Caleb – Su contexto histórico y su relación con Dios (1/4)
14 febrero, 2010Caleb – Su contexto histórico y su relación con Dios (3/4)
14 febrero, 2010Título: Caleb – Su contexto histórico y su relación con Dios (2/4)
Autor: Esteban Beitze
Nº PE1457
En medio de la noche oscura de la incredulidad, desazón y cobardía, aparece una luz que ilumina el camino, que da confianza y seguridad. Es un hombre que, en medio de la oposición y grandes retos, demostró ser un líder íntegro, capaz y perseverante. Ese hombre fue Caleb. Hoy, como nunca antes, la mies del Señor requiere de creyentes y, sobre todo, de líderes firmes, íntegros, que sirvan de ejemplo para otros. Caleb lo fue, tú también lo podrás ser. ¿Estarás dispuesto a ser usado por Dios?
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Hola amigos, ¿cómo están? En el programa pasado estábamos hablando de la difícil situación que estaba enfrentando Caleb. Y de acuerdo a su reacción, nos preguntamos: ¿De dónde sacó fuerzas para enfrentar esa difícil situación? ¿En qué se basaba su valor? ¿Se pudo mantener igual a lo largo de su vida? Para tratar de responder estas preguntas, vamos a ver, para comenzar, como era en la vida de Caleb…
… SU RELACIÓN CON DIOS
Sin lugar a dudas, el valor y la fortaleza que demostró Caleb se debió a su relación con Dios.
Hay seis aspectos que queremos observar en cuanto a este tema: una decisión, una recordación, suconvicción,su diferenciación, su sumisión y la bendición o maldición.
Comenzamos con la Decisión
Veremos este punto desde dos perspectivas.
La primera es que después de esta valiente reacción de Caleb y Josué frente a una multitud antagónica, Dios da un terrible veredicto. Leemos en Nm. 14:22 y 23 que acerca del pueblo rebelde dijo: «Todos los que vieron mi gloria y mis señales que he hecho en Egipto y en el desierto, y me han tentado ya diez veces, y no han oído mi voz, no verán la tierra de la cual juré a sus padres; no, ninguno de los que me han irritado la verá«. Pero hubo también una clara diferenciación. Porque vemos que en el vs. 24 continuó diciendo: «Pero a mi siervo Caleb, por cuanto hubo en él otro espíritu, y decidió ir en pos de mí, yo le meteré en la tierra donde entró, y su descendencia la tendrá en posesión«.
La expresión que quisiera resaltar es: «decidió ir en pos de mí«. Es un precioso testimonio que recibe este hombre de parte de Dios mismo. Hubo un momento en su vida cuando tuvo que elegir entre seguir el camino por el que iba el resto del pueblo o seguir a Dios. Él se decidió por Dios, aunque seguramente no era el camino más fácil. Tenía que ir en contra de la corriente, diferenciarse y por esto hasta se consiguió el odio del pueblo que, incluso, lo quiso linchar. Pero esta decisión que había tomado permaneció firme. Había elegido que Dios fuera su Señor. No quiso seguir su propia voluntad o la de los demás.
La misma decisión la encontramos varias veces en la Biblia. Josué, más tarde, puso al pueblo frente a la decisión: «… escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová«. Otro caso se dio cuando el profeta Elías exhortó al pueblo de Israel, diciendo: «¿Hasta cuándo claudicaréis vosotros entre dos pensamientos? Si Jehová es Dios, seguidle; y si Baal, id en pos de él«. También en el tiempo de Jesús hubo un momento de decisión entre la multitud que le seguía. Después de mostrar claramente lo que significaba seguirlo a Él, leemos en Jn. 6:66 al 68 que «muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él. Dijo entonces Jesús a los doce: ¿Queréis acaso iros también vosotros? Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna«.
Ésta es la pregunta que cada ser humano tendrá que plantearse alguna vez en su vida. ¿Sigo mis propios caminos o abro mi corazón a Jesucristo? No hay una tercera opción. Jesucristo mismo dijo: «El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama«.
