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Autor: Esteban Beitze

Estamos estudiando el tema de cómo salir de la lucha y de las ataduras de la impureza sexual. Poniendo el énfasis en Mateo 5 vamos a estudiar qué tan radical tiene que ser nuestra reacción ante el pecado. Es necesario que tengamos una convicción radical, una confesión radical y una decisión radical.


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PE2730- Estudio Bíblico
Luchando con la impureza (5ª parte)



Estamos estudiando el tema de cómo salir de la lucha y de las ataduras de la impureza sexual. Para eso estamos poniendo el énfasis en un versículo que se encuentra en Mateo 5:29. Las palabras de Jesús son las siguientes: “Por tanto, si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno”. Habíamos visto que para que haya una posibilidad de salida, la primera parte de ese versículo nos habla de un reconocimiento. Reconocimiento en cuanto al origen del problema. Por dónde entra el pecado, en qué medios, en qué circunstancias, por qué. Habíamos visto también que hay que reconocer el pecado, y en tercer lugar también reconocer que uno puede estar en peligro de caer, aunque todavía no lo haya hecho. Entonces, en primer lugar, vemos en este versículo un reconocimiento. Ahora, nos vamos a enfocar en lo radical que tiene que ser nuestra actitud hacia el pecado. Allí en Mateo 5:29 decía “sácalo, y échalo de ti”. O sea, bien radical. Obviamente no es literal, no nos dice que tenemos que arrancar nuestro ojo en forma literal, sino que nos dice que es algo profundo. Así de radical tiene que ser nuestra decisión de cortar con aquello que reconocimos como error.

Entonces vamos a ver tres puntos en relación con esto. En primer lugar, una convicción radical. Muchas veces jugamos con la tentación, buscamos ver hasta dónde llegamos sin pecar. Si el pecado está en un extremo andamos ahí, al borde, pero todavía no llegamos a pecar, hasta que tropezamos, nos resbalamos y caemos. Nos excusamos con que, como todavía no cometimos el pecado, no hay peligro. Pero justamente esa actitud es como andar sobre el borde de un balcón en el piso 48. Es muy probable que en algún momento nos arrastre la ley de la gravedad. En algún momento vamos a resbalar. La caída es inevitable. Entonces en lugar de decir “¿hasta dónde puedo ir?” O “¿Qué hay de malo en esto o aquello? Todavía no estoy en el pecado”, deberíamos decir “¿Cuán lejos puedo estar del pecado para no caer en él?”. Bien decía Pablo a Timoteo: “Huye de las pasiones juveniles”, o sea, no luchas a ver hasta dónde podés aguantar. ¡No! ¡Salí corriendo de las pasiones juveniles! Eso lo dice en 2ª Timoteo 2:22, bien fácil de memorizar. Conocemos muy bien la historia del jovencito José, que cuando esta perversa esposa de Potifar lo quería seducir para que se acostara con ella, una y otra vez le dijo “no”. Y esa frase en Génesis 39:9 es fenomenal: “¿Cómo, pues, haría yo un mal tan grande y pecaría contra Dios?” Y luego cuando la tentación se hizo demasiado fuerte, salió corriendo. Fue la victoria, una huida es una victoria cuando se trata del pecado. Pero esa decisión hay que tomarla de antemano. Se tiene que convertir en una firme convicción en nuestra mente. De lo contrario, cuando estamos frente a frente con la tentación no tendremos la voluntad suficiente de tomar la decisión. Es como un general que va a la batalla y tiene su estrategia de cómo va a avanzar, cómo va a vencer al enemigo. Pero también debe tener una estrategia, un plan B por si algo sale mal. ¿Cómo puedo evitar tener la mayor cantidad de daño posible? Tiene que haber un camino de salida, tiene que haber una vía de escape para los suyos, y así también la debemos tener planificada de antemano.

