Acostumbramiento al pecado (2ª parte)

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Autor: Esteban Beitze

Tu vida se convirtió en una farsa, en una pantalla. Tu conciencia te acusa. Tu vida está llena de amargura. ¿Habrá solución?
Si hemos caído ¿cuál es el camino para la restauración?
Encuentra las respuestas al escuchar este esperanzador mensaje, acerca de la triste realidad de las caídas!!

 


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PE2149 – Estudio Bíblico
Acostumbramiento al pecado (2ªparte)



Amigos, ¡qué gusto estar nuevamente junto a ustedes! Habíamos comenzado en el programa anterior con otra de las etapas que tenemos que atravesar después de los pasos hacia la caída, que es el: Miedo

Allí estaba Pedro, sentado entre los enemigos del Señor. ¿Se sentiría cómodo? Seguramente que no. Nos podemos imaginar cómo empezó a latir de miedo el pecho de Pedro cuando la criada que se había acercado lo quedó mirando. Quizás intentó esconder su rostro en su capa o apartarla de la luz del fuego, pero ya era tarde. Lo había reconocido. Ella dijo: «éste estaba con él». El miedo fue en aumento. Otro más lo queda mirando, y luego dice: «Tú también eres de ellos». Ahora ya el pánico le estaba invadiendo, al observar las miradas recelosas de los que lo acompañaban. Seguramente ya sentía mucho calor interior, y no precisamente por el fuego. Quizás sus mejillas se sonrojaban y un sudor frío le corría por la espalda. Cuando lo acusan reconociéndolo por su dialecto galileo, desesperado empieza a maldecir y juramentar.

Ese miedo también lo sintieron Adán y Eva en el Edén después de pecar, y como consecuencia se escondieron de Dios. Este miedo también lo sintió David, e intentó camuflar su pecado de diferente forma, llegando a matar a un hombre.

¿Nunca temiste a que te preguntaran tu opinión respecto a un asunto donde hubiera requerido que te des a conocer como cristiano? Con esta pregunta terminamos el programa anterior. ¿Has meditado en ella? O cuando te invitan a hacer algo que sabes que estaba mal, ¿buscas desesperado alguna excusa, alguna “mentirita” para zafar de la situación? Yo conozco esto, dice el autor de este mensaje. Al principio de mi vida cristiana, no buscaba la Palabra ni la oración. Tampoco estaba involucrado en la obra del Señor. Como consecuencia, ninguno de mis compañeros de estudio supo que yo era creyente. Cuando me invitaban a participar de cosas indecentes, inventaba excusas con tal de no dar a conocer que era creyente. Tenía mucho miedo de las burlas que podría sufrir si se llegaban a enterar. Lógicamente, también tenía miedo que los creyentes supieran que no andaba como debía. Mi vida se convirtió en una completa apariencia e hipocresía. Me sentía miserable y con miedo constante.

Una vida en la hipocresía siempre conlleva el miedo de que algún día todo salga a la luz, que los que te rodean se den cuenta de quién eres realmente. Tendrás miedo que los del mundo se enteren que eres cristiano, pero también que los creyentes se den cuenta que vives en el pecado. Salomón dijo, en Pr. 29:25: «El temor del hombre pondrá lazo; mas el que confía en Jehová será exaltado».

Esta situación puede cambiar. Si te das cuenta realmente de cuán grande fue y es el amor que Dios demostró por ti, tu amor hacia Él crecerá, y ya no tendrás temor. Así leemos en 1 Jn. 4:18: «En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor». Esta verdad también la pude experimentar en mi vida, dice el autor, y por la gracia de Dios hubo un vuelco radical.

Después de esta etapa, llega el momento más triste, que es: El pecado, en sí.

Llegamos así al momento más triste de la historia de Pedro. Después de lo visto anteriormente, era lógico que Pedro fuera a fracasar, iba a caer en la tentación, iba dar lugar al pecado. Como decíamos al principio: «Nunca se cae en la tentación de repente. Siempre se camina hacia la caída». Siempre hay pasos introductorios que, si uno no vuelve a tiempo, hacen que la tragedia sea inevitable. La “bajada del tobogán”, invariablemente, nos lleva hasta abajo del todo.

Pedro, en su temor, empieza a negar al Señor. Lo que jamás hubiera soñado, aquello de lo cual había afirmado con vehemencia que jamás sucedería, al final se convirtió en una terrible realidad. Después de todos los pasos descendentes, luego de haber comenzado a deslizarse por el tobogán de la lejanía de Dios, la caída final fue inevitable.

La lejanía del Señor, sumado al temor al ridículo y a la vergüenza, con frecuencia lleva a la persona a negar a Jesús. A veces la negación es mediante la voz, al igual que Pedro. También puede ser mediante la acción, por ejemplo, acompañando a algunos amigos o compañeros a hacer lo que no conviene. Pero, también puede ser mediante el silencio, callando cuando se debería dar testimonio de Cristo, o mostrando que determinada acción es pecado. Todo eso es pecado. Con cualquier actitud pecaminosa, de hecho o por omisión, estamos deshonrando al Señor, estamos negando Su poder, Su victoria, la cual es la base para nuestra victoria. Incluso, lo bueno que sabemos que tenemos que hacer, pero que no hacemos, es pecado (así lo leemos en Stg. 4:17).

Jesucristo fue muy enfático al advertir de la negación hacia su persona, en Mt. 10:32 y 33: “A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Y a cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi Padre que está en los cielos”. Pablo, también advierte sobre el tema a Timoteo, y con él también a nosotros: “Si sufrimos, también reinaremos con él; si le negáremos, él también nos negará” (nos dice en 2 Ti. 2:12).

Pedro había llegado al punto de negar a su amado Señor, pero éste todavía no era el final.

La próxima etapa es, el: Acostumbramiento al pecado.
Pedro negó al Señor una vez. La segunda ya se hizo más fácil y más necesaria, y la tercera, incluso, llegó a maldecir para confirmar sus dichos.

Así es siempre con el pecado. Un pecado trae como consecuencia otro. Una mentira tendrá como consecuencia otra más, para seguir tapando el problema. Después de una relación sexual fuera de lugar, vendrá otra, y así sucesivamente. Todas las adicciones empezaron con una primera vez, y en un corto tiempo, no se puede dejar de consumir. Si le damos entrada, en algún lugar, al virus infeccioso del pecado, en poco tiempo estaremos completamente infectados.

David, del ocio pasó a la lujuria, observando a una mujer que se bañaba. De allí pasó a la prepotencia al mandarla a traer, y luego pasó al adulterio. Pero, no quedó allí. Como había quedado embarazada, con un engaño quiso tapar el pecado, buscando atribuir el embarazo a Urías, el marido de Betsabé. Pero, como éste era demasiado fiel, David se convirtió en su asesino, involucrando a otras personas en el crimen. Siempre es así con el pecado. Nos parecerá cada vez menos grave, e inclusive lo sabremos excusar. Al hacer una pequeña concesión, fácilmente llega la segunda, la tercera, etc., y luego se asemeja a una avalancha que arrasa todo a su paso. Destruye la vida propia, la de otros, la de la familia, el futuro, el testimonio personal y muchas veces hasta la iglesia. Santiago, en su carta, cap. 1, vs. 14 y 15, advierte de esta terrible realidad: “… cada uno es tentado por sus propios malos deseos, que le atraen y le seducen. De estos malos deseos nace el pecado; y del pecado, cuando llega a su completo desarrollo, nace la muerte”.

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