La tradición de no hacer caso a la tradición (1ª parte)
17 agosto, 2015Gran alegría en el pueblo de Dios (1ª parte)
17 agosto, 2015 La tradición de no hacer caso a la tradición
(2ª parte)
Autor: Wolfgang Bühne
“De repente” – sin haberlo planeado ni soñado – el Espíritu de Dios había dado a los líderes y al pueblo un avivamiento por medio de Ezequías.
Y esto los llevó a darse cuenta de una cosa: ¡Hacía 250 años que no se celebraba la Pascua!
Esta fiesta prescrita por Dios, instaurada para recordar a Israel la noche de la liberación de la esclavitud de Egipto por la sangre del cordero de la pascua, había caído en el olvido …
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PE2057 – Estudio Bíblico
La tradición de no hacer caso a la tradición (2ª parte)
¿Cómo están amigos? Habíamos dicho que: La obediencia es la llave que nos abre la puerta a nuevos conocimientos. Este principio espiritual lo vemos bien ilustrado en el correr de la historia. Como dice Prov. 15:33: “El temor de Jehová es enseñanza de sabiduría…”
La decisión de celebrar la pascua fue: Un acuerdo común
Por los versículos 2 y 12, del capítulo 30 de Ezequías, deducimos que aquí no se trató de una orden caprichosa y solitaria de Ezequías de celebrar la pascua e invitar a todo el pueblo a la fiesta. Sino que hubo un acuerdo con los “principales” y “toda la congregación en Jerusalén”.
Dios, a menudo, usa a personas individuales para desencadenar un avivamiento. Ezequías predicó con el ejemplo. De seguro habría podido dar muchas razones para no buscar consejo con los aletargados, inflexibles y dormidos principales. Pero, Ezequías comprendió que esta gran obra de reforma en Israel no se podía llevar a cabo solamente con un solista. Buscó la colaboración de los responsables y voluntarios del pueblo y, con la ayuda de “la mano de Dios”, ellos tuvieron “un solo corazón” para cumplir con la voluntad divina.
De la misma manera, un cristianismo en solitario no corresponde con el plan de Dios y está expuesto a grandes peligros. El Señor Jesús envió a Sus discípulos de dos en dos a la obra de segar la mies. Y los Hechos de los apóstoles nos muestran cómo el evangelio se extendió y las iglesias fueron consolidadas por el trabajo en equipo.
Es interesante, en el caso de Ezequías, que juntos se dieron cuenta de que la pascua no podían celebrarla en el mes primero, como estaba prescrito, porque “no había suficientes sacerdotes santificados”. Evidentemente habían estudiado los libros de Moisés, y se habían dado cuenta que había un permiso excepcional para celebrar la pascua en el mes segundo, y eso encajaba exactamente en su situación. Aquí vemos cómo las consultas conjuntas, junto con la Palabra de Dios, hacen que aumente el conocimiento de la voluntad de Dios en cuanto a la situación que se vive en ese mismo momento.
El resultado fue que enseguida pusieron en camino las buenas nuevas. Las invitaciones a la fiesta de la pascua fueron enviadas por carta. Los destinatarios no fueron solamente los ciudadanos de Judá, con su centro en Jerusalén, sino que fue pasado “pregón por todo Israel, desde Beerseba hasta Dan” (como podemos leer en el v. 5 de Ezequías 30) y también “Efraín y Manasés, hasta Zabulón” (vs. 1 y 10).
Samaria, el reino de las diez tribus, ya había sido llevado a la cautividad por los asirios, de modo que eran sólo unas pocas personas las que vivían en las ciudades y pueblos, que estaban despoblados y desiertos. Y éstas adoraban a los dioses de las naciones paganas (como lo podemos ver en 2 Re. 17).
Pero, ante la fiesta de la pascua, Ezequías tenía un interés en todo el pueblo de Dios, al enviar los “correos con cartas de mano del rey y de sus príncipes por todo Israel y Judá”. Ezequías había comprendido que la pascua no simbolizaba solamente el recuerdo de la salvación por medio de la sangre del cordero, sino que al mismo tiempo ponía de relieve la unidad y la comunión del pueblo de Dios. Él también se sentía unido a los miembros del pueblo de Dios que estaban bajo dominio extranjero y habían adoptado costumbres y ritos paganos.
Hoy nos encontramos en una situación muy parecida a la de aquellos tiempos. La Iglesia de Dios de hoy en día está envuelta en discusiones y muy dividida. No existe ninguna unidad ni testimonio común. Muchos hermanos se encuentran en iglesias y congregaciones donde se toleran falsas doctrinas, inmoralidad y principios que no son bíblicos, o que se aceptan como pertenecientes a la cultura. Añadido a esto está el creciente número de creyentes que, por sus vivencias en sus iglesias, están sumidos en tal frustración que ya no quieren adherirse a ninguna asamblea.
