Según las escrituras es Dios el que motiva el arrepentimiento y guía a las personas a reconocer la verdad. Concluyo entonces que la fe es tanto una elección consciente como un don. La fe es más o menos como enamorarse: el amor es, por un lado, algo que nos ocurre, pero por otro lado lo escogemos. ¿Recuerda usted lo que le respondió el padre del niño endemoniado a Jesús en Marcos 9:24? Dijo: “Creo, ayuda mi incredulidad”. Escogió creer, pero también le pidió a Jesús que fortaleciera su fe. De forma similar los discípulos le pidieron a Jesús: “Auméntanos la fe” (Lucas 17:5). Le pidieron esto porque estaban convencidos de que Jesús tenía influencia sobre su fe. Amigo, si usted quiere creer pero vive una lucha interna, si piensa que su fe es muy débil o muy pequeña, ¿por qué no sigue el ejemplo de los discípulos y le pide al Señor Jesús que aumente su fe?
Bueno, normalmente la fe no crece en un vacío. Me imagino que la fe de los discípulos aumentó a medida que pasaban tiempo con Jesús y a medida que seguían sus instrucciones. Se nos dice que “la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Romanos 10:17). Elija pasar tiempo en un ambiente que ayude a que su fe aumente. Separe tiempo con regularidad para conectar su mente y su corazón con la verdad de Dios. Lea la Biblia, escuche atentamente el mensaje cristiano, y tan pronto entienda algo, póngalo en práctica. A veces se le exigirá dar un paso radical. La fe siempre implica un elemento de riesgo. Y al igual que nuestros músculos, la fe aumenta cuando se ejercita.
Ahora, amigo, volviendo al eje fundamental del mensaje cristiano, podemos decir en resumidas cuentas, que este afirma que todas las personas tienen la tendencia a vivir separados de Dios. Preferimos gobernar nuestras propias vidas y complacernos a nosotros mismos. Esta actitud, y el estilo de vida que produce, se llaman pecado, y como resultado nos hallamos en rebelión contra Dios. De hecho, incluso si intentamos vivir una buena vida, somos adictos o esclavos del pecado. El Dios puro y santo aborrece el pecado. La justicia requiere que todo pecado sea castigado, y el castigo es la muerte, descrita en la Biblia como la eterna separación de Dios (Romanos 6:16, 23). Sin embargo, motivado por el amor, Dios se hizo hombre en la persona de Jesucristo, y al morir en la cruz, eligió tomar sobre sí el castigo que usted y yo merecíamos; él pagó nuestra gran “multa” para que pudiéramos ser perdonados, para que pudiéramos salir en libertad y entablar una profunda relación personal con el Dios santo.
Pero el ser perdonados, el convertirnos en cristianos, requiere una respuesta de nuestra parte. La fe debe ser ejercitada. Debemos elegir confiar en Dios y creer en Jesucristo. No se trata de seguir una religión. Es un nuevo comienzo radical. Es tan radical que se compara con un nuevo nacimiento. El Señor Jesús insistió en que, a Nicodemo, un hombre muy religioso, le era “necesario nacer de nuevo” (Juan 3:7). Jesús le explicó luego a Nicodemo el plan de Dios para salvar a la humanidad, y lo podemos leer en Juan 3:16-18: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios”.
Amigo, Dios nos perdona, nos salva, nos da el nuevo nacimiento y nos hace justos cuando confiamos y creemos en Jesucristo. La Biblia declara que “con el corazón se cree para justicia” (Romanos 10:10). Esta salvación es un regalo de Dios. No podemos hacer nada para ganarla o merecerla. “Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo”, dice la Biblia en Tito 3:5. Pablo también explica que “Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras” (Efesios 2:8, 9).
