Viviendo por encima del promedio – III (1ª parte)

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Autor: William MacDonald

El autor nos lleva a varios grandes momentos en el tiempo, cuando los cristianos tomaban los dichos de Jesús literalmente, amando a sus enemigos, perdonando a sus enemigos, devolviendo bien por mal, resistiendo sin represalias, dando sin esperar algo a cambio a la brevedad, sólo preguntándose: “¿Qué haría Jesús?”, y luego haciéndolo.

 


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PE2118 – Estudio Bíblico
Viviendo por encima del promedio – III (1ª parte)



¿Cómo están, amigos oyentes? Continuamos con la serie de testimonios del libro de William MacDonald: “Viviendo por encima del promedio”. Es muy alentador escuchar acerca de estas personas que reflejaron a Jesús en sus vidas diarias. Comenzamos hoy con un episodio que podríamos titular: “El fuego más caliente”.

En su libro “From Grace to Glory” (De la gracia a la gloria), Murdoch Campbell habla de un ministro santo del norte de Escocia, cuya esposa no compartía su profunda espiritualidad. Aparentemente, ella no tenía el mismo amor por el Señor o por Su Palabra. Un día, cuando él estaba sentado al lado de la estufa, leyendo la Biblia, ella entró a la habitación con un ataque de ira. Le sacó el Libro de sus manos y lo tiró hacia el fuego.

¿Cómo debería responder un cristiano ante tal sacrilegio y enojo? ¿Debería reprenderla severamente por su mal comportamiento? ¿Por haber actuado impíamente? ¿O debería utilizarlo como una ocasión para mostrar un espíritu semejante al de Cristo?

El ministro eligió la última opción. La miró y dijo tranquilamente: “No creo haber visto alguna vez un fuego más caliente que éste.”

Aquí tenemos una clásica ilustración del Proverbios 15:1, donde dice: “La blanda respuesta quita la ira”. El Señor Campbell escribe: “Fue una respuesta que apartó la ira de su esposa y marcó el comienzo de una vida nueva y misericordiosa. Su Jezabel se convirtió en una Lidia. La espina se convirtió en un lirio.”

Pero, debe agregarse algo rápidamente para completar la imagen. Las mujeres cristianas, con más frecuencia, han sido las víctimas antes que las victimarias.

Linda es un ejemplo de esto. Antes de ser salva, se casó con un hermano llamado Tony. Ella pensaba que él era bien parecido y encantador.

Pero, en el momento en que nació su primer hijo y ella se había convertido en creyente, supo que Tony era un fracasado. No debería haberlo juzgado por su apariencia. Él era alérgico al trabajo y ajeno a la vida responsable. Era borracho y mujeriego. A veces se iba de la casa por meses, y luego retornaba como si nada hubiera sucedido, para vivir nuevamente con Linda como su esposo. Para cuando nació el siguiente bebé, él partió nuevamente, dejando a Linda manteniendo a la familia.

Como una esposa piadosa, Linda buscó seguir el patrón descrito en 1 Pedro 3:1 y 2: «Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa.»

En vez de tomar represalias o fastidiarse, Linda intentó ganar a su esposo a través de una vida de justicia y con un comportamiento extraordinario. Se podrían escribir libros de mujeres similares que obedecieron el consejo de Pedro y vivieron para ver a sus esposos venir a Cristo.

Vamos a una pausa musical, y volvemos con otro testimonio.

Ya estamos de vuelta, y vamos a escuchar un nuevo testimonio de alguien que reflejó a Jesús en su vida. Éste es muy especial, porque se trata de un tema muy, muy difícil para cada uno de nosotros. Se titula: “Ame a sus enemigos”.

No hay duda de que en Lucas 6:27, Jesús dijo: “Ame a sus enemigos”; pero ¿habrá querido decirlo literalmente? ¿O estaba meramente mencionándolo como un ideal por el que deberíamos esforzarnos? Es tan antinatural amar a nuestros enemigos. ¿Por qué deberíamos amarlos cuando probablemente sólo aumentarán su hostilidad? Parece imposible amar a aquellos que nos odian. Así que, al leer este mandamiento de nuestro Señor, tendemos a buscar una excusa para mantener nuestro nivel de comodidad.

Sin embargo, muy profundamente, en nuestros corazones, sabemos que el Señor Jesús quiso decir lo que dijo. Lo que olvidamos es que cuando manda algo, Él nos da el poder para obedecer ese mandamiento. Humanamente hablando, es imposible amar a nuestros enemigos. Eso es verdad para la vida cristiana en general. Puede ser vivido solamente por el poder del Espíritu Santo morando en el corazón. Nuestra tendencia a gastar el borde filoso de las palabras del Salvador, llega a su fin cuando vemos que el mandamiento es obedecido por otro creyente. Muchos versos de la Escritura cobran vida para nosotros cuando los vemos en acción. Ante un hecho, ya no podemos discutir. Así que tenemos que decir: ¡Muéstreme a un cristiano que ame a su enemigo y quedaré convencido!

Eso me sucedió a mí. Vi a Lucas 6:27 concretarse en una vida humana. Fue en la vida un hombre llamado Theo McCully. Él era el padre de Ed McCully, uno de los cinco mártires de Ecuador, y el Presidente del directorio de la Escuela Bíblica de la cual yo era administrador.

Una noche, él y yo nos reunimos para hablar de algunos asuntos de actualidad de la escuela y algunas decisiones que teníamos por delante. El Señor McCully nunca me decía qué hacer. Siempre decía: “Oremos por esto.” Entonces, al final de la noche, nos arrodillamos y oramos extensamente en relación con la escuela.

A medida que se aproximaba el fin de su oración, su mente se fue al sur, a las orillas del río Curacay en Ecuador, donde los indígenas que vivían en la edad de piedra traspasaron a su hijo misionero hasta matarlo. Ed había sido un hijo ideal. Su padre me dijo una vez que Ed nunca les había causado un momento de angustia. Ahora, Theo oraba: “Señor, permíteme vivir lo suficiente para ver a quienes mataron a nuestros muchachos como hermanos salvos, para poder poner mis brazos alrededor de ellos y decirles que los amo porque aman a mi Cristo.”

Cuando nos levantamos, las lágrimas estaban zigzagueando por sus mejillas. Fue un momento sagrado, que nunca podrá ser recapturado. Aquí había un hombre que verdaderamente amaba a los culpables asesinos de su amado hijo, un hijo que había abandonado la carrera de leyes para llevar el evangelio a los indígenas aucas (después conocidos como waoranis).

¡No es sorprendente que esta oración haya alcanzado el trono de Dios! Otros misioneros, finalmente, hicieron un contacto exitoso con los waoranis y, en su momento, fueron capaces de guiar a varios de los asesinos a Cristo. La oración de Theo fue contestada. Él fue a Ecuador, amorosamente abrazó a los nuevos creyentes y les dijo que los amaba, porque su Salvador era ahora el Salvador de ellos también.

Sí, Jesús quiso decir lo que dijo. Debemos amar a nuestros enemigos. Cuando lo hacemos, impactamos al mundo. Les mostramos a otros creyentes maneras prácticas de llevar adelante este mandamiento. Hacemos que ciertos dichos difíciles de Jesús cobren vida. Y mostramos una verdadera representación de cómo es el Señor Jesús. Él nos amó a nosotros (sus enemigos) suficientemente como para morir por nosotros.

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