Qué bendición, en cambio, son los creyentes e iglesias con un corazón ancho y un genuino sentido de responsabilidad para todos los hijos de Dios, que tratan de “guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (como dice Ef. 4:3). Creyentes que no hacen la vista gorda frente a las opiniones y a las prácticas antibíblicas, sino que con un corazón compasivo y amoroso invitan a volver a Dios y a orientarse de nuevo, viviendo ellos mismos como ejemplo de lo que es la vida en una Iglesia marcada por el Espíritu Santo.
Las cosas en el tiempo de Ezequías se hicieron en: Verdad y amor.
En las “cartas de mano del rey”, repartidas por todo Israel por los mensajeros, las graves diferencias dentro del Israel dividido no fueron omitidas, según la divisa “los dogmas separan – el amor une”. El mensaje del rey contenía tanto la exhortación de volver a Jehová y arrepentirse, como también la invitación amorosa y alentadora a celebrar la pascua en Jerusalén:
– Hijos de Israel, volveos a Jehová el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob…
– No seáis como vuestros padres y como vuestros hermanos, que se rebelaron contra Jehová el Dios de sus padres…
– No endurezcáis, pues, ahora vuestra cerviz como vuestros padres; someteos a Jehová, y venid a su santuario…
– Porque si os volviereis a Jehová, vuestros hermanos y vuestros hijos hallarán misericordia delante de los que los tienen cautivos, y volverán a esta tierra; porque Jehová vuestro Dios es clemente y misericordioso, y no apartará de vosotros su rostro, si vosotros os volviereis a él.
Las cartas del rey estaban marcadas por la verdad y el amor. En nuestra manera de pensar, hablar y vivir deberían reconocerse estos dos grandes rasgos característicos de nuestro Señor.
“La verdad sin misericordia produce un legalismo vanidoso, que envenena a la Iglesia y aleja de Cristo a la gente del mundo. La misericordia sin la verdad produce una indiferencia moral, e impide que las personas reconozcan que necesitan a Jesucristo.”
“Sin la verdad nos falta el valor para hablar, nos faltan las convicciones que hay que transmitir. Sin la misericordia nos falta la compasión necesaria para enfrentarnos a las necesidades más profundas de nuestro prójimo.”
Ellos se habían propuesto ir: De ciudad en ciudad, a pesar de todo.
Es una escena conmovedora observar a los mensajeros del rey llevando a cabo su cometido. Tienen buenas noticias en sus manos. Se dan prisa para invitar al mayor número posible a la gran fiesta en Jerusalén: “Pasaron, pues, los correos de ciudad en ciudad por la tierra de Efraín y Manasés, hasta Zabulón” (nos dice el v. 10).
Meditar en esta escena nos hace pensar en Isaías 52:7, donde habla de los “pies hermosos” de aquel que sobre los montes “trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del que trae nuevas del bien…” Pero al mismo tiempo desilusiona ver que la reacción de los invitados de entonces, al igual que hoy es la de burlarse y reírse. Esta gente no tenía ningún interés en peregrinar a Jerusalén. El rey y su petición eran algo extraño para sus corazones y sus cabezas. Se habían conformado e incluso encariñado con su propio “culto” mezclado con el paganismo y la idolatría (como leemos en 2 Re. 17:33). Y así se rieron y se burlaron de estos mensajeros de poco mundo y su ridícula invitación que no les interesaba en lo más mínimo. Henri Dossier, antiguo comentarista (que vivió entre 1835 y 1928), acota lo siguiente sobre este pasaje:
“Escribid cartas como Ezequías. Mandad vuestro mensaje a todas partes y decid: el pueblo de Dios es un pueblo; es necesario que se reúna rápidamente para adorar a Dios. Que testifique en la mesa del Señor de esta unidad obrada por el Espíritu Santo. Que se purifique de toda mezcla con un mundo impuro, y – por muy baja que haya sido la caída – podrá volver a experimentar las primeras bendiciones. No creáis que hallaréis muchas almas. Vuestra amonestación tendrá como respuesta la indiferencia, la burla y el desprecio.”
Pero los correos del rey no se desaniman por las reacciones negativas – siguen adelante y ven cómo “algunos hombres de Aser, de Manasés y de Zabulón se humillaron, y vinieron a Jerusalén”.
En nuestros días va a ocurrir lo mismo. La invitación de obedecer a la Palabra de Dios, también con respecto a las cuestiones del culto, no despertará gran entusiasmo, sino que muchas veces nos encontraremos con indiferencia, desinterés e incomprensión.
William MacDonald, con su larga experiencia, escribió una vez:
“Atenernos a la verdad del Nuevo Testamento siempre significará que seremos una oveja negra en la comunidad evangélica.”
Sin embargo, unos pocos se pondrán en camino como entonces; reflexionarán, cambiarán de opinión y se humillarán. El cansancio, el sudor y las lágrimas, como también el aguantar las burlas y el escarnio en el servicio para el Señor, no son en vano, ni antes ni ahora. Los pocos que se ponen en camino y obedecen al llamado de volver a Dios, son recompensa más que suficiente a todo el esfuerzo.