¿Qué es nuestra vida?

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Título: ¿Qué es nuestra vida? 

Autor: Norbert Lieth  PE1267

¡Qué pregunta! Seguramente, no cometemos ningún error si alguna vez nos tomamos tiempo para reflexionar sobre nuestra vida. Diariamente estamos confrontado con la realidad: unos van, otros vienen.

¿Es esto todo? ¿Y después?  La Biblia es dada a los seres humanos como un compás en sus manos. Encontramos en ella orientación para nuestra pasajera vida terrenal.


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Estimado amigo, en Job capítulo 14, versículo 1-2 leemos lo siguiente: 

«El hombre, nacido de mujer, es corto de días y lleno de tensiones. Brota como una flor y se marchita; huye como una sombra y no se detiene».

Y en Salmos 103:15-16: 

«El hombre, como la hierba son sus días: Florece como la flor del campo que cuando pasa el viento, perece; y su lugar no lo vuelve a conocer».

Seguramente, no cometemos ningún error si alguna vez nos tomamos tiempo para reflexionar sobre nuestra vida. Cuanto uno más entra en años, tanto más sucede esto. Repentinamente uno se pone a pensar en el sentido de la vida. Con gusto se recuerdan tiempos pasados, aunque en ellos no siempre brillara el sol.

Del pasado deberíamos haber aprendido algo también: la rapidez con que se desvanece nuestra vida sobre esta tierra. En Eclesiastés 1:4a dice el sabio Salomón: «Generación va, y generación viene.» Solamente nos es necesario mirar el diario para ver confirmadas estas palabras. Diariamente encontramos en el mismo anuncios de fallecimientos y también de nacimientos. Unos van y otros vienen.

Diariamente vemos cuán rápido Dios pone fin a nuestra existencia terrenal. Pensemos tan solamente en los innumerables accidentes de tránsito u otros accidentes, en los cuales hay personas que pierden sus vidas. Es que Dios nos habla de muchas maneras para que reflexionemos sobre nuestras vidas, y también para hacernos pensar alguna vez en la muerte.

¡Enséñanos a recordar que tenemos que morir!

Moisés era un hombre muy inteligente, con un corazón sabio. Aunque llegó a cumplir 120 años, siempre estuvo consciente de que algún día le llegaría la muerte. En el Salmo 90:12 él ora así: «Enséñanos a contar nuestros días, de tal manera que traigamos al corazón sabiduría.» Las personas que tienen un corazón sabio, cuentan los días que les quedan de Dios. La Biblia es dada a los seres humanos como un compás en sus manos. Encontramos en ella orientación para nuestra pasajera vida terrenal.

Si Dios, por medio de Su Palabra, hace pensar al ser humano en su muerte, entonces lo hace con la intención de llevarlo a refugiarse en Jesucristo. A Marta, en Betania, el Señor le dijo: «El que cree en mí, aunque muera, vivirá» (Juan 11:25).

¿Qué es, entonces, nuestra vida? Santiago, el hermano del Señor, lo dice muy acertadamente: «…¿qué es vuestra vida? Porque sois un vapor que aparece por un poco de tiempo y luego se desvanece» (Santiago 4:14). ¡En forma plástica compara nuestra vida con el vapor! Con esto expresa lo corta que es la misma.

¿Nos encontramos en consonancia con la voluntad de Dios?

El pecado ha entenebrecido la mente del ser humano. En sus pensamientos, actos y planes, siempre parte de la base de una larga expectativa de vida. Al hacer proyectos el incrédulo se encuentra desesperadamente solo, porque todo lo hace sin Dios.

Santiago nos trasmite un poco de sabiduría de vida cuando escribe: «Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello» (Santiago 4:15). Siempre que pensamos en el futuro debería ser ésta nuestra actitud hacia la vida. Pero ¿no es cierto que muchas veces sucede, hasta en las vidas de los creyentes, que Dios – bajo la cobertura de la religiosidad carnal – simplemente es puesto a un lado? ¿No sucede, una y otra vez, que justamente en el servir a Dios las cosas salen mal, porque faltó la actitud interior «Si Dios quiere…»? La voluntad de Dios en todo lo que planeamos y pensamos para el futuro es decisiva para el éxito. De ningún modo podemos estructurar nuestras vidas sobre la base de la falsa idea de una larga vida.

Job tenía la actitud de vida correcta hacia todo lo terrenal. Esta estaba totalmente de acuerdo con su fe, y la expresó con estas palabras: «Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá» (Job 1:21a). A este hombre temeroso de Dios no le faltaba nada. Dios le había regalado riquezas y él tenía una actitud correcta hacia las mismas. El sabía que así como había entrado al mundo al nacer, así lo dejaría nuevamente. Esta actitud de fe la conservó cuando, esta última, fue puesta a prueba por Dios. Sabemos que Dios permitió a Satanás que éste atacara a Su siervo, para que la fe de Job saliera purificada del fuego de la tribulación.

