La seriedad del plazo limitado. 3/4

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Titulo: La seriedad del plazo limitado. 3/4
 

Autor: WimMalgo 
Nº: PE1050

El Señor busca fruto en tu vida…

…¡y no espectaculares dones del Espíritu! Esta es la razón por la cual, durante Su vida en la tierra, habló muchísimo y con gran seriedad e insistencia de la necesidad de llevar fruto.

 


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La seriedad del plazo limitado. 3/4

Sabía usted, estimado amigo, que como hay «un» Espíritu, pero «el» fruto del Espíritu tiene diferentes efectos, así también es con los dones del Espíritu, con los ministerios en la Iglesia de Jesús y con la obra del único Dios: «Ahora bien, hay diversidad de dones; pero el Espíritu es el mismo. Hay también diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. También hay diversidad de actividades, pero el mismo Dios es el que realiza todas las cosas en todos» (1 Co. 12:4-6). Pero ahora, una cosa es urgentemente necesaria, a saber, que nosotros los creyentes del Nuevo Pacto comprendamos a través de estas exposiciones que el fruto del Espíritu, o sea, el sentir de Jesús, debe manifestarse en y a través de nosotros con sus nueve efectos, y esto diferenciándonos de los hombres del mundo. El gran pecado de esta época es la superficialidad y con esto la mezcla, el hecho de que no se ve más diferencia entre los seguidores de Jesús y los hijos de incredulidad, porque se ha borrado la frontera.

El Señor busca fruto en tu vida……¡y no espectaculares dones del Espíritu! Esta es la razón por la cual, durante Su vida en la tierra, habló muchísimo y con gran seriedad e insistencia de la necesidad de llevar fruto, por ejemplo en Mateo 7:16-20: «Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así también, todo árbol sano da buenos frutos, pero el árbol podrido da malos frutos. El árbol sano no puede dar malos frutos, ni tampoco puede el árbol podrido dar buenos frutos. Todo árbol que no lleva buen fruto es cortado y echado en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis.» ¡Qué mensaje de estremecedora seriedad! Ya Su heraldo, es decir, Su precursor Juan el Bautista anunció a sus oyentes: «El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles. Por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego.» También en Sus palabras de despedida, el Señor Jesús habla del asunto sumamente importante del llevar fruto y dice con gran seriedad: «Yo soy la vid, vosotros las ramas… Toda rama que en mí no está llevando fruto, (el Padre) la quita». Aquí el Señor habla de creyentes, que – bien es verdad – no irán a la perdición eterna por su falta de fruto, pero sí serán quitados.

Pierden la herencia, la corona, porque han perdido su meta. Dice la palabra: «Si alguien no permanece en mí, es echado fuera como rama, y se seca. Y las recogen y las echan en el fuego, y son quemadas». Encontramos el contexto de este pasaje en 1 Corintios 3:15, donde dice: «Si la obra de alguien es quemada, él sufrirá pérdida; aunque él mismo será salvo, pero apenas, como por fuego.» Dime: ¿Llevas como prueba de autenticidad de tu fe en Jesucristo este fruto tan necesario que el Señor busca en tu vida?

Querido amigo, no es casualidad que justamente en estos tiempos postreros se hable muchísimo de los dones del Espíritu, como si éstos tuvieran la prioridad. Pero nuestro Señor pone las prioridades justamente al revés. Pone los dones del Espíritu atrás y no los acepta como prueba de autenticidad de una vida santificada, sino que El quiere reconocernos a ti y a mí solamente por una cosa: ¡por el fruto! Al respecto, el Señor dice en Mateo 7:21: «No todo el que me dice Señor, Señor entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.» Y aunque en ese cercano día del encuentro, muchos querrán demostrarle por sus hechos que ellos también son hijos de Dios: «¡Señor, Señor! ¿No profetizamos en tu nombre? ¿En tu nombre no echamos demonios? ¿Y en tu nombre no hicimos muchas obras poderosas?», Jesús tendrá que responderles: «Nunca os he conocido (por el fruto, por el sentir de Jesús). ¡Apartaos de mí, obradores de maldad!». ¡Oh, escucha esta palabra muy seria: «Nunca os he conocido»!

