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La ascensión de Cristo, no fue simplemente el final de su ministerio terrenal, al ocupar su lugar en el cielo, nos dejó una puerta abierta, dio dones a su Iglesia y cambió para siempre nuestro enfoque de lo terrenal al Celestial.
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PE2993 – Estudio Bíblico
La ascensión de Cristo
Queridos amigos, gracias por acompañarnos una vez más. Hoy hablaremos acerca de un suceso de suma importancia, que, a veces, queda perdido entre lo que pasó antes y después. Hablamos de la Ascensión de Jesús.
Este hecho histórico tiene gran trascendencia para la profecía bíblica y para nuestras vidas, mucho más de lo que parece. Este suceso de colosal importancia, contiene grandes revelaciones de Dios.
Examinemos alguna de ellas.
El Evangelio de Juan, capítulo 20 verso 17, nos relata un episodio notable, sucedido luego de la resurrección: el encuentro del Señor con María Magdalena delante de la tumba vacía, allí dice:
“Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”.
- ¿Por qué María no podía tocar al Señor?
- ¿No parece ser contradictorio con el episodio donde las mujeres abrazan los pies de Jesús o cuando Tomás pone su dedo en Sus heridas?
- ¿Por qué entonces el Señor se lo prohíbe a María?
La expresión “no me toques” puede traducirse: “no te aferres a mí” o “no me retengas”.
El problema de María era que deseaba retener al Señor en la tierra. Se aferraba a la idea de un Reino mesiánico para Israel.
Sin embargo, este no era el propósito del Señor todavía, sino ascender al Padre para estar con Él, como parte del plan divino mucho más amplio.
En primer lugar, como dice el Salmo 110, el Señor Jesús debía sentarse a la diestra de Dios, donde Sus enemigos serían puestos por estrado de Sus pies. Es así que, después de la ascensión de Cristo, nada fue igual.
El Espíritu Santo fue derramado, dando lugar al nacimiento de la Iglesia y con ella a la predicación a los gentiles. De esta manera, fue constituido el Cuerpo de Cristo, compuesto por judíos y no judíos. Pablo recibió de Dios el llamado a ser el apóstol para las naciones, con un mensaje que contenía revelaciones profundas y trascendentales.
El Señor Jesucristo dijo a María Magdalena: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios”. Como consecuencia de la ascensión de Jesús, los creyentes fueron elevados a la posición de hijos e hijas de Dios. De ahora en más, la relación entre Dios y el creyente cambiaría para siempre.
Con las palabras “a mi Dios”, el Señor Jesús no niega su deidad.
Podríamos sintetizarlo de la siguiente manera: como Hijo del hombre, Dios el Padre es Su Dios y como Hijo de Dios, Él mismo es Dios.
De esta aparente reacción negativa del Señor Jesús frente a María Magdalena podemos aprender algo importante: cuando nos sintamos desilusionados por Dios, confiemos en que Él tiene en realidad algo aún más grande y glorioso para nosotros. El misionero y mártir Jim Elliot, dijo al respecto: «No es ningún necio el que entrega lo que no puede guardar, para ganar lo que no puede perder»
Cuando leemos sobre la ascensión de Jesús vemos que se abre para siempre la puerta al cielo. En Apocalipsis 4:1 leemos:
“Después de esto miré, y he aquí una puerta abierta en el cielo…”
Jesús abrió la puerta del cielo para todos, una vez y para siempre.
Antes de que culmine la obra de salvación en el Gólgota, el cielo se había abierto en ciertas circunstancias, para luego volverse a cerrar. Por ejemplo, el profeta Ezequiel en el capítulo 1 verso 1, dijo: “… estando yo en medio de los cautivos junto al río Quebar, los cielos se abrieron, y vi visones de Dios”.
Aunque se mantuvo cerrado durante un buen tiempo, volvió a abrirse en un momento revelador de la historia de la salvación que leemos en Mateo 3:16, allí dice: “Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él”.