Pero esta decisión no es simplemente la elección de un color de pantalón o la marca de una bebida que se va a beber. Es una decisión con consecuencias permanentes, sí, eternas. Lo vemos en este relato, en el hecho que el castigo de Dios vino sobre toda esa generación que se había rebelado contra Dios. Todos ellos tuvieron que morir en el desierto en los años siguientes, sin poder entrar a la tierra prometida. Para los 10 espías que hicieron acobardar al pueblo, la muerte fue inmediata.
Dice la Palabra acerca de ellos, en Nm. 14:37: «aquellos varones que habían hablado mal de la tierra, murieron de plaga delante de Jehová«. Dios juzga la incredulidad. El juicio fue inmediato y total. Esto me hace recordar al conocido pasaje de las Escrituras, de Ro. 3:23: «Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios«. Y también a Ro. 6:23: «Porque la paga del pecado es muerte…» Toda esa gente de aquél entonces, como también la de hoy, cae bajo este veredicto. Todos somos culpables frente a Dios. Nuestros pecados nos separan de este santo Dios. Junto a Él, el pecado no puede existir, y por eso tiene que ser juzgado. Automáticamente existe separación entre Dios y las personas. Para colmo, el ser humano no puede hacer nada para ser aceptado delante de Dios. No lo salvan las religiones, las buenas obras, filosofías, ideologías o cualquier otra cosa hecha por esfuerzo humano, porque siempre estará marcado por nuestra naturaleza pecaminosa.
Pero Dios mismo ideó un camino por el cual esta situación puede encontrar solución. Aunque merecemos la separación eterna de Dios, éste nos da un regalo. Pues, la segunda parte de Ro. 6:23 dice: «… mas la dádiva(o el regalo)de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro«. El gran amor de Dios se demostró en el hecho que Él mismo entregó a Su propio Hijo para que muriera en nuestro lugar, porque como dice Ro. 5:8: «Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros«. ¿Por qué tuvo que morir Jesús? Alguien tenía que pagar la culpa de nuestro pecado. Como ya vimos, el pecado trae la muerte como consecuencia. Al morir en nuestro lugar, siendo completamente justo, canceló nuestra culpa, por lo cual Dios ahora nos ve justos por medio de la sangre que Cristo vertió en la cruz. La Biblia dice en Ro. 5:1: «Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo«.
Una vez estábamos predicando en una cárcel de menores. Uno, al cual un hermano me había señalado como el más peligroso del penal, al que inclusive los guardias le tenían miedo, se había sentado aparte del grupo. Su mirada oscura, su expresión rebelde y aún todo su cuerpo tatuado, demostraban rebeldía, odio y amargura. Después de una breve predicación en la cual resaltamos el poder de Dios para cambiar las vidas y dar verdadera paz y libertad, este muchacho decidió aceptar a Cristo como Salvador y oró para que Él le perdonara todos sus pecados. Se pudo convertir en un hijo de Dios y, al hacerlo, hoy tiene paz y libertad a pesar de encontrarse detrás de las rejas.
¿No necesitas esta paz? La salvación, el perdón de los pecados, la paz con Dios y la vida eterna están disponibles para todos aquellos que creen y aceptan el regalo de la salvación, no importando lo que hayan hecho o dejado de hacer. Pero, para que esto suceda hay que tomar una decisión, así como la tomó Caleb. La decisión que se requiere también la encontramos en la Biblia, en Ro. 10:13: «Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo«. En otras palabras, tienes que reconocer tu pecado, arrepentirte, pedirle perdón a Dios, y creer que Jesús murió en tu lugar en la cruz, pagando tu culpa.
Pero es una decisión muy seria. Las consecuencias de rechazar este regalo, que le costó nada menos que la vida al Hijo de Dios, son trágicas. Dice la Palabra de Dios en Jn. 3:36: «El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él«. La incredulidad es el único pecado que Dios no puede perdonar. Ahora la decisión es tuya. De parte de Dios está todo hecho, ahora ¿cómo reaccionarás? En He. 3:7 y 8, Dios nos muestra que esto es algo urgente: «Por lo cual, como dice el Espíritu Santo: Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones«. El pueblo fue rebelde a Dios y ya no pudo entrar en la tierra prometida. Pero aún más serio es el hecho de no escuchar la voz de Dios ahora, porque la Biblia también enseña que para los tales está preparado el infierno, la condenación eterna: «Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego» (dice Ap.20:15).
