Viviendo por encima del promedio – II (1ª parte)
20 agosto, 2015Viviendo por encima del promedio – II (3ª parte)
20 agosto, 2015Autor: William MacDonald
El autor nos lleva a varios grandes momentos en el tiempo, cuando los cristianos tomaban los dichos de Jesús literalmente, amando a sus enemigos, perdonando a sus enemigos, devolviendo bien por mal, resistiendo sin represalias, dando sin esperar algo a cambio a la brevedad, sólo preguntándose: “¿Qué haría Jesús?”, y luego haciéndolo.
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PE2113 – Estudio Bíblico
Viviendo por encima del promedio – II (2ª parte)
Amigos, les saludo en el precioso nombre de Jesús. El ejemplo del que vamos a hablar, se titula: “El general que se humilló a sí mismo”.
La Guerra Civil había terminado y los preparativos para un desfile de la gran victoria en Washington estaban en marcha. El General William Tecumseh Sherman estaba a cargo del plan. La ruta del desfile sería a lo largo de la Avenida Pennsylvania y pasaría por la Casa Blanca. El protocolo dictaba que cada general cabalgaría al frente de la división que había comandado.
En la mañana del desfile, se presentó un obstáculo. El General Sherman se veía preocupado a medida que se acercaba al General Oliver O. Howard. Las tropas de este General habían ayudado a ganar las victorias en las campañas de Tennessee y Atlanta. Siendo ascendido para comandar el ejército de Tennessee, había tomado parte en la famosa “marcha hacia el mar” de Sherman.
“General Howard, está previsto que usted desfile delante de su división.”
“Sí, señor.”
“Bueno, me gustaría pedirle un favor.”
“A sus órdenes, señor.”
“El General que le precedió en el mando, quiere desfilar a la cabeza de esta división. Sé que usted estuvo al mando durante las últimas campañas. Pero Howard, sé que usted es cristiano, y que puede permitirse esta desilusión. ¿Cedería el cargo y le permitiría que él tuviera el honor de guiar las tropas en el desfile?”
El General Howard quedó momentáneamente pasmado. Había anhelado desfilar con las tropas que lo habían servido tan sacrificada y lealmente. Se había desarrollado un gran espíritu de unidad a medida que vivían y peleaban juntos. Aquellos hombres habrían muerto por él o por alguno de ellos. Él mismo había perdido un brazo en el servicio. Ahora se le estaba pidiendo perder el derecho a su lugar de honor a favor de otro oficial, que estaba realizando un pedido sin precedentes e injustificado.
Pero, el General Howard se recuperó prontamente. Fiel al dictamen militar de “Sus deseos son órdenes,» se quedó parado ante su comandante en jefe y dijo: “Sí, señor. Debido a que usted lo ha determinado de esa manera y debido a que soy cristiano, lo haré con alegría. Él puede desfilar como cabeza de la división.”
Sherman lo miró con alivio y admiración.
Contrariamente al comportamiento humano normal, el General Howard hizo lo que era cristiano. Él había aprendido que la humildad poco común viene por adoptar la mente de Cristo. Tomar el lugar más bajo iba en contra de la naturaleza. Pero Sherman lo honró de una manera que de otro modo nunca habría sucedido.
El título del próximo testimonio, es: En salud y enfermedad
Robertson McQuilken era el presidente de la Universidad Bíblica y Seminario de Columbia. Una de las grandes alegrías de su vida era entrenar a jóvenes para que se convirtieran en siervos efectivos del Señor Jesucristo. Trabajó incansablemente para lograr ese objetivo. Bajo su liderazgo, la universidad tuvo una reputación de excelencia académica y espiritual.
Luego, todo pareció desmoronarse. Comenzó cuando su esposa Muriel empezó a contar la misma historia una y otra vez. Después perdió su habilidad para leer y sus habilidades para el arte. Ella tuvo que detener todo su ministerio público. Fue agonizante para Robertson verla «desvanecerse gradualmente.» Finalmente, cuando un médico le pidió que nombrara los cuatro evangelios y ella no pudo, el diagnóstico se confirmó. Tenía la enfermedad de Alzheimer.