Las buenas obras son buenas y necesarias, pero nuestra salvación no depende de ellas, sino que ellas vienen después de nuestra conversión. El acto de creer en Jesús es como subirse a un avión. Una vez que hemos llegado a nuestro destino, ningún pasajero pretenderá que fue su fe la que lo hizo llegar seguro a destino, sino que fue posible gracias al piloto y al avión. Cuando elegimos creer en Jesús y conscientemente ponemos nuestra confianza en él, es Jesús quien nos salva, no nuestra fe ni nuestras obras.
Ahora, convertirse en un cristiano es más que simplemente estar de acuerdo con cierta doctrina, más que analizar las evidencias, ponderar las probabilidades y tomar una decisión correcta. Como le decía antes, amigo, Jesús lo comparó con un “nuevo nacimiento” (Juan 3:7). Esto implica confianza, reconciliación y el comienzo de una relación. Es el fin de la enemistad y el inicio de la amistad. La Biblia también compara la conversión con el acto de abrir una puerta. Imagínese a Jesús parado delante de su puerta, la puerta de su corazón, la entrada a su verdadero yo. Le oye decir: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” (Apocalipsis 3:20). La imagen de comer juntos tiene una fuerte connotación en el Medio Oriente: habla de hospitalidad y de amistad. La conversión es algo que ocurre entre su ser interior, su “corazón”, y Dios; significa entender que el Jesucristo resucitado desea salvarle y entrar en su vida, y usted decide responder a su llamado.
¿Cómo abrimos la puerta de nuestro corazón a Jesús? Imagíneselo como una respuesta en dos partes. La primera parte se trata del arrepentimiento, admitir que se es un pecador, que con sus actitudes y con su forma de vida ha ofendido al Dios creador, santo y personal. Usted debe agradecer a Jesús por morir en la cruz para pagar el castigo por sus pecados, y pedirle a Dios que le perdone y le limpie. La segunda parte de este proceso, implica la entrega. Usted debe reconocer que Jesucristo es quien dice ser: el unigénito Hijo de Dios, Dios en forma humana. Debe decidir confiar en él, y solo en él, para su salvación, para esta vida, y para su destino eterno. Se trata de invitar a Jesús a entrar en su vida, a tomar el control de ella y a ser su Señor.
Ahora le haré una pregunta, amigo: ¿Refleja este proceso que le acabo de explicar, el profundo deseo de su corazón? Si es así, le animo a que le exprese este profundo deseo a Dios en oración. Muchas personas han “nacido de nuevo” al expresar genuinamente una oración como la que le diré ahora. No se trata de una fórmula mágica, no debe usted repetir las palabras exactas; pero este es el sentido que tiene que tener su declaración a Dios: “Querido Dios, ahora soy consciente de que me has creado para que podamos relacionarnos y ser amigos. Lamento profundamente haberte mantenido fuera de mi vida y haber vivido a mi manera, y quiero dar un giro en mi camino. Admito que he pecado y que te he ofendido de muchas maneras. Por favor perdóname. Gracias, Señor Jesús, por morir en la cruz del Calvario recibiendo el castigo por mis pecados, un castigo que yo merecía justamente. Gracias porque resucitaste de entre los muertos y hoy vives. Creo que tú eres el Hijo de Dios. Confío en ti. Ahora te invito a entrar en mi vida como mi único Salvador, Maestro y Señor. Me entrego completamente a ti. Por favor guíame y ayúdame a convertirme en la persona que tú querías que fuera cuando me creaste”.
Recuerde, amigo, que cuando se trata de orar, no se necesitan palabras especiales ni fórmulas ni ningún vocabulario religioso. El oído de Dios está siempre atento para responder a las oraciones que salen del corazón. Él le ama y anhela poder salvarle. Si ha abierto la puerta y le ha invitado a entrar, él ahora está “adentro”. Se ha iniciado una nueva relación. Usted ha “nacido de nuevo”. Jesús nos asegura que nunca echará fuera al que viene a él (Juan 6:37). Una genuina entrega del corazón a Dios tiene validez para siempre. ¡Permanecerá por la eternidad!
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