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Conocemos el relato de la crucifixión y todo lo que significa en torno al plan de Dios para la salvación. ¿Pero no existía otra forma? ¿Por qué, de todos los tiempos, Dios hecho hombre, murió en ese contexto? Y, ¿qué sentido tiene para entender mejor el Evangelio?
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PE2984 – Estudio Bíblico
¿Por qué la Cruz? (1ª parte)
¿Cómo están amigos? Aquí estamos listos para comenzar un nuevo tema de estudio. Seguramente alguna vez hemos sido cuestionados o nosotros mismos, nos hayamos preguntado sobre la clase de muerte que atravesó Jesús. Tal vez pensemos, ¿Por qué tan brutal?, ¿no había otra forma de lograr la salvación?
Vayamos a Romanos 5:8 al 11, dice así:
“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros. Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira. Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida. Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación”.
El Apóstol Pablo nos confronta con el pasado a través de la muerte del Señor Jesús en la cruz y nuestra posición de pecadores, y nos enfrenta a algo que traspasa lo temporal, el amor de Dios. Dios es eterno, por ende, su amor también lo es. El amor de Dios no tiene principio ni final, puesto que Dios es amor.
El pasaje que leímos también muestra cómo el amor eterno de Dios tiene grandes implicaciones para nuestro presente y futuro. Hay un elemento crucial en este pasaje: hemos sido justificados por la sangre de Jesucristo.
Pero, ¿por qué el Señor Jesús tuvo que sufrir la cruz?
¿No había otra manera? ¿No podría Dios haber pensado en algo más conveniente, más benévolo y menos sangriento?
Existe una afirmación que dice «La muerte de Jesús en la cruz no tuvo que ver con la necesidad de salvación, sino con la barbarie del hombre». En otras palabras, lo que quiere decir es que la crucifixión fue tan solo un accidente, un error o un golpe imprevisto del destino.
Sin embargo, eso significaría que Dios no es lo suficientemente poderoso como para evitar ese error, y que el Señor Jesús estaba realmente impedido en cumplir con el reclamo que encontramos en Mateo 27:40 que dice: “¡Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz!”.
Si Jesús no podía bajar de la cruz, este mensaje no puede traernos gozo, sino vergüenza. No se trataría de la proclamación de una gran victoria, sino del recuerdo del oprobio.
No obstante, la palabra de la cruz y, por lo tanto, la muerte del Señor Jesús, son para Pablo el evangelio por excelencia, aunque el punto culminante está en su resurrección. Sin muerte no hay resurrección, y sin resurrección no hay victoria, de modo que ambas están correlacionadas.
En resumen, todo el evangelio se sostiene y permanece en la crucifixión de Jesús y, por lo tanto, está basado en el plan divino de salvación. El mensaje de la cruz siempre ha generado molestias; eso no es nada nuevo. El apóstol Pablo escribe en 1 Corintios 1:18 “la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios.”
El solo hecho de pensar que el Dios santo y todopoderoso se humilló al punto de hacerse hombre, para sufrir y morir de manera miserable en una cruz, resulta demasiado para muchos. Esta es la razón por la que, incluso entre los cristianos, algunas personas niegan la obra de expiación de Jesús, y hasta lanzan frases provocativas, como: “¡No quiero tener nada que ver con un Dios que necesita sacrificios!”.
Sin embargo, quienes argumentan de esta manera no comprenden la perfecta santidad y absoluta pureza de Dios. En química, así como en medicina, la pureza absoluta es inalcanzable, por lo que ya se considera puro aquello que se aproxima al 100 %.
Esta es una buena ilustración de la diferencia entre nosotros y el Dios santo y puro. Los humanos somos incapaces de alcanzar la pureza absoluta, al menos no por nuestra cuenta. Es solamente por el sacrificio de su Hijo que Dios nos hace perfectos para siempre, nos hace 100% puros y limpios, pues, como leemos en 1 Juan 1:7 “La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado”.
Sin esta perfección, sin esta limpieza y santificación, ningún hombre puede acceder a la eternidad de Dios. Dios no puede simplemente hacer la vista gorda: solo algo tan santo y absolutamente puro como Él es capaz de entrar en su presencia. Dios es tan santo que Habacuc 1:3 exclama: “Tú eres demasiado puro para consentir el mal, para contemplar con agrado la iniquidad”.
Sin duda, la expiación en la cruz es cruel, sin embargo, muchos no se dan cuenta que la crucifixión de Jesús es un acto de salvación y un sacrificio amoroso. La santidad de Dios condena el pecado, pero el amor de Dios prepara una salida para el pecador.
Es y sigue siendo un hecho que no hay pecado en la presencia de Dios, por lo tanto, todo pecado, por pequeño que sea, y todo pecador, por más educado que sea, tiene negado el acceso al Padre.
¿Cómo puede un Dios de amor ser tan estricto? De hecho, estos dos términos no son contradictorios. La ira de Dios no es tan solo un castigo, sino también una defensa. Su ira es santa y amorosa, es la ira de Aquel que no quiere que nadie se pierda. Como Dios amoroso, odia el pecado, pues contamina al hombre y lo priva de la vida. Sin embargo, Él no sería Dios si no tuviera una solución para el dilema de Su santa ira ante el pecado y Su perfecto amor por el pecador. Debe existir una solución que surja de Su amor y a su vez esté en absoluta consonancia con su pureza, santidad y justicia. La justicia de Dios exige que el pecado sea juzgado, pero el amor de Dios allana el camino hacia el perdón.
¿Cómo es esto posible? Colosenses 2:14 cuenta que Dios mismo se hizo hombre y clavó en la cruz el acta de los decretos que había contra nosotros. Dios es el juez justo que expía el castigo que Él mismo dictó. Hay una historia de un juez que, según la ley de su país, tuvo que condenar a su querida madre a golpes de vara luego de comprobarse de manera indiscutible que era culpable. No era justo perdonarla y a su vez era poco amoroso condenar a su madre a este castigo. Después de que el juez, en aras de la justicia, la condenara, se levantó y con lágrimas en los ojos dijo: “Asumo la pena en nombre de mi madre”.
Dios no puede tolerar lo que está mal, pronunciando una amnistía arbitraria de índole universal. Simplemente sería contrario a Su justicia.
El nuevo cielo y la nueva tierra se perderían si el pecado no fuese vencido de manera definitiva y el pecador no fuese expiado por alguien sin pecado.
2 Corintios 5:21 dice: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado…”. Hechos 2:24 dice: “al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella.”
El vencedor de la muerte debe ser más fuerte que ella, el dador de la vida eterna debe ser eterno, ser un humano para poder morir y ser Dios para vencer sobre la muerte y el diablo como dice Hebreos 2:14 “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo,”. Solo uno cumplió todas estas condiciones como para ser el vicario que expíe nuestra culpa: ¡Jesús! Él es el sumo sacerdote que ofrece el sacrificio y es también el sacrificio ofrecido.