Bien es verdad que tenían dones – pero el Señor buscó en vano fruto en su vida. Temo, querido amigo, que todavía no estás compenetrado del hecho que tu vida de fe, aunque sea llena de experiencias religiosas, no tiene ningún valor a los ojos del Señor si falta en ti el fruto del Espíritu con sus nueve efectos; y que un día, cuando estés delante de Jesús, lo pasarás como aquella señora en Alemania, que ahorró dinero con mucha aplicación hasta juntar la suma de 10.000 marcos imperiales. Al fin de la guerra, cuando toda Alemania quedó postrada al suelo, ella quería donar esta suma para la edificación de una escuela bíblica. Cuando, pues, llena de orgullo y de gozo fue al responsable para entregarle este gran sacrificio en acción de gracias – como ella pensaba – para la edificación de la escuela bíblica, el corazón del responsable se contrajo. Pues reconoció que esta sencilla señora no había notado que algunos días antes, los aliados habían declarado el marco imperial nulo y sin efecto. Y tuvo que decir a la viejecita: Tus 10.000 marcos imperiales no tienen más ningún valor.

Al meditar este acontecimiento, de repente tuve que pensar que muchos creyentes – como esta campesina – viven de día en día sin pensar en nada, sin preguntarse seriamente: ¿Tengo fruto – o voy al encuentro del Señor con manos vacías? ¿Podré sostenerme delante de El? Querido amigo, ¡El nos compró por precio muy alto! ¡El edificó la viña, y como creyentes hemos sido plantados en esta tierra de sangre! ¿Es así contigo? ¿Eres verdaderamente Su propiedad? Si es así, debe haber fruto en tu vida, ¡sino, todo esto no tiene valor!

Cuando leo con atención la parábola en Lucas 13, veo que Dios mismo busca con insistencia fruto en ti y en mí: «Entonces dijo al viñador: He aquí, ya son tres años que vengo buscando fruto en esta higuera y no lo hallo». Busca reiteradamente, viene una y otra vez, y tú te das cuenta de Su buscar, Su presencia, cuando El te habla mediante Su Palabra y te convence de la falta de fruto en tu vida. Bien es verdad que encuentra hojas, es decir, las obras de la carne como palabras ociosas, calumnia, crítica, impureza, avaricia etc., pero en vano busca en tu vida este fruto del Espíritu, el sentir de Jesús, la imagen de Su Hijo en ti. Con esto erras la verdadera meta de la salvación, la retransformación a Su imagen. Pues para esto entregó Dios a Su Hijo. Para esto, Jesús derramó Su preciosa sangre bajo sufrimientos torturadores, para que seamos «para la alabanza de la gloria de su gracia» . ¡Oh, qué grandes expectativas ha puesto el Eterno en ti, desde que te convertiste, desde que fuiste implantado en la viña, la tierra bañada de sangre del Gólgota! Pero he aquí: Aunque te has convertido, te aferras a viejos pecados. Bien es verdad que el Espíritu de Dios te advierte una y otra vez a través de Su Palabra, como por ejemplo, 2 Corintios 6:1: «Y así nosotros, como colaboradores, os exhortamos también que no recibáis en vano la gracia de Dios» – pero no obstante sigues siendo implacable y permaneces en el odio. La avaricia ahora como antes está en ti, destruyendo todo brote del fruto del Espíritu, del cual Pablo dice que consiste primeramente en amor: «Pero el fruto del Espíritu es: amor…» No es casualidad que pone el amor en primer lugar, pues el mismo Pablo dice en 1 Corintios 13:13: «Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.» Ya en el versículo 2 del mismo capítulo, eleva al amor sobre todo lo que se pueda nombrar: «Si tengo profecía y entiendo todos los misterios y todo conocimiento; y si tengo toda la fe, de tal manera que traslade los montes, pero no tengo amor (y ahora viene algo muy serio), nada soy.» Con esto, el Espíritu Santo indica: Dios busca en ti este fruto, el amor de Dios, el cual – si has nacido de nuevo – fue derramado por el Espíritu Santo en tu corazón. Si El lo encuentra, se regocija. Pero si no lo encuentra, entonces resuenan sobre ti las palabras que El dijo al viñador: «He aquí, ya son tres años que vengo buscando fruto en esta higuera y no lo hallo», pues en vano buscó durante todos estos años los efectos del fruto del Espíritu en tu vida, como: «amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio.»

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