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El pueblo escogido de Dios
(2ª parte)

Autor: Dave Hunt (1926-2013)

Si bien uno puede tener un concepto diferente, en la Palabra de Dios dice clara y frecuentemente que Israel es Su pueblo escogido, y que nunca perderá este estatus especial. Pero, esta elección, ¿no ha traído más dificultades que bendiciones?

 


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PE2099 – Estudio Bíblico
El pueblo escogido de Dios (2ª parte)



Estimados amigos, ¡qué maravillosa es la gracia inexplicable de Dios!

En la Biblia leemos una y otra vez que los judíos, al igual que el resto de la humanidad, viven en rebeldía contra Dios y que, en definitiva, no se merecen otra cosa sino el juicio divino. Aun así, Dios bendice al pueblo de Israel en base a Su gracia y a Sus promesas hechas a Abraham, Isaac y Jacob, ya que el pueblo no tiene mérito propio que mostrar. Además de eso, esa gracia fue adquirida a través de la muerte del Mesías. La contradicción entre la Biblia y el Corán no podría ser más clara en este punto. A pesar de que Alá es denominado como “misericordioso”, él muestra esa misericordia sólo a unos pocos. Su manera de proceder con la mayoría de las personas es sin gracia, y no ofrece ninguna posibilidad de perdón de pecados. Contrariamente al evangelio bíblico de la gracia de Dios, en el Islam, la salvación es por obras, y ganadas al cumplir la ley. El Corán no conoce los términos gracia ni misericordia divina, ni la idea de un pago completo de la culpa humana a través de un Salvador. Según la enseñanza del Corán, el musulmán recibe la bendición divina no por gracia, sino a través de sus propias obras: “Vosotros sois el mejor pueblo que jamás haya surgido entre la humanidad. Vosotros ordenáis sólo lo que es justo y prohibís la injusticia y creéis en Alá” (dice en Sura 3:111).

En el mismo verso, los judíos son llamados “sacrílegos”, y en Sura 4:53 dice que Alá los ha maldecido: “A éstos Alá ya los ha maldecido, y a quien Alá maldice, ése no halla ayudador.” En la actualidad se escucha decir, aun a cristianos evangélicos, que el regreso de varios millones de judíos a la tierra de sus padres habría sido tan sólo un acontecimiento histórico accidental, y no tendría ningún valor profético. Se dice que no habría sido Dios quien habría llevado a los judíos de regreso a Israel, ya que ellos no serían dignos de ello. Un gran porcentaje del pueblo judío, de todos modos, estaría compuesto por ateos y agnósticos, ya que casi todos todavía rechazan a su Mesías. Muchos de ellos serían humanistas, materialistas y seguidores de la Nueva Era. Además, Israel no siempre habría sido ejemplo para los palestinos y sus vecinos árabes. Si un registro de pecados de ese tipo fuera hasta muy entrado el pasado, sería imposible que Israel pudiera disfrutar de la bendición especial de Dios.

La misma promesa le fue dada a Isaac, hijo de Abraham, y no una sola vez. En Gn. 26:3 al 5, Dios le dice lo siguiente: “Habita como forastero en esta tierra, y estaré contigo, y te bendeciré; porque a ti y a tu descendencia daré todas estas tierras, y confirmaré el juramento que hice a Abraham tu padre. Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo, y daré a tu descendencia todas estas tierras; y todas las naciones de la tierra serán benditas en tu simiente, por cuanto oyó Abraham mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes”. La doble promesa en cuanto a la tierra y el Mesías también le es confirmada a Jacob, en Gn. 28:13 y 14, a quien Dios, más adelante, le dio el nombre de Israel: “Yo soy Jehová, el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia. Será tu descendencia como el polvo de la tierra, y te extenderás al occidente, al oriente, al norte y al sur; y todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente”.

