La Profecía y el Evangelio (2ª Parte)

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La Profecía y el Evangelio 
(2ª parte)

Autor: Arno Froese

  El autor se pregunta: ¿qué tiene que ver la profecía con el evangelio? La palabra profética, ¿tiene relevancia en relación con las buenas nuevas? ¡Veamos cuales son las respuestas, basadas en la Palabra de Dios!


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PE1892 – Estudio Bíblico  –  La Profecía y el Evangelio (2ª Parte)



Estimados amigos oyentes, en primer lugar, repasamos algunos conceptos ya mencionados en el programa anterior, para introducirnos en el tema.

Sin la Palabra de Dios no existe vida alguna, no existe la creación ni existen los cristianos. Aquellos que creen en el mensaje de la Biblia y que han nacido de nuevo del Espíritu de Dios, confirman, testifican e insisten en que este libro, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, es el decreto de Dios revelado para los seres humanos.

El mismo Dios que instituyó el antiguo pacto, también es el autor del nuevo pacto. Y el fundamento del mismo es el eterno Cordero de Dios, mencionado en 1 Co. 3:11.

Tenemos que entender que el Nuevo Testamento no puede ser separado del Antiguo, del mismo modo que el Antiguo Testamento no puede ser separado del Nuevo. Ambos, juntos, forman un libro que contiene el mensaje de Dios para todos los seres humanos de todos los tiempos.

Hemos mencionado algunas citas del evangelio de Mateo, con respecto al nombre de Jesús, que deberían alcanzar para demostrar la unidad del Antiguo con el Nuevo Testamento.

Jesús confirmó la fiabilidad y la exactitud del mismo. El Antiguo Testamento anunciaba la venida de Jesucristo; el Nuevo Testamento documenta que Jesús vino para hacer la perfecta voluntad del Padre, y realiza una declaración profética: Él volverá otra vez.

Con estas cosas en mente, continuamos ahora viendo: El Evangelio de la historia: Jesús presenta la prueba indiscutible de la exactitud del Antiguo Testamento. De la siguiente manera, en Mateo 23:29 al 38, él anunció el juicio sobre los líderes religiosos en Jerusalén que infringían la verdad del Antiguo Testamento:“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque edificáis los sepulcros de los profetas, y adornáis los monumentos de los justos, y decís: Si hubiésemos vivido en los días de nuestros padres, no hubiéramos sido sus cómplices en la sangre de los profetas. Así que dais testimonio contra vosotros mismos, de que sois hijos de aquellos que mataron a los profetas. ¡Vosotros también llenad la medida de vuestros padres! ¡Serpientes, generación de víboras! ¿Cómo escaparéis de la condenación del infierno? Por tanto, he aquí yo os envío profetas y sabios y escribas; y de ellos, a unos mataréis y crucificaréis, y a otros azotaréis en vuestras sinagogas, y perseguiréis de ciudad en ciudad; para que venga sobre vosotros toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de Zacarías hijo de Berequías, a quien matasteis entre el templo y el altar. De cierto os digo que todo esto vendrá sobre esta generación. ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste! He aquí vuestra casa os es dejada desierta”. A aquellos a quienes les había sido encomendado el servicio del antiguo pacto les fue comunicado sin contemplaciones, que estaban equivocados.

Jesús vuelve muy atrás en el pasado, mucho más allá de los comienzos de Israel, a Abel y Caín. Es así que confirma que las Escrituras comienzan con Génesis, y que atraviesan todo el Antiguo Testamento hasta Zacarías.

E, incluso, va un paso más allá, acusando a los líderes religiosos del asesinato de Abel el justo, hasta el del profeta Zacarías. Él muestra que el espíritu maligno que llevó a Caín a matar a su hermano Abel, es el mismo que llevó a los líderes religiosos a asesinar a Zacarías.

¿Cuál fue el resultado final? El fin de la ciudad de Jerusalén, incluyendo el santo templo. La destrucción fue desastrosa, de modo que ninguna piedra quedó sobre otra, como él mismo afirmó en Mt. 24:2:“Respondiendo él, les dijo: ¿Veis todo esto? De cierto os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada”.