Sin embargo, las puertas del cielo fueron abiertas para siempre cuarenta días después de la resurrección de Cristo, en su ascensión al cielo. Ahora el cielo se ha transformado para siempre en un lugar accesible para todos. La puerta que Juan vio en Apocalipsis no fue abierta para él, pues ya lo estaba.
Esteban testificó de esto antes de su muerte cuando dijo: “He aquí veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios”.
También es algo completamente nuevo que los gentiles, sin mediación de Israel, tengan acceso a Dios, sin necesidad de convertirse en judíos o prosélitos como se les denomina. El cielo abierto invita a todos a entrar. Nadie está excluido.
El camino a Dios está libre, sin embargo, solo es posible llegar por medio de Jesús.
Hace ya algunos años, mi esposa y yo recibimos las llaves de un chalé situado a 2000 metros de altura en las hermosas montañas suizas, con una vista espectacular. El dueño nos invitó a pasar allí unas vacaciones cuando quisiéramos. Tenemos la opción de simplemente subir al auto y alojarnos allí durante los meses de verano, cuando la casa se encuentra vacía.
Sin embargo, por distintas circunstancias aún no pudimos aprovechar esta generosa puerta abierta. Solo depende de nosotros. Y si no aceptamos pronto la invitación, quizá un día ya no esté vigente.
Otra particularidad de la Ascensión de Jesús es que dio dones a los hombres. Efesios 4:8 dice: “Cuando ascendió a lo alto […] dio dones a los hombres.”
Diez días después de la ascensión de Jesús, llegó el día de Pentecostés. En aquel día fue derramado el don del Espíritu Santo, dando comienzo a la Iglesia, en la cual cada miembro recibe dones espirituales.
La Fiesta del Pentecostés se corresponde con la Fiesta de las Semanas o Shavuot, instituida en el Antiguo Testamento. Es celebrada cincuenta días o siete semanas después del Pésaj o Pascua judía se puede leer en Levítico 23. En Pentecostés, los israelitas debían presentar a Dios una ofrenda de “grano nuevo”. Esta consistía en dos panes cocidos con levadura.
El nacimiento de la Iglesia en Pentecostés fue algo totalmente nuevo. En ella se distinguen además dones espirituales y dones naturales, ambos “para la edificación del Cuerpo de Cristo”.
Pablo enseña en Efesios 2:20 que los apóstoles y profetas fueron el fundamento de la Iglesia para que los pastores, maestros y evangelistas, y de acuerdo a Efesios 4:11, edifiquen sobre este. Para esto, los creyentes reciben dones de servicio, amonestación, liderazgo, misericordia, compasión y adoración, entre otros.
Y nosotros: ¿usamos nuestros dones para el cielo? Colosenses 3:2 dice: “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra”.
Sin dudas, la Ascensión de Jesús es el poder para la ascensión de Su Iglesia. En Filipenses 3:20 leemos: “Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo.”
Nuestro hogar y nuestra patria se encuentra donde Jesús nos precedió. Es en ese lugar donde está registrada y constituida nuestra ciudadanía, donde se encuentra nuestra morada y tenemos nuestros derechos. Estamos bajo la protección, autoridad y poder real de la patria celestial.
El Señor vendrá a buscarnos para llevarnos con Él, es por eso que lo esperamos. No nos enviará a un ángel, sino que vendrá en persona. Y de la misma manera que un niño espera a su papá que prometió volver a buscarlo, o como una novia espera que su novio la venga a buscar, así espera la Iglesia a su Señor.
El escritor William MacDonald dice sobre el pasaje de Filipenses 3:20:
«No solo somos ciudadanos del cielo, ¡sino que también del cielo esperamos anhelantes al Salvador, al Señor Jesucristo! En el original se puede traducir por ansiosamente esperamos, y es un lenguaje intenso en el original, para expresar la anhelante expectativa de algo que se cree que es inminente. Significa literalmente proyectar la cabeza y el cuello adelante en ansiosa expectación de oír o ver algo».
¡Estimados amigos, deseo de corazón, que con la misma actitud de ansiosa expectación confirmemos que nuestra ciudadanía está en los cielos!