Jesús tiene la última palabra (15ª parte)
2 octubre, 2022Jesús tiene la última palabra (17ª parte)
9 octubre, 2022Autor: Ernesto Kraft
La cuarta frase de Jesús en la cruz a la que haremos referencia es la que se encuentra en Mateo 27:46: “Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Desde la hora sexta hasta la hora novena hubo tinieblas sobre la tierra.
DESCARGARLO AQUÍ
PE2843- Estudio Bíblico
Jesús tiene la última palabra (16ª parte)
Queridos oyentes gracias por acompañarnos una vez más. Estamos estudiando las últimas frases de Jesús en la Cruz. Venimos compartiendo sobre la frase “Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre”. Conociendo cómo el Señor está al cuidado de nuestra vida, previendo incluso el camino que tenemos por andar y supliendo ayuda.
Jesús demostró Su amor en su vida a través de mil cosas durante la semana pasada. Usted fue consolado, protegido, tuvo buen éxito. Le dio trabajo, le dio salud, lo sostuvo, lo guardó y lo perdonó, a pesar de haberlo ofendido varias veces con algún pecado. Hizo que usted experimentara todo Su amor de muchas maneras. El pueblo de Dios lo expresó en el Salmo 78: Dios les dio agua y pan del cielo, les envió abundancia de comida, los dirigió, expulsó delante de ellos a los pueblos y los ayudó. Y a pesar de eso leemos en el verso 11: “se olvidaron de sus obras, y de sus maravillas que les había mostrado”. El Salmo 106:7 sigue: “Nuestros padres en Egipto no entendieron tus maravillas; no se acordaron de la muchedumbre de tus misericordias, sino que se rebelaron junto al mar, el Mar Rojo”.
¿Adónde nos debe llevar el hecho de que Jesús nos ame tanto, de cuidarnos, de interesarse por nosotros, y derramar Su bondad sobre nosotros? Nos debe llevar amarlo todavía más, y a ser agradecidos, como un himno lo expresa: “Quiero amarte más y más, ¡oye mi oración! Te imploro que pueda, Salvador, amarte siempre más. A pesar de que las aflicciones me opriman, y que la cruz me lastime, sea este siempre mi lema: quiero amarte más y más. Y si mi corazón se debate en grande angustia, cuando Satanás me oprima hasta la muerte, aun así, quiero amarte cada vez más”.
La cuarta frase de Jesús en la cruz a la que haremos referencia es la que se encuentra en Mateo 27:46: “Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Desde la hora sexta hasta la hora novena hubo tinieblas sobre la tierra. El grito – “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” – vino desde en medio de las tinieblas. Por eso no entendemos todo lo que pasó en la cruz.
No podemos comprender la profundidad de aquel momento. Que eso ayude y haga a los hijos de Dios comprender la responsabilidad que tienen con Su Salvador y Señor. Cuánto amor deberíamos demostrar a Aquél que nos protegió de la ira de Dios. La cruz del Gólgota revela toda la verdad sobre la santidad de Dios y el terrible pecado. No hay la posibilidad de que un pecador se aproxime a Dios. En Isaías 6:3, 5 leemos: “Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su Gloria (…) Entonces dije: ¡ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos”.
En 1 Timoteo 6:16 leemos: “el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, al cual sea la honra y el imperio sempiterno. Amén”. El pecado ya ha causado mucho mal y sigue haciendo averías. Dios no acepta el pecado, nunca. Aun en el siglo veintiuno, el pecado es la mayor causa de destrucción. Familias desunidas, matrimonios destruidos, niños sufriendo y cargando las consecuencias de todo eso, lágrimas sin fin, y mucha miseria. Y TODO por causa del pecado. Dios no está donde reina el pecado, ni el pecadito. Dios y pecado no se mezclan.
Isaías 59:1 dice: “He aquí que no se ha acortado la mano de Jehová para salvar, ni se ha agravado su oído para oír”. No nos vamos a disculpar hablando de debilidades y de que todos se equivocan: pecado es pecado, mentira es mentira. Dios perdona, pero hay un precio.
