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Preguntas incómodas y bochornosas
(1ª parte)

Autor: Wolfgang Bühne

Isaías no era un hombre que necesitaba una introducción fervorosa hasta llegar al punto que deseaba tocar.
Todos los profetas de Dios eran muy directos. Muy conciso y con pocas palabras inequívocas le planteó tres preguntas al rey,
para que la luz de Dios pudiera llegar a su conciencia.

 


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PE2080 – Estudio Bíblico
Preguntas incómodas y bochornosas (1ª parte)



Amigos oyentes, les saludo en el nombre de Jesús! Comenzamos leyendo en 2 Reyes 20, los vers. 14 al 21: “Entonces el profeta Isaías vino al rey Ezequías, y le dijo: ¿Qué dijeron aquellos varones, y de dónde vinieron a ti? Y Ezequías le respondió: De lejanas tierras han venido, de Babilonia. Y él le volvió a decir: ¿Qué vieron en tu casa? Y Ezequías respondió: Vieron todo lo que había en mi casa; nada quedó en mis tesoros que no les mostrase. Entonces Isaías dijo a Ezequías: Oye palabra de Jehová: He aquí vienen días en que todo lo que está en tu casa, y todo lo que tus padres han atesorado hasta hoy, será llevado a Babilonia, sin quedar nada, dijo Jehová. Y de tus hijos que saldrán de ti, que habrás engendrado, tomarán, y serán eunucos en el palacio del rey de Babilonia. Entonces Ezequías dijo a Isaías: La palabra de Jehová que has hablado, es buena. Después dijo: Habrá al menos paz y seguridad en mis días. Los demás hechos de Ezequías, y todo su poderío, y cómo hizo el estanque y el conducto, y metió las aguas en la ciudad, ¿no está escrito en el libro de las crónicas de los reyes de Judá? Y durmió Ezequías con sus padres”.

Y 2 Crónicas 32:33 nos dice: “Y durmió Ezequías con sus padres, y lo sepultaron en el lugar más prominente de los sepulcros de los hijos de David, honrándole en su muerte todo Judá y toda Jerusalén”.

En mi niñez y juventud era costumbre en mi iglesia que cada dos o tres años se hacían visitas a las casas. Casi siempre eran ancianos respetuosos y muy serios los que hacían esas visitas. Venían a dar conferencias sobre temas bíblicos por las tardes y durante el día visitaban a las familias para ver cómo andaban, hacer preguntas sobre la vida espiritual y también para contestar las preguntas que tuvieran.

Mis padres casi siempre los invitaban a comer y ésa era la parte agradable de la visita, porque para tal acontecimiento la comida solía ser muy especial y apetitosa.

Pero, yo casi nunca podía disfrutarla, porque sabía que después de la comida venían las preguntas incómodas, que yo no iba a contestar con sinceridad. No había posibilidad de huir, de manera que yo tenía que contestar a todas las preguntas sobre la salvación de mi alma con una amable sonrisa, como era de esperar en presencia de mis padres y hermanos, y para que el que interrogaba quedara satisfecho. Yo era un hipócrita y nadie en la mesa sospechaba que yo lo era. Mi temor era que alguno mirara detrás de mi máscara.

El rey Ezequías también recibió una visita, pero no le fue anunciada, de forma que no se pudo preparar. Esa visita vino espontáneamente y cayó completamente por sorpresa. No era un predicador que no conocía muy de cerca; era nada menos que el profeta Isaías bien conocido por él.

Seguramente era bastante mayor que Ezequías, pues ya había exhortado a su padre Acaz y a su abuelo Jotam.
No habían pasado muchas semanas desde que Ezequías había clamado a Dios junto con Isaías, cuando los asirios sitiaron la ciudad, y habían experimentado maravillosamente la contestación a esa oración. Tampoco había pasado mucho tiempo desde que el profeta lo había visitado en su enfermedad, con el mensaje fulminante de 2 Re. 20.1: “Ordena tu casa, porque morirás, y no vivirás”.

Este profeta ahora no venía a un rey deprimido y enfermo de muerte, yaciendo en la cama, sino a un rey que estaba en la gloria. Venía a uno que, después de la visita de los diplomáticos babilonios, andaba por las nubes muy extasiado y eufórico por el reconocimiento mundial y los honores recibidos.

Isaías no era un hombre que necesitara una introducción fervorosa hasta llegar al punto que deseaba tocar. Todos los profetas de Dios eran muy directos. Muy conciso y con pocas palabras inequívocas le planteó tres preguntas al rey, para que la luz de Dios pudiera llegar a su conciencia. Necesitó tres golpes de timbal para despertar a Ezequías de sus sueños:

– “¿Qué dijeron aquellos varones?”
– “¿De dónde vinieron a ti?”
– “¿Qué vieron en tu casa?”

“¿Qué dijeron aquellos varones?”

Es curioso que Ezequías omita contestar esta primera pregunta. Al menos no leemos nada al respecto. Pero sí leemos que los mensajeros de Babilonia venían con un claro cometido de sus superiores: “saber del prodigio que había acontecido en el país” (así leemos en 2 Cr. 32:31).

Eso posiblemente fue solo una fórmula de cortesía, mera diplomacia, para sonsacar detalles de Ezequías y hacerlo hablar. Con ello podían poner las bases para después poder presentarle la oferta de hacer una alianza contra el enemigo común. También tenían la ocasión de descubrir los puntos débiles del rey y de su reino, si las negociaciones no dieran el resultado deseado.

Así que, astutamente, echaron mano del tema que predominaba en las naciones de alrededor: la convalescencia milagrosa de Ezequías unida al milagro del reloj de sol de Acaz, y la victoria inexplicable, repentina y demoledora sobre los asirios, sin que ni un solo soldado del ejército del rey de Judá hubiese perdido la vida.

¡Qué maravillosa oportunidad se le presentaba aquí a Ezequías para dar testimonio de la grandeza y del poder de Dios – o sea, para hacer lo que había prometido después de sanar de su enfermedad y que leemos en Is. 38:20:

“Jehová me salvará; por tanto cantaremos nuestros cánticos en la casa de Jehová todos los días de nuestra vida”.

Pero, la honorable visita de Babilonia lo cegó de tal manera que olvidó que el día de su muerte ya estaba determinado. Lo lógico hubiese sido que la solemnidad de la eternidad lo hubiese impulsado a abrir su boca para la gloria y honra de su Dios y Salvador. ¡Qué mensaje hubiese podido dar a los diplomáticos para que lo llevaran a su entorno pagano! ¡Qué ocasión única para evangelizar! Pero, Ezequías no la aprovechó.

Los enviados babilonios, sin embargo, se encontraron con un rey embelesado por su propia grandeza, que no quería estorbar el ambiente tan ameno y el favor de sus distinguidos huéspedes con una profesión de fe clara.

Como dijo C.H.Spurgeon: “Las riquezas y la sociedad mundana son las dos úlceras cancerígenas que consumen la vida de la piedad. ¡Creyente, guárdate de ellas!”

Buscar la honra y la aprobación de nuestros prójimos y especialmente de los de la “alta” sociedad, nos pone un bozal que nos impide abrir la boca para dar un testimonio abierto, claro y auténtico.

Recordemos las serias palabras de nuestro Señor en Mr. 8:38, y cómo caracterizó a la sociedad que lo rodeaba:

“Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, el Hijo del Hombre se avergonzará también de él, cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles”.

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