Profecía en el Tabernáculo (2ª parte)

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Autor: Samuel Rindlisbacher

Este es el comienzo de un estudio detallado de varios programas sobre el Tabernáculo y sus paralelismos con el Plan de Salvación y con la persona de Jesucristo.


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PE2887- Estudio Bíblico
Profecía en el Tabernáculo (2ª parte)



Estimado oyente, en el programa pasado vimos la preciosa puerta de 4 colores que daba acceso al atrio del tabernáculo. Al pasar por la puerta lo primero que vemos en un enorme cuadrado de bronce y encima de este cuadrado hay fuego. Este cuadrado se llamaba El altar del holocausto. En Éxodo 27 Dios le da instrucciones a Moisés acerca de cómo debían hacer este altar. Leemos:

Harás también un altar de madera de acacia de cinco codos de longitud, y de cinco codos de anchura; será cuadrado el altar, y su altura de tres codos. Y le harás cuernos en sus cuatro esquinas; los cuernos serán parte del mismo; y lo cubrirás de bronce. Harás también sus calderos para recoger la ceniza, y sus paletas, sus tazones, sus garfios y sus braseros; harás todos sus utensilios de bronce. Y le harás un enrejado de bronce de obra de rejilla, y sobre la rejilla harás cuatro anillos de bronce a sus cuatro esquinas. Y la pondrás dentro del cerco del altar abajo; y llegará la rejilla hasta la mitad del altar. Harás también varas para el altar, varas de madera de acacia, las cuales cubrirás de bronce. Y las varas se meterán por los anillos, y estarán aquellas varas a ambos lados del altar cuando sea llevado. Lo harás hueco, de tablas; de la manera que te fue mostrado en el monte, así lo harás.

Los hombres de nuestros días se afligen con una plétora de problemas. El miedo domina los pensamientos de muchos. Sin embargo, ¿qué sucede con el verdadero problema: el pecado? ¿Hasta dónde puedo llegar con una conciencia perturbada, desgarrada y agobiada? ¿O será que estamos equivocados? ¿Existirá el pecado tan solo en el imaginario de algunos fanáticos religiosos? ¿Acaso es un concepto fósil de una Iglesia en vías de extinción? ¿No sería mejor hablar de una conducta errónea y contraria a las normas sociales?

Hoy poco se habla del pecado. La palabra pecado incluso está desapareciendo del léxico de muchos cristianos. Pero –nos guste o no– Dios no ha cambiado. Para Él este concepto no ha mudado. El pecado es el verdadero problema de la humanidad, pues nos separa de Dios. Dios, sin embargo, nos muestra una salida: la cruz del Gólgota. El altar del holocausto cuya descripción recién leímos, era una prefiguración de la cruz. A través de este altar, Dios mostró cómo resolvería nuestro problema

Lo resolvería por medio del sacrificio y la sangre derramada de un sustituto. Pues, como dice Hebreos 9:22: «casi todo es purificado, según la ley, con sangre; y sin derramamiento de sangre no se hace remisión».

Durante el tiempo en que Israel peregrinó por el desierto, todo aquel que cometiera pecado debía ir al tabernáculo y sacrificar a la mejor oveja de su redil. De esa manera obtenía la reconciliación con Dios. No importaba cuál era su condición: empleado, patrón, intelectual o ignorante, cada uno, sin excepción, debía ir al tabernáculo con su mejor oveja. No podía ofrecer ningún animal perniquebrado, lisiado o con el más mínimo defecto.

Después de lavar el animal, se le colocaba una cuerda alrededor del cuello y lo arrastraban por todo el campamento de Israel, hasta llegar al tabernáculo. Todos podían ver que aquel que caminaba junto a la oveja había pecado.

Tal exposición era humillante, todos clavaban sus miradas en el pecador. Sin embargo, era sanador, pues se trataba del camino que todos debían recorrer si pretendían recibir el perdón. Nadie podía señalar con el dedo, pues tal vez le tocaría lo mismo al día siguiente. De igual manera es hoy. Hay una sola solución para el pecado: la Cruz de Gólgota.

Solamente por la muerte de Jesucristo en la cruz es posible hallar el perdón.