Esta profecía se cumplió en el año 70 d.C., cuando la legión romana reconquistó a Jerusalén y destruyó el templo. Es historia anotada con precisión y apoyada por diversas fuentes, incluyendo la arqueología.

En su larga defensa, Esteban recuerda los comienzos de Israel, comenzando con Abraham. Resume varios acontecimientos importantes de la historia de Israel, entre otros, la esclavitud de 400 años de duración en Egipto. Menciona a Isaac, Jacob, José y Moisés, quien sacó al pueblo de Egipto. Luego, termina su testimonio con una fuerte acusación, que refleja las palabras de Jesús. La leemos en Hch. 7:51 y 52:“¡Duros de cerviz, e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros resistís siempre al Espíritu Santo; como vuestros padres, así también vosotros. ¿A cuál de los profetas no persiguieron vuestros padres? Y mataron a los que anunciaron de antemano la venida del Justo, de quien vosotros ahora habéis sido entregadores y matadores”.

En su primer viaje misionero en Hechos 13 vemos como el apóstol Pablo le predica a los “hombres de Israel”, en Antioquía, el Evangelio de la historia desde el Antiguo Testamento. Él describe la historia de Israel y demuestra que Jesús es el cumplimiento de la misma. Menciona a David como clara alusión al Santo – Jesús, el Cristo. Así leemos en Hch. 13:32 al 40:“Y nosotros también os anunciamos el Evangelio de aquella promesa hecha a nuestros padres, la cual Dios ha cumplido a los hijos de ellos, a nosotros, resucitando a Jesús; como está escrito también en el salmo segundo: Mi hijo eres tú, yo te he engendrado hoy. Y en cuanto a que le levantó de los muertos para nunca más volver a corrupción, lo dijo así: Os daré las misericordias fieles de David. Por eso dice también en otro salmo: No permitirás que tu Santo vea corrupción. Porque a la verdad David, habiendo servido a su propia generación según la voluntad de Dios, durmió, y fue reunido con sus padres, y vio corrupción. Mas aquel a quien Dios levantó, no vio corrupción. Sabed, pues, esto, varones hermanos: que por medio de él se os anuncia perdón de pecados, y que de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser justificados, en él es justificado todo aquel que cree. Mirad, pues, que no venga sobre vosotros lo que está dicho en los profetas”.

Cuando Pablo regresó de su segundo viaje misionero, fue arrestado en Jerusalén, y otra vez utilizó el Antiguo Testamento para confirmar la historia de Israel en Hechos 23. El Evangelio de la historia es confirmado una y otra en todo el Nuevo Testamento.

Veamos ahora algo sobre: El Evangelio de la salvación: El mensaje central de la Biblia es el Evangelio de la salvación. Anuncia justamente eso: salvación eterna a través de la fe en la obra realizada por Jesús, que lleva al nuevo nacimiento. Bajo el antiguo pacto eso era imposible. El servicio de los sacerdotes y el sistema de sacrificios, en el mejor de los casos, podría cubrir los pecados del pueblo en forma pasajera. El Evangelio de la salvación en el nuevo pacto, sin embargo, es algo totalmente diferente: ocasiona la extirpación del pecado. El mismo no se basa en el cumplimiento de la ley y los sacrificios repetitivos, sino en el definitivo pago por el pecado a través de la sangre de Jesucristo, el Hijo de Dios.

Hebreos 10:4 nos dice que:“la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados.”Acerca de Jesús, Hebreos 10:12 dice:“Pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios.”Según 1 Juan 3:5, a través de Su sacrificio Él quitó nuestros pecados:“Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él.”

Ésa es la clara diferencia entre el antiguo y el nuevo pacto. El antiguo pacto ofrecía al pueblo de Israel la posibilidad de cubrir sus pecados con la sangre de un animal de sacrificio, pero el nuevo pacto se basa en la sangre del que no tuvo pecado, como paga total por los pecados del mundo entero. Y ésta es la clara y gran diferencia: Este nuevo pacto quita el pecado.

 

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