Lo que Dios tuvo que hacer por nosotros es: ser justo al punto de no ignorar o invalidar su propia ley y ser misericordioso a tal punto que no podría abandonar al pecador a las consecuencias de su pecado. Y eso lo logró por medio de Su único Hijo, Jesucristo, conforme nos enseñan las Escrituras en Romanos 8:1-4: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”.
Dios no puede aceptar al hombre pecador en el estado en que se encuentra. Y el hombre que piensa que puede presentarse ante Él confiando en cualquier cosa que no sea el medio que Él mismo proveyó, blasfema contra Él. Los que insisten en confiar en alguna especie de buenas obras se vuelven enemigos de la cruz de Cristo. El grito de Jesús – “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” – revela la realidad de esos hechos. 2Corintios 5:21 dice: “Y por esto también gemimos, deseando ser revestidos de aquella nuestra habitación celestial”. El pecado fue puesto sobre Él, a pesar de no ser culpable de nada. Tomó nuestro lugar. Mi pecado y el suyo mataron a Jesús, y por amor aceptó este castigo.
Sin sangre no hay remisión. Si se cometía un pecado era necesario un sacrificio para quitar la culpa por ese pecado. Hay en el núcleo del Antiguo Testamento una profunda conciencia de la necesidad de mediación para que el hombre pecador pueda acercarse al Dios vivo. Por eso, hay 374 menciones de la necesidad de sacrificio para que ese acercamiento se realice. El Nuevo Testamento es unánime en afirmar que el sacrificio definitivo, del cual los sacrificios del Antiguo Testamento eran solo una figura, fue realizado de una vez por todas por Jesucristo.
En el Tabernáculo, tenemos una ilustración de aquello que pasó en la cruz. Quien quería acercarse a Dios traía un animal que había criado por un buen tiempo, y que sería entregado en su lugar para morir. El animal era inocente, no había hecho nada para merecer esa muerte. ¡Pagaba por un acto que no había cometido! El animal tenía que morir para garantizar el perdón por el pecado cometido. Huya del pecado y abomine todo lo que tiene que ver con él, pues el pecado destruye.
En octubre de 1951 se observó en Oak Ridge, un centro atómico de los Estados Unidos, un misterioso robo. Algunos gramos de valioso plutonio habían desaparecido sin dejar rastro. Se sospechó de la actuación de espías internacionales. Pero todas las investigaciones de la policía resultaron en nada. Apenas dieciocho meses más tarde se descubrió al ladrón. Cierto día, el secretario técnico del centro, Antony Rurrow, cayó enfermo. El diagnóstico médico era uno solamente: Rurrow estaba sufriendo la influencia de la radioactividad. Los vasos del corazón habían sido perjudicados durante un cierto tiempo. Difícilmente podría haber contraído esta enfermedad en el laboratorio, pues allí las normas de seguridad eran rígidas. La conclusión era inevitable: Rurrow tenía que ser el ladrón de octubre de 1951. Durante el interrogatorio, acabó confesándolo todo.
Rurrow no estaba a servicio de ninguna potencia extranjera, solamente pensaba en volverse rico. Pensaba ofrecer el material a un comprador “adecuado,” un médico o un estudioso. Pero ese comprador no apareció. Así, guardó la peligrosa sustancia en una pequeña caja debajo de su cama – y destruyó su propia vida con eso. Los médicos le explicaron que sus días estaban contados. La cura o un medio para aliviar el sufrimiento todavía no habían sido descubiertos. Así, Rurrow tuvo que ver su cuerpo siendo destruido, sin poder hacer nada. Murió como un “fantasma” de 41kg. Nadie habría sabido quién era el ladrón. Pero a pesar de que los hombres nunca lo sepan, nada está encubierto delante de Dios. Rurrow estaba pesando 41kg, pero ni él mismo sabía por qué estaba perdiendo tanto peso. La mayoría de las personas no quiere reconocer que el pecado las destruye.
La Biblia dice en Proverbios 14:34: “La justicia engrandece a la nación; mas el pecado es afrenta de las naciones”.