El séptuple descenso y ascenso de Jesús (1ª parte)
1 junio, 2024El séptuple descenso y ascenso de Jesús (3ª parte)
8 junio, 2024Autor: Norbert Lieth
Esta es la segunda parte de la serie “El séptuple descenso y ascenso de Jesús”. En el primer programa escuchamos que para Jesús, siendo infinito el colocarse bajo las limitaciones humanas fue un descenso voluntario e inexplicable para nuestro entender. Aquí escucharemos el sexto peldaño del descenso.
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PE3012 – Estudio Bíblico
El séptuple descenso y ascenso de Jesús (2ª parte)
Queridos amigos, en el programa anterior estudiamos Filipenses 2:5 al 7, donde vimos 5 pasos en el descenso de nuestro Señor Jesús. Siendo Dios, se despojó a sí mismo, se hizo hombre, se hizo siervo, y aun así se humilló más. El sexto peldaño de su descenso lo encontramos en Filipenses 2:8: “… haciéndose obediente hasta la muerte…”.
Esta obediencia hasta la muerte la vemos de manera impactante en el huerto de Getsemaní. Algunos argumentan que el diablo quiso matar al Señor Jesús allí en Getsemaní, para que no fuese a la cruz. Y Jesús habría orado al Padre para que no permitiera que muriera en ese momento. Esta idea se basa en el pasaje de Hebreos 5:7 que dice: “Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente”. Sin embargo, esta afirmación hace referencia a toda su vida, pues dice: “en los días de su carne”.
Además, el pasaje habla de “librar de la muerte” no de “librar ante la muerte”. Entiendo que la expresión “fue oído” se refiere a la resurrección: El Señor Jesús fue la primicia de la resurrección. Jamás hubiera muerto en Getsemaní, porque había anunciado tres veces en los Evangelios, que moriría en una cruz. Y cuando Pedro se opuso a esto, Jesús le había respondido: “¡Quítate de delante de mí, Satanás!” (Mt. 16:23).
El Señor recorrió el camino hacia la muerte, el cual comenzó en el pesebre y culminó en la cruz. Durante ese trayecto fue obediente en todo. La Biblia dice de Él: “Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (He. 5:8-9).
El huerto de Getsemaní nos muestra cómo Jesús eligió, de manera consciente, recorrer el camino de la muerte hacia la cruz. Allí comenzó su agonía. Leemos en los Evangelios que comenzó a “entristecerse y a angustiarse” (Mt. 26:37), “a sentir temor y tristeza” (Mr. 14:33, nvi); “Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo” (Mt. 26:38); “Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra” (Lc. 22:44); “Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú […]. Otra vez fue, y oró por segunda vez, diciendo: Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad” (Mt. 26:39, 42).
Cuando el Señor Jesús mencionó la copa, no se refirió a una muerte en el Getsemaní, sino a la muerte en la cruz, no obstante, fue en el huerto donde comenzó su batalla. Mismo en Getsemaní, Pedro quiso salvar a su Maestro de la muerte: Jesús entonces dijo a Pedro: Mete tu espada en la vaina; la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?”.
E Señor estaba decidido de ir por ese camino. No olvidemos que Jesús era verdaderamente humano. No dijo: “Pase de mí esta copa”, sino: “… si es posible, pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como tú”.
Con esto, Jesús dejó dos cosas en claro. En primer lugar, su camino era extremadamente difícil. Si hubiese habido otro camino, lo hubiese preferido. Si hubiese orado: “Padre, aparta de mí esta copa”, sin el añadido: “si es posible” y, además, hubiese dejado de lado la siguiente frase: “… pero no sea como yo quiero, sino como tú”, seguramente no hubiese pasado por la cruz. En segundo lugar, eso es exactamente lo que Jesús no hizo. Él dijo: “… no como yo quiero, sino como tú”, lo que significa que eligió de manera consciente la voluntad del Padre: “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón” (Sal. 40:9).
Jesús fue obediente hasta la muerte, y lo vemos de manera conmovedora en el huerto de Getsemaní.
Y el séptimo paso en su descenso lo encontramos en la última parte del versículo 8 no solo fue obediente hasta la muerte sino “…muerte de cruz”. Allí en la cruz cargó con todos los pecados del mundo. Todas las deudas de los hombres se depositaron a su cuenta: “…llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados” (1 Pedro 2:24). Un hecho expresado con fuerza en el grito de Jesús en la cruz: “Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”. ¿Has oído alguna vez gritar a un moribundo? Jesús en su condición de hombre fue abandonado por Dios, pues fue hecho pecado por nosotros en la cruz. A pesar de este amargo grito de dolor y de soledad, nuestro Señor nunca perdió su confianza en el Padre, pues leemos: “Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró” (Lc. 23:46).
Toda la miseria, los crímenes y los fracasos de los pecados; tanto los del pasado, del presente y los del futuro, fueron juzgados y pagados por completo en ese momento. No quedó allí ni el más mínimo residuo, ni una sola sombra en ningún rincón del universo. ¡No hay deuda que él no haya podido pagar! La Biblia lo expresa de la siguiente manera: “… y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos” (Col. 1:20).
De parte de Dios todo está hecho, solo falta que tomes la mano que Dios te ofrece.
“Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios” (2 Corintios 5:20).
– Dios se hizo hombre para que podamos ser hijos de Dios.
– Dios nació como hombre para que podamos nacer de Dios.
– Dios se hizo uno de nosotros para que podamos unirnos a Él por toda la eternidad.
El descenso de Jesús no fue el final de la historia, leemos en Filipenses 2:9-11:
“Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre”.
La imagen de un hombre, coronado de espinas, colgado en una vergonzosa cruz, no será lo último que el mundo verá de Él, pues Jesús fue exaltado por el Dios.
El principio divino es claro: el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será exaltado. También en Efesios 1:20 el apóstol Pablo cuenta que Dios le exaltó, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales. Al leer esto me imagino aquella entrada triunfal en el cielo, con los ángeles formando el cortejo, y el Padre conduciendo a Jesús hasta sentarlo a Su diestra. El Señor Jesucristo regresó al cielo de forma distinta a cuando lo había dejado. Ahora no solo era el Hijo de Dios, sino también el Hijo del Hombre, y así fue exaltado sobre todas las cosas. En Su exaltación, Jesús no entraría solo en el cielo, sino su Iglesia le seguiría, pues dice Efesios 2:6“… juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús”.
Desde Su exaltación, las lápidas de los creyentes que mueren llevan inscriptas las palabras: “con Cristo” o “en Cristo”. La Biblia afirma esta esperanza que tenemos en Él. 1 Pedro 1:3,4 “nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros”; Y Filipenses 3:20 añade: “nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo”.
En el cielo habitan ángeles, arcángeles, querubines y serafines, sin embargo, ninguno de ellos tiene el privilegio de sentarse junto a Dios, sino solo la iglesia, la que fue comprada con sangre. Estamos allí escondida con Cristo en Dios y coherederos con Él, pues somos miembros de Su cuerpo.