El juicio venidero sobre el mundo
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Esto es asombroso: Dios anunció acontecimientos futuros en un momento en que parecían imposibles. Sorprendente para nosotros, no para Dios. He aquí una lección para nuestra vida personal en tres puntos.
Suecia ya se encuentra, en parte, en medio del futuro. Miles de personas en el país tienen diminutos microchips bajo su piel. Se supone que esto les facilitará la vida. El chip sustituye a los documentos de identidad o sirve como billete de entrada al gimnasio, por ejemplo. Se puede registrar la dirección, la medicación, los datos de la cuenta, el grupo sanguíneo, el seguro y las enfermedades. Una empresa sueca hizo implantar un chip bajo la piel de sus empleados. Se utiliza para abrir puertas, hacer funcionar las fotocopiadoras o pagar las comidas en el comedor. Incluso puede utilizarse para controlar las horas de trabajo.
Cada vez es más evidente, en todos los ámbitos, que las afirmaciones bíblicas sobre el futuro no son una fantasía, sino una realidad que hay que tomar en serio.
En Israel my Glory, una publicación digital, se puede leer: “Vaya a thegiantcompany.ie. Hay que mirar eso. (…) En el material promocional de la empresa irlandesa Giant Company, su criatura se describe como ‘la mayor estatua móvil del mundo’. (…) Cada uno de los gigantes alcanzará una altura de más de 10 pisos. Pero eso no es todo. Las figuras son programables y pueden hablar, cantar y mover la cabeza y los brazos. También pueden cambiar de forma y adoptar el aspecto de diferentes personajes. (…) ¿Podríamos aplicar Apocalipsis 13:14-15 al respecto? Sin duda, pues ahora tenemos la tecnología para ello. (…) Dos cosas son ciertas: Primero, lo que antes parecía descabellado ya está casi aquí. Y segundo: la Biblia nunca se equivoca”.
¿Qué aprendemos de los acontecimientos confluentes de nuestro tiempo? Solo me gustaría mencionar tres cosas:
1. Dios y su Palabra son precisos
Mientras que los adivinos, astrólogos y otros intérpretes del futuro andan a tientas en la oscuridad, la Palabra profética de la Biblia nos trasmite una luz brillante y siempre da en el blanco. “Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones” (2 Pe. 1:19).
Con la Palabra profética poseemos algo tangible: quien le presta atención hace bien en hacerlo, pues busca orientación allí donde se puede encontrar. La Palabra de Dios ilumina los acontecimientos de nuestro tiempo y, como una lámpara, nos guía seguros, dando firmeza a nuestro pie y abriéndonos una clara perspectiva. La Palabra profética es la luz en la oscuridad de este mundo. Nadie puede encontrar su camino sin esta luz. En estos días leí la frase: “Mientras el mundo se vuelve cada vez más oscuro, la promesa del regreso de Cristo brilla cada vez más”. La Palabra profética nos eleva y nos orienta hacia el regreso de Jesús, ilumina nuestras almas. Por eso debemos mantener la vista puesta en ella y moverla en nuestros corazones, prestándole toda nuestra atención.
2. Los acontecimientos pueden producirse de forma repentina
Parece que se estuviera armando el escenario para los actos finales de la historia, pero el telón aún sigue cerrado. De repente se levantará y los acontecimientos se precipitarán sobre el mundo: “Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra” (Lc. 21:35).
¿Acaso la pandemia no nos ha mostrado ya lo rápido que pueden venir los acontecimientos sobre nosotros? Con la repentina guerra en Ucrania pasó lo mismo. Muchos se preguntan: ¿qué vendrá a continuación? ¿existe una amenaza de colapso económico, incluso de hambruna e inflación?: “Porque el hombre tampoco conoce su tiempo; como los peces que son presos en la mala red, y como las aves que se enredan en lazo, así son enlazados los hijos de los hombres en el tiempo malo, cuando cae de repente sobre ellos” (Ec. 9:12).
Ciertamente el alarmismo no es bueno, pero es necesaria una llamada de atención. Los acontecimientos apocalípticos se vislumbran en el horizonte. En estos días, un empleado de una editorial cristiana escribió: “Quizás todo lo que está ocurriendo a nuestro alrededor es el comienzo de los dolores de parto que preceden la venida del Señor Jesucristo”.
En vista de ello, los cristianos están llamados a proclamar la “buena nueva” y a mantener en alto su esperanza —aprovechemos las oportunidades para llevar la esperanza de Dios a las personas sin esperanza, siendo “hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo” (Fil. 2:15).
En la noche de este mundo podemos brillar como las estrellas. En épocas anteriores, las estrellas se utilizaban como guía, por ejemplo, en la navegación.
3. Debemos aprender a orar
Más que nunca estamos llamados a orar. ¿Cómo estamos con la oración, con las reuniones de oración en la iglesia y con nuestro devocional personal? “Aconteció que estaba Jesús orando en un lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos” (Lc. 11:1).
Es interesante que los discípulos no digan: “Señor, enséñanos a predicar”, o “Señor, enséñanos a organizar mejor nuestras actividades”, o “Señor, enséñanos a ser mejores estudiantes de la Biblia”. Todo tiene su lugar justificado, pero la oración es lo primero. En el libro de Eclesiastés dice: “Si se embotare el hierro, y su filo no fuere amolado, hay que añadir entonces más fuerza (…)” (Ec. 10:10).
La oración es insustituible; es como afilar un hierro desafilado. El que poco ora deberá hacer todo con sus propias fuerzas, pero nunca progresará más que mediante la oración.
Es muy interesante leer la respuesta del Señor al pedido de sus discípulos, enseñándoles cómo y qué orar: “Y les dijo: Cuando oréis, decid: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino (…)” (Lc. 11:2).
“Santificado sea tu nombre” es una oración que tiene especial peso en un tiempo como el nuestro, en el cual el nombre de Dios está siendo cada vez más profanado. Debemos santificar su nombre en nuestros corazones, tener el valor de enaltecerlo en este mundo y de mantenernos firmes en su Palabra.
¡Sí, “venga tu reino”! “Maranata”; “Amén; sí, ven, Señor Jesús”. Imploremos el regreso de Jesús, ya es hora.