¿Por qué es tan difícil vencer las tentaciones? Seguramente se lo habrán preguntado muchas veces. ¿Por qué es tan difícil vencer las tentaciones cuando estas se presentan? Realmente es impresionante enfrentar la tentación, quedamos como embelesados, como el pollito frente a la serpiente, como hipnotizados. Nuestro corazón empieza a latir con más fuerza, un calor invade nuestro cuerpo, en nuestros pensamientos hay una nebulosa. Queremos salir, pero todo el ser se resiste. Cuando viene la tentación todo el ser se vuelve un torbellino descontrolado, afecta todas las áreas de la personalidad. Me gustó mucho lo que leí en un libro que describe cómo la tentación afecta todas las áreas en nuestro ser, afecta todas las áreas de nuestra personalidad. Por ejemplo, los sentimientos. En nuestros sentimientos inflama un furioso deseo para las cosas prohibidas. Nos parecen lo más deseable, importantes, valiosas, imperdibles. Necesitamos esto a toda costa. Unos minutos de un sentimiento elevado en la relación sexual lo vale todo, perder todo, no interesa. Los sentimientos. El intelecto, también. Teníamos los conceptos bien planificados, sabíamos que esta actitud es pecado, pero de repente algo pasa y somos afectados intelectualmente. Se nubla nuestro discernimiento, nuestra capacidad normal de discernir los valores desaparece y el pecado se ve cada vez menos peligroso y menos serio. Las personas más inteligentes pueden cometer los hechos más necios, de los cuales a menudo se arrepienten toda la vida.

Justo ayer hablaba con una querida hermana cuya cuñada hace mucho que la conozco y una y otra vez venía luchando con una relación enfermiza con un muchacho que desaparece un par de días, se emborracha, vuelve, y pelas van y peleas vienen. Varias veces hablé con ella y le dije “¡cortá ya, esto es enfermo, esto no sirve!” Y ella lo reconoció intelectualmente, pero cuando estaba frente otra vez a ese muchacho de alguna forma lo envolvía. Ahora quedó embarazada, es madre soltera, está renegando con el cambio que produce el embarazo en su cuerpo, y en vez de ser algo lindo, algo que pueda disfrutar, es todo lo contrario. ¡Claro! El intelecto quedó nublado frente a la tentación.

Sigue la voluntad. La tentación paraliza nuestra voluntad. Todas nuestras buenas resoluciones se derriten como cera frente al calor. Los pensamientos también son afectados, tratamos de defender la actitud, inclusive defendiendo la mentira frente a la verdad. Nuestros deseos son más importantes, hay un simulación interior, nos autoengañamos, nos negamos reconocer lo que hicimos deliberadamente, e incluso buscamos a quién acusar. Siempre hay alguien a quien le podemos echar la culpa, y de última, inclusive a Dios. Lo hizo Adán, primero dijo “la mujer que tú me diste”. O sea, la acusación fue a su cónyuge, a la única persona que conocía, a la única que amaba, no podía echarle la culpa a alguien más, pero después inclusive le echa la culpa a Dios. Por lo tanto, volviendo a nuestro principio, si no somos radicales en nuestra convicción, no lo seremos frente a la tentación. Por esta razón Pablo, antes de encarar la actitud que debemos tener frente a diferentes pecados nombrados en Efesios 4:25 en adelante, nos exhorta a un cambio en la mente. Allí dice en Efesios 4:22-23: “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente”. En Romanos 12:2 dice algo muy similar, nos llama a una metamorfosis. Esa oruga media asquerosita, que se arrastra, tiene que ser cambiada por una mariposa que eleva un vuelo majestuoso y lleno de elegancia y belleza, de pureza. Eso es lo que nos invita a hacer el apóstol Pablo y obviamente Dios a través de él.

Entonces, ¿qué tenemos que hacer? Tenemos que quitar, cambiar esa mentalidad, cambiar nuestros razonamientos. Salomón decía: “Porque cuales son los pensamientos íntimos en el hombre, tal es él”. O sea, nuestros pensamientos definen lo que somos y lo que vamos a hacer. De ahí que vemos la necesidad de una mente decidida a cambiar. Entonces vimos la necesidad de una convicción radical, en segundo lugar, también hay necesidad de una confesión radical. Primero tenemos que confesar el pecado. ¿Qué es confesar? Es decir “Señor, estoy pecando en tal área”. Confesaré mis transgresiones y tú perdonaste la maldad de mi pecado, dice la Palabra en Salmos 32:5.

Y, en tercer lugar, tiene que haber una decisión radical. “Hice pacto con mis ojos; ¿Cómo, pues, había yo de mirar a una virgen?” Dice Job en Job 31:1. Entonces, una decisión radical. Este hombre, marcado por la justicia, había hecho un compromiso para no pecar. Eso es lo que también tenemos que hacer nosotros. Que el Señor nos ayude. “No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias”. Que el Señor nos ayude en eso, amén.

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