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Autor: René Malgo

¿En qué medida la vida y muerte de Cristo en la cruz adelantan algunas características del retorno de Jesús y el fin de este mundo?


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PE2635 – Estudio Bíblico
La Cruz y el fin de los tiempos (3ª parte)



¿Cómo le va, amigo? Quisiera comenzar este último programa sobre la cruz de Cristo, conversando con usted sobre el hecho de que Jesucristo era totalmente libre cuando estuvo en la tierra. Nadie podía hacerle nada. Él era equilibrado y descansaba en sí mismo porque estaba unido al Padre en el cielo. No se veía angustiado ni estresado aunque sufría las mismas limitaciones que todas las demás personas. Él llevó nuestros pecados en la cruz, y también nos dejó un ejemplo de cómo el poder y la gloria de Dios realmente funcionan en la tierra. Nos mostró cómo es la vida en abundancia en un mundo caído donde el pecado reina y el diablo anda suelto. Él nos mostró cómo podemos gustar y ver en la práctica como dice el Salmo 34:8, “que es bueno Jehová”. Y esto es una vida para y con Dios, aunque todos estén contra nosotros. La cruz es prueba de que Dios demuestra Su poder precisamente en la hora más oscura, en el sufrimiento más profundo y en el dolor más grande. Es una expresión sorprendente del fin de los tiempos el hecho de que Dios actúa precisamente allí donde la oscuridad parece más grande (cf. Ap. 7:9,13-14).

En 2° Corintios 1:5 el apóstol Pablo dice que “abundan en nosotros las aflicciones de Cristo”. Ya que ahora estamos unidos a Cristo mediante la fe, también “padecemos juntamente con él” (Ro. 8:17). Así como el diablo odió y atacó a Cristo, así nos odia también a nosotros y nos ataca también a nosotros. Pero el poder de Dios se perfecciona precisamente en nuestra debilidad (2° Cor. 12:9). El Hijo de Dios vino en debilidad, traído al mundo como un bebé y colocado en un pesebre, y murió en debilidad, maltratado y clavado en la cruz. Y así venció. De la misma manera vencerán los creyentes (Ap. 12:11). Sí, somos débiles, sufrimos y luchamos. Hemos recibido el regalo de la libertad y por eso el diablo nos ataca. En este fin de los tiempos, usted y yo, amigo, debemos hacer todo lo posible por permanecer cerca de Jesús, para resistir en la lucha y permanecer libres. Venceremos como Cristo venció, porque Dios no muestra Su poder con bombos y platillos, sino en debilidad y en aparente derrota.

¿Qué tiene que ver todo esto con el fin de los tiempos y con la venida de nuestro Señor? Nos demuestra que Dios es diferente. Él sorprendió a aquellos que en los tiempos de Cristo lo estaban esperando. Por eso no debería asombrarle que también nos sorprenda a nosotros. No debería asombrarle, amigo, si en este fin de los tiempos algo se da un poco diferente de lo que imaginan algunos expertos en profecía y escatología. Cuando algunos predicadores hablan de la venida de nuestro Señor, parece que nada les gusta más que enumerar todas las cosas terribles que Dios hará con los impíos en el día del Señor. Calculan cuántos tercios y cuántos cuartos morirán y describen en detalle cuán terribles serán las plagas que menciona el Apocalipsis. Pero tan cierta como es la Palabra de Dios, también es cierto que Él es más misericordioso, más paciente y clemente que nosotros. Por eso dice en Isaías 55:6-9: “Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano. Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar. Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”.

Dios es diferente. En Isaías 45, el Señor destaca una y otra vez que no hay Dios fuera de Él, e invita: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra” (Is. 45:22). Aunque las amenazas de juicio sean tan terribles y reales en las Escrituras, la Biblia también nos enseña que nuestro Dios es un Dios Salvador (Tit. 2:10; 3:4). En el medio de los anuncios de juicio del Apocalipsis, por ejemplo, en el capítulo 15 verso 4 de este libro leemos que los redimidos cantan: “Pues sólo tú eres santo; por lo cual todas las naciones vendrán y te adorarán, porque tus juicios se han manifestado”.