Ella había sido una acompañante dedicada por muchos años. Sin ella, él no habría podido llevar adelante el ministerio que había sido tan fructífero. ¿Qué haría él? ¿Contrataría a quienes la cuidaran y atendieran para poder continuar con su trabajo en el seminario y en la universidad? ¿O se resignaría a devolverle algo del cuidado que ella le había prodigado por tanto tiempo?
Para sus asociados la decisión era clara. Tenía muchas amistades que se pondrían en la brecha por él, bañando a Muriel con amor cristiano y ternura. Eso le daría libertad para continuar su liderazgo en Columbia.
Pero, ¿no había prometido estar con su esposa en salud y enfermedad hasta que la muerte los separara? Ahora ella estaba con una enfermedad, la cual era irreversible. Por supuesto, Dios podía hacer un milagro en Muriel, pero si no, podía hacer uno en Robertson. Entonces, ¿qué haría? ¿Mantendría su promesa?
Sí, mantendría su promesa. Para la consternación de la comunidad cristiana, renunció como presidente de la universidad y del seminario para cuidar a Muriel a través de su deterioro mental y físico. “Cuando llegó el momento, la decisión fue firme. No implicó grandes cálculos. Era un tema de integridad. No fue un deber triste, al cual me resigné estoicamente, sin embargo. Después de todo, ella se había preocupado por mí durante casi cuatro décadas, con una maravillosa dedicación; ahora era mi turno. ¡Y qué compañera fue! Si cuidara de ella durante 40 años nunca pagaría mi deuda.”
Por diecisiete años Robertson caminó con Muriel en su viaje al olvido. Él escribió:
“Ahora es medianoche, al menos para ella, y a veces me pregunto cuándo amanecerá. Incluso, no se supone que la terrible enfermedad de Alzheimer ataque tan tempranamente y atormente por tanto tiempo. Sin embargo, en su mundo silencioso, Muriel está tan contenta, es tan adorable. Si Jesús la llevara a su hogar, cuánto extrañaría su dulce y tierna presencia. Sí, hay momentos en que me irrito, pero no a menudo. No tiene sentido enojarse. Y, además, quizás el Señor está respondiendo la oración de mi juventud de suavizar mi espíritu.
Una vez, sin embargo, perdí completamente la paciencia. En los días en que Muriel todavía se podía levantar y caminar, y no habíamos recurrido a los pañales, algunas veces ocurrieron “accidentes.” Yo estaba de rodillas a su lado, intentando limpiar el lío, mientras ella estaba parada al lado del baño, confundida. Habría sido más fácil si ella no hubiera sido tan persistente en ayudar. Yo me frustraba más y más. De repente, para que se quedara quieta, le di una palmada en la pantorrilla, como si eso hiciera algún bien. No fue una palmada fuerte, pero ella quedó sorprendida. Yo también lo estuve. Nunca en nuestros cuarenta y cuatro años de casados la había ni siquiera tocado con enojo, o en reprimenda de algún tipo. Nunca; en realidad no fui ni siquiera tentado. Pero sí ahora, cuando ella más me necesitaba.
Llorando, le pedí que me perdonara sin importar que no entendiera las palabras más de lo que podía decirlas. Entonces, fui al Señor para decirle cuánto lo sentía. Me llevó días recuperarme de eso. Quizás Dios embotelló esas lágrimas para apagar los fuegos que pudieran encenderse algún día”.
Entonces, Robertson McQuilken renunció a la presidencia de una universidad bíblica y seminario, que había mantenido durante veintidós años, para cuidar a su esposa, a medida que descendía hacia el olvido.
La historia apareció en “El Cristianismo Hoy”, una revista cristiana. Los lectores lucharon por contener sus lágrimas. Esto guió a algunas parejas que conocían al Señor, a renovar sus votos matrimoniales. Otros, desarrollaron una nueva apreciación de la santidad en la relación matrimonial.