Quien lee la Biblia sabe de las difíciles pruebas de Job. La generación de nuestros mayores puede, en parte, identificarse con Job porque sabe, de los tiempos de la guerra, lo que significa la pérdida de los bienes materiales, y la pérdida de hijos e hijas. A Job le fue quitado todo eso, pero su fe honró a Dios con las palabras: «Jehová dio, y Jehová quitó. ¡Sea bendito el nombre de Jehová!» (Job 1:21) ¿Será que hubiéramos reaccionado de igual modo, o que reaccionaríamos así, en un caso similar? Cuán a menudo los hijos de Dios, en toda pequeña tribulación, se desalientan, se desaniman, y hasta se desesperan. ¿Es normal eso para los cristianos? De ningún modo. Job salió victorioso de su prueba porque había puesto las cosas, con respecto a la vida, en su lugar correcto. El dijo: «El hombre, nacido de mujer, es corto de días y lleno de tensiones. Brota como una flor y se marchita; huye como una sombra y no se detiene» (Job 14:1-2). El describe al género humano desde Eva (la madre de todos los seres vivientes), al ser humano pecaminoso, nacido de mujer. No es de asombrarse que los humanos estén llenos de inquietud, pues detrás de esto está Satanás, el asesino de hombres desde el principio.

El rey Salomón reflexionó mucho sobre la vida debajo del sol, y llegó a la conclusión descrita en Eclesiastés 1:14: «He observado todas las obras que se hacen debajo del sol, y he aquí que todo ello es vanidad y aflicción de espíritu.» Esta era su propia experiencia de vida. Todo era vanidad, sin valor permanente. ¡Oh, mis queridos amigos y hermanos, tomemos nota de esto! No busquemos cosas vanas y sin importancia – éstas solamente nos dan mucha inquietud. Dan aflicción de espíritu. Recordemos que nos parecemos a una flor que pronto se marchita.

Por eso la pregunta importantísima: 

¿Quién y qué tiene el primer lugar en nuestra vida?

El rey David oró: «Somos forasteros y advenedizos delante de ti, así como todos nuestros padres. Nuestros días son como una sombra sobre la tierra, y sin esperanza» (1 Crónicas 29:15). Porque David sabía esto, él quería estructurar su vida de acuerdo a los pensamientos de Dios. Debemos ver su oración en el contexto de la construcción del templo y del sacrificio que había que hacer por el mismo. La edificación de la Casa de Dios era más importante para él que las riquezas del pueblo y que las suyas propias. La actitud de David era de orden celestial. El Santuario de Dios, el Templo, debía ser edificado; todo lo demás era secundario.

¡Deberíamos examinarnos, inmediatamente, para ver qué es lo que tiene el primer o segundo lugar en nuestra vida! Pues cada cristiano es llamado por Dios para colaborar en la edificación espiritual del Templo que es la Iglesia del Señor.

David buscaba la comunión con Dios, por eso la construcción del templo para su pueblo y para él mismo le era tan importante. El sabía de lo rápido que se va el tiempo y oró: «Hazme saber, oh Jehovah, mi final, y cuál sea la medida de mis días. Sepa yo cuán pasajero soy» (Salmos 39:4). El quería saber, de parte de Dios, cuánto de vida él podía esperar todavía. ¿Por qué? Seguramente no para poder juntar riquezas terrenales, sino para aprovechar el tiempo para llevar frutos para la eternidad. Estimado lector, ¿cómo usas tú el resto de tu vida?

Los cristianos nacidos de nuevo no llevan una vida al margen, escondida. Más bien ellos velan y ayudan, como colaboradores de Dios, en la edificación de la casa espiritual, hasta que se haya puesto la última piedra. Pues, entonces, según se nos ha prometido, regresará el Señor.

El apóstol Pablo recomendó a los colosenses: «Andad sabiamente para con los de afuera, redimiendo el tiempo» (Colosenses 4:5). ¡Usemos los días que nos son dados todavía, de parte de Dios, para ganar almas para el Cordero! «Ciertamente, yo no quiero la muerte del que muere, dice el Señor Jehovah. ¡Arrepentíos y vivid!» (Ezequiel 18:32).

En Job 7:6 leemos: «Mis días son más veloces que la lanzadera del tejedor y se acaban sin que haya esperanza.» Recordemos esto: Ningún ser humano puede detener los años, que se van como al vuelo – ya sea que los comparemos con una lanzadera de tejedor, con una sombra o con el vapor. Sí, ¿qué es nuestra vida? Escuchemos la Palabra del Señor: «De cierto, de cierto os digo que el que oye mi palabra y cree al que me envió tiene vida eterna. El tal no viene a condenación, sino que ha pasado de muerte a vida» (Juan 5:24).

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