Caleb tomó la decisión correcta, ¿y tú?
Viendo esto desde otra perspectiva, quisiera referirme a la misma decisión, pero en otra etapa de la vida. Si ya eres creyente, esta decisión se tiene que renovar constantemente. De Caleb leímos: «…decidió ir en pos de mí…» Él no vivía en un pueblo pagano. No vivía entre los cananeos u otros pueblos idólatras. No, él vivía en medio del pueblo de Dios. Era ese pueblo, al cual Dios había sacado de la esclavitud de Egipto. Fue a ese pueblo que lo guió con una nube por el desierto. A ese pueblo Dios le dio los mandamientos, y también fue a ese pueblo que le hizo hacer un lugar de adoración – el tabernáculo – porque quería estar en medio de ellos. Israel era el pueblo elegido de Dios. En medio de ese pueblo vivía Caleb. Pero ellos no quisieron seguir al Señor.
Traigamos esta historia al día de hoy. Diríamos que todas son personas que concurren a la iglesia y se llaman cristianas. Evidentemente sería una situación ideal, y uno podría suponer que este pueblo también buscaría hacer la voluntad de Dios bajo cada circunstancia. Pero lamentablemente, en aquella época, no fue así. Todo el pueblo adulto, más de 600.000 hombres – y podemos suponer otra cantidad semejante de mujeres – se rebelaron contra Dios. De toda esta multitud que estaba delante de Moisés y de Dios, sólo dos personas decidieron ser diferentes. Uno de ellos fue Caleb. Sólo de él Dios dice: «…decidió ir en pos de mí«. Uno se podría preguntar, ¿no eran todos los demás también integrantes del pueblo de Dios rescatado de Egipto? ¿No vieron todos ellos las maravillas y plagas en Egipto? ¿No habían gozado de la guía, provisión y cuidado de Dios en el desierto? ¿No habían escuchado la voz de Dios y recibido Sus mandamientos? ¡Sí y otra vez sí! ¡Fueron ellos! Pero sólo dos pusieron su confianza en Dios; sólo dos decidieron seguir al Señor.
Lamentablemente, los tiempos no han cambiado. Hoy en día, en las iglesias, encontramos a muchas personas que se llaman cristianas, pero ¿cuántos son los que verdaderamente están dispuestos a seguir al Señor? Hay muchos que siguen al Señor de nombre, están en las iglesias, llenan sus bancos, pero a la hora de la verdad, de repente ya no están. El pasaje de Juan 6:66 lo muestra claramente: «…muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él«.
A una de las iglesias de Asia el Señor le tiene que decir: «Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca«. La tibieza, la indiferencia en la vida cristiana, a Dios le da asco. En el Antiguo Testamento, Él hasta llega a decir por boca del profeta Jeremías: «Maldito el que hiciere indolentemente la obra de Jehová…«
En cierta ocasión, después de una predicación se me acercó un hombre que quería volver a ordenar su vida. Había sido líder de jóvenes, tenía el don de evangelista, había predicado en las cárceles y a muchos pudo llevar a los pies del Señor. Pero, de alguna forma, el amor al mundo fue tomando dominio de él, y Dios y Su obra quedaron a un costado. Con lágrimas en los ojos se arrepintió de su mal camino y se comprometió a tener a Dios otra vez en primer lugar en su vida.
Ya existen demasiados cristianos tibios, ¿nos despertaremos? ¡El señorío de Cristo se tiene que manifestar en nuestras vidas!
El seguir a Cristo cuesta, no es fácil. Esto nadie lo puede negar, porque Jesús mismo dijo en Mt. 10:38: «el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí«. Pero Jesús no sólo muestra la seriedad del discipulado, sino también la recompensa: «El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará» (vs. 39). Será una vida que realmente valga la pena vivir. Será una vida bien aprovechada, porque es para el Señor. Pero esto requiere, una vez más, una decisión. Como dice una conocida canción:
«He decidido seguir a Cristo.
He decidido seguir a Cristo.
He decidido seguir a Cristo.
No vuelvo atrás, no vuelvo atrás».
Que esta también sea la decisión de tu vida. Estoy seguro que no te arrepentirás.
1 Comment
Muy interesante entrar a esta pajina ya que como predicadores necesitamos material de estudio bendiciones