Aunque la Biblia deja en claro que los que rechazan al Dios viviente se perderán, la larga espera de Dios hasta hoy demuestra que Él es diferente que nosotros. Él desea salvar, no condenar. Él desea ejercer misericordia, no juicio. Por ello, no debería asombrarnos si en este tiempo final aún sucede alguna sorpresa. Dios es impulsado por amor a la humanidad, no por odio (Tit. 3:4). Las muchas cronologías registradas prolijamente, los diagramas del fin de los tiempos, los bosquejos y los planes de profecías pueden ser de ayuda, pero nunca deberíamos cerrar los ojos al hecho de que, en realidad, hay mucho que no podemos saber y que nuestro Dios, tal como lo demuestra la cruz de manera impactante, es un Dios de sorpresas. Simplemente, como enseña la Biblia, no nos toca a nosotros “saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad” (Hch. 1:7; cf. Mt. 24:42). Sin embargo, amigo, en todo momento debería usted estar preparado para la venida de nuestro Señor, porque Dios es diferente.

Esta también es la motivación para nuestra vida personal: Jesús no vino para los fuertes, sino para los enfermos y los débiles (Mc. 2:17). Vino a levantar del polvo a lo pequeño y bajo. Vino a salvar a los impíos y a conceder perdón. Vino a redimirle a usted. Amigo, si duda usted de que Dios realmente le ama, mire a Cristo, al pesebre, al milagro de la encarnación, al débil niñito recostado en los brazos de su madre. Mire cómo Jesús come y bebe con los publicanos y pecadores, cómo sale al encuentro de rameras y adúlteras. Cómo lava los pies de Sus discípulos. Cómo se deja arrestar en Getsemaní, cómo se deja escupir y golpear, cómo deja que se burlen de él y lo torturen. Mire cómo deja que le coloquen la corona de espinas, cómo lleva Su cruz, cómo deja que lo claven en el madero. Mire cómo cuelga allí y sufre, por usted, para salvarle también a usted.

Sí, mi amigo: Dios le ama. En Jesucristo se manifiesta como el Dios que quiere estar cerca de la gente, como el Dios que busca a los pecadores, que busca a los despreciados, que busca a los presos, a los ciegos espirituales y a los oprimidos. Él le ofrece la libertad. Él le ofrece Su gloria. Él quiere compartir Su poder con usted. Tome Su mano extendida hoy y viva con Él. Porque pronto viene el día en que volverá el crucificado y resucitado Señor de todos los señores y Rey de todos los reyes de esta tierra. Traerá la gloria que prometieron los profetas del Antiguo Pacto de Israel (Is. 65:17 y siguientes). Hará todo nuevo y hermoso. Reinará por los siglos de los siglos y Su reino no tendrá fin.

Pero hasta que llegue ese momento, amigo, Dios muestra su poder precisamente en aparente debilidad. Hasta que llegue ese momento, Dios no se interesa por los sabios según la carne, ni por los poderosos ni por los nobles, sino que, como leemos en el capítulo 1 de 1° Corintios, quiere “lo necio del mundo”. Quiere “lo débil del mundo”. Quiere “lo vil del mundo y lo menospreciado”. Quiere “lo que no es”. Le quiere a usted. Quiere mostrar Su poder en su debilidad, tal como lo mostró en la cruz. Porque Él avergonzará a los sabios de este mundo, avergonzará a lo fuerte y deshará lo que es “a fin de que nadie se jacte en su presencia” (vv. 26-29).

Dios escoge y quiere a lo pequeño, lo bajo, lo despreciado. Él es distinto de las personas. Sus pensamientos y sus caminos son más altos que los de las personas, porque Él es amor (1° Jn. 4:16). La cruz proclama fuertemente esta verdad. Y la cruz confirma lo que expresa el Salmo 113:5-9: “¿Quién como Jehová nuestro Dios, que se sienta en las alturas, que se humilla a mirar en el cielo y en la tierra? Él levanta del polvo al pobre, y al menesteroso alza del muladar, para hacerlos sentar con los príncipes, con los príncipes de su pueblo. Él hace habitar en familia a la estéril, que se goza en ser madre de hijos. Aleluya”. Esto es lo que Dios quiere hacer con usted, querido amigo. Permítaselo, entregándole su vida por fe hoy mismo.

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