Al unir Su propio nombre a estas promesas, de las cuales hemos escuchado, Dios se da a conocer en la Biblia, por lo menos diez veces, como “el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob” (lo vemos en muchos pasajes, Ex. 3:15 y 16; 1 Cr. 29:18; Mt. 22:32; Hch. 3:13, etc.). También se reveló de esta manera a Moisés, desde la zarza ardiente. En esa oportunidad, también mencionó su nombre Jahvé, que quiere decir “YO SOY EL QUE SOY”. Él es el que es eternamente, el que existe por sí mismo, y de quien depende la totalidad de la creación. En Su argumentación sobre la resurrección, en Mt. 22:31 y 32, Jesús aprovecha el hecho de que Jahvé es conocido como el “Dios de Abraham, Isaac y Jacob”: “Pero respecto a la resurrección de los muertos, ¿no habéis leído lo que os fue dicho por Dios, cuando dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”. La palabra “Dios” no es un nombre, sino un término de género, aplicable a todo dios. Por eso, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob nos proclama Su nombre que es “Jahvé”. Con éste, Él se diferencia de todos los demás dioses de las religiones del mundo.

Por diversas razones, Dios no es Alah el Dios del Islam, ya que el carácter de los dos es totalmente diferente. No obstante, los más altos representantes de la iglesia católica romana declararon, entre otras cosas, en resoluciones tomadas en el 2do Concilio del Vaticano, que el Dios de los musulmanes y el de los cristianos sería el mismo. Incluso hay cristianos evangélicos que intentan mostrar una cierta tolerancia y una postura ecuménica, al declarar que musulmanes y cristianos estarían adorando al mismo Dios. ¡Pero nada podría estar más lejos de la verdad que este intento de explicación! Una mejor comprensión del rol de Israel, sin embargo, explica este asunto. Es seguro que Alah no es el “Dios de Abraham, Isaac y Jacob”, porque Alah les ha jurado enemistad a estos hombres y su objetivo es la aniquilación de los descendientes de ellos. El nombre Alah es un nombre propio, que existe hace mucho tiempo, antes de que Mahoma fundara la religión del Islam, que es hostil hacia Israel y el cristianismo. Alah era el nombre del dios luna, representado por la imagen idólatra más importante en la Kaaba, en La Meca. Éste también es el origen de la medialuna, como símbolo. El Islam, no obstante, rechaza todo tipo de idolatría, pero Alah mismo tenía una larga historia como deidad pagana, historia que llega hasta muy adentro del tiempo pre-islámico. Lo que es seguro, es que él no es el Dios de la Biblia.

Los dioses de los gentiles, que eran representados por imágenes, una y otra vez son denunciados públicamente. Aquellos que los adoran, son condenados, de la misma manera, por los profetas de Jahvé. En ninguna parte se encuentra tan siquiera el indicio más pequeño de que una de esas deidades paganas pudiera ser una representación de Jahvé. Pablo, también, enfatiza que aquellos que adoran imágenes, en realidad estarían adorando a los demonios que se esconden detrás de esas imágenes.

Aun entre los cristianos reina un creciente desacuerdo en cuanto a si Israel aun tendrá un lugar especial en el plan de Dios. Esta controversia va acompañada por un rechazo cada vez más marcado de la doctrina bíblica que dice que la Tierra de Israel pertenece a los judíos. Algunos cristianos opinan que la elección de Israel habría sido una preferencia no justificada por parte de Dios, ya que, según ellos, la Biblia dice que Dios no hace acepción de personas (como dice Hch. 10:34). Este amor imparcial de Dios ya era difícil de entender hasta para Pedro, ya que para los judíos (y los primeros cristianos eran judíos también) ningún gentil, es decir ningún no-judío, tenía esperanza alguna de salvación, según las exigencias de la ley mosaica. Pedro sólo se dejó convencer a través de un milagro de que el evangelio no era sólo para los judíos, sino también para los que no lo eran.

En el cristianismo actual, aún hay grandes grupos de cristianos a quienes les cuesta creer que Dios ama de la misma manera a todas las personas, y que según Su voluntad todos deben ser salvos. Aun cuando la Biblia enseña claramente que: “… de tal manera amó Dios al mundo”… que “… quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad”… y por eso “… el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo”.

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