El pecador que mencionábamos sigue el camino, por las angostas sendas del campamento, profundamente avergonzado. Mira hacia abajo con la esperanza de ser visto por unos pocos. Quiere regresar a su hogar, pero sus pecados no lo sueltan, sino que lo oprimen demasiado, le roban la calma, hurgan en su interior y le niegan la paz. Piensa una y otra vez en darse la vuelta. No le gusta ser visto, y menos por las miradas de sus vecinos. A pesar de ello, si quiere recuperar la paz en su corazón, debe ir al tabernáculo.

¿No será este nuestro problema? El ser humano quiere hallar la paz, el perdón y la calma para su conciencia, pero evita la cruz del Gólgota. Algunos se encierran en sus trabajos, otros buscan relajarse a través de la música o el yoga. Sin embargo, por la noche recurren a las pastillas para dormir, pues no son capaces de conciliar el sueño; y durante el fin de semana buscan ocupar sus mentes con gran variedad de actividades. Incluso los deportes y pasatiempos se vuelven más extremos y demenciales, y por si no fuese suficiente las drogas siempre están al alcance de la mano. En síntesis, la posibilidad de obtener la paz verdadera no es tomada en serio: Cristo es la única salida a nuestra perdición.

El altar del holocausto era el lugar donde todo israelita podía acudir con su pecado. Aun el mayor delincuente encontraría allí un juicio justo. La Biblia nos cuenta en el primer libro de Reyes capítulo uno acerca de Adonías, un hombre que había cometido alta traición. Al verse arrinconado por los siervos del rey, huyó a la casa de Dios y se aferró de los cuernos del altar de bronce.

Adonías sabía que allí tendría la garantía de un juicio justo. De igual manera es hoy: el remedio para nuestra conciencia atribulada, el remedio para la culpa y el pecado se encuentra en la cruz del Gólgota. ¡Allí Dios perdona los pecados!

Esta era la motivación de aquel que, camino al tabernáculo, llevaba a su animal para el sacrificio. Quería estar bien con Dios.

Cuando llegaba, colocaba sus manos en la cabeza del animal como símbolo de que esa oveja cargaría con todos sus pecados. Luego el animal moría en lugar del pecador arrepentido.

Éxodo 12 describe la Pascua donde también tuvo que morir un cordero para salvar vidas humanas. Leemos acerca de ese cordero:

… lo inmolará toda la congregación del pueblo de Israel entre las dos tardes. Y tomarán de la sangre, y la pondrán en los dos postes y en el dintel de las casas en que lo han de comer […]. Pues yo pasaré aquella noche por la tierra de Egipto, y heriré a todo primogénito en la tierra de Egipto, así de los hombres como de las bestias; y ejecutaré mis juicios en todos los dioses de Egipto. Yo Jehová. Y la sangre os será por señal en las casas donde vosotros estéis; y veré la sangre y pasaré de vosotros, y no habrá en vosotros plaga de mortandad cuando hiera la tierra de Egipto.

En toda casa donde los postes y el dintel de la puerta estaban pintados con la sangre de un cordero, las vidas humanas fueron salvadas. En contraste, aquellos que optaron por desatender la orden de Dios, lamentaron, a la mañana siguiente, la pérdida de un ser querido.

El pecador sabía que el cordero tenía que morir como sustituto suyo para recibir el perdón de sus pecados. Fue así que ese animal señalaba proféticamente a Jesucristo, de quien Juan el Bautista iba a decir años más tarde: «He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn. 1:29).

Los judíos del tiempo de Jesús comprendían muy bien esa imagen, pues en el templo de Jerusalén se inmolaban corderos a diario. Cuando Juan el Bautista dijo que Jesucristo era el «Cordero de Dios», quedó claro que Él era el sacrificio definitivo, el cumplimiento de las promesas y profecías del Antiguo Testamento.

Él era el holocausto que Dios aceptaría, el que haría innecesario cualquier otro sacrificio.

La carta a los Hebreos dice lo siguiente de Jesús:

no por sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por su propia sangre, entró una vez para siempre en el Lugar Santísimo, habiendo obtenido eterna redención. Porque si la sangre de los toros y de los machos cabríos, y las cenizas de la becerra rociadas a los inmundos, santifican para la purificación de la carne, ¿cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?

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