Mirar hacia el futuro es mirar el presente (parte 3).
21 febrero, 2008Resultados eternos de la muerte de Jesús (parte 2).
21 febrero, 2008Autor: Wim Malgo
La muerte expiatoria de Jesucristo en la cruz del Gólgota, tuvo tremendos efectos en diferentes aspectos. Pero, no somos tan conscientes de todo esto. Por eso, a menudo, sólo contemplamos un lado de la cruz. En este estudio escucharemos acerca del tan descuidado “otro lado de la cruz de Cristo”: el efecto práctico para nuestra vida.
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«Resultados eternos de la muerte de Jesús» (parte 1).
Cuando el Hijo de Dios murió en la cruz, «dijo: Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu» (Juan 19:30).
La muerte de Jesús es un acontecimiento incomprensible, que nunca hemos de poder describir en toda su profundidad con palabras humanas. En aquel entonces, no fue un simple hombre quien murió, sino aquel que era y es el único inmortal. En aquel entonces murió Dios en Jesucristo; murió la vida eterna. Pero, como la vida eterna no puede morir – puesto que sería una contradicción -, debe haber habido una fuerza aún mayor que la vida eterna que ocasionara la muerte de Jesús pese a su inmortalidad. Esta fuerza fue el amor, el amor del Padre y del Hijo, amor que todo lo domina y que todo lo vence. En Cantares, lo leemos en forma profética: «… Porque fuerte es como la muerte el amor» (Cantares 8:6). Cuando, por así decir, la vida eterna clamó: «… Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Mateo 27:46), Dios calló, tal como lo dice Sofonías 3:17: «… callará de amor…» De manera que como leemos en 1 Corintios 1:18, la palabra de la cruz, en su totalidad, realmente es poder de Dios para nosotros los redimidos. Pero para el mundo es locura, pues el hombre natural no sabe qué hacer con un Cristo crucificado.
Históricamente, está comprobado que Jesús murió en la cruz. El historiador judío Flavio Josefo relata:
«En esta época vivió Jesús, un hombre sabio, si es que en realidad se le puede decir hombre. Pues fue el consumador de hechos totalmente increíbles y maestro de toda la gente que, con gozo, aceptaba la verdad. De manera que atrajo a sí muchos judíos y también gentiles. Él fue el Cristo (es decir, el Ungido, el Mesías, nota del redactor). Y a pesar de que Pilato, instigado por los más distinguidos de nuestro pueblo, lo condenó a la muerte de cruz, Sus seguidores no le fueron infieles. Pues al tercer día él les volvió a aparecer con vida, tal como los profetas que Dios envió lo habían predicho. Y no sólo profetizaron esto, sino miles de otras cosas maravillosas. Y hasta el día de hoy persiste el pueblo de los cristianos, que se denominan así por él.»
Entonces, si es cierto que Jesús murió en la cruz, cuestionémonos lo siguiente: ¿Qué efectos tiene hoy en día Su muerte de cruz? Todos aquellos que están perdidos por la eternidad han de preguntarse esto. Pero también nosotros, los cristianos renacidos, podemos, en fe, hacernos esta pregunta. Para eso, fijemos nuestra vista espiritual sobre el agonizante Cordero de Dios. Observemos cómo entregó voluntariamente su vida: «… Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu.» Si una persona muere, no inclina su cabeza antes de hacerlo. Pero Jesús dio su vida voluntariamente, no le fue quitada. Primero inclinó su cabeza y después murió.
A continuación fijemos nuestra atención en siete efectos eternos de la muerte de Jesús en la cruz.
1. Respecto a Dios
Pedro escribe, en su primer epístola: «Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios, siendo a la verdad muerto en la carne…» (1 Pedro 3:18). En otras palabras: En el instante en que Jesús murió, en que exhaló su último suspiro, después de derramar su vida a través de su sangre, nos guió de regreso a Dios. Ese es el significado eterno de Mateo 27:50-51: «Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu. Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo…» ¿Qué significa esto? Que en el mismo momento en que Jesús murió, Dios mismo abrió para nosotros su morada, su lugar santísimo, que hasta el momento había estado clausurada debido al pecado. Esta apertura fue uno de los efectos de la muerte de Jesucristo. Su último clamor y la rasgadura del velo del templo sucedieron simultáneamente, de manera que el autor de la carta a los Hebreos se regocijó: «Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura» (Hebreos 10:19-22). Eso nos concierne a nosotros, quienes creemos en el Señor Jesús. De manera, que aquí vemos que el velo representa el cuerpo de Jesucristo, que ha muerto por nosotros en la carne. Y el velo, que por milenios había permanecido cerrado, se abrió, para que pudiéramos ingresar al lugar santísimo.
2. Respecto a Satanás
Satanás no sólo es el gran oponente de Dios sino que también es el enemigo mortal del hombre, al cual ha engañado para que pecara. Pero, como la paga del pecado es la muerte (Romanos 6:23), Satanás fue el príncipe de la muerte hasta que murió el cordero de Dios. Fíjese que digo expresamente «hasta» la muerte de Jesús. Pues, en Hebreos 2:14 leemos: «Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo». Fue así, que nos rescató de una muerte triple:
a. de la cruel muerte en manos de Satanás en la que, tras el fallecimiento, hubiésemos caído.
b. del espantoso temor a la muerte. Un hombre «muere» miles de veces en vida debido al temor a la muerte. Pero, en Hebreos 2:15 leemos: «… y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre».
c. De la tremenda muerte de la eterna no-reconciliación con Dios. Pues, dos versículos más adelante dice: «Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo» (versículo 17).
A través de la muerte de Jesús fuimos rescatados de una muerte triple, es decir respecto a Dios, a Satanás, y a nosotros mismos. En la segunda carta a los Corintios, Pablo lo expresa de la siguiente manera: «… el cual nos libró, y nos libra, y en quien esperamos que aún nos librará, de tan gran muerte» (2 Corintios 1:10). Cuando el Cordero de Dios murió, todo volvió a su cauce correcto: Los hijos de Satanás, hijos de la muerte, se volvieron Hijos de Dios, Hijos de la vida. Con referencia a esto, Pablo escribe: «Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él» (Colosenses 1:21-22). ¡Agradezcamos al Señor quien ha hecho tan grandes cosas por nosotros! Nos ha reconciliado con Dios, nos ha liberado de la esclavitud de Satanás y nos ha salvado de la intervención de Satanás sobre nuestras almas, acerca de las cuales tenía derecho por causa de nuestros pecados.
1 Comment
Muchas gracias por tan hermosa palabra.