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Autor: William MacDonald

Nada puede compararse a lo que sucedió en el Calvario. Nadie, ni en su más alocada imaginación, podría haber llegado a concebir una historia tan sublime, tan asombrosa, de tal alcance, en el tiempo y en las consecuencias. Por eso, las personas por las cuales Jesucristo murió, no pueden negar Sus justos reclamos, ni sucumbir en un cristianismo tedioso, ni vivir por el placer egoísta. ¡Nuestra redención demanda nuestra consagración total!


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PE2205 – Estudio Bíblico
Compromiso total I (2ª parte)



Estimados amigos oyentes, las personas que han logrado llevar vidas totalmente consagradas y comprometidas, es porque han visto quién es Jesús, lo que Él ha hecho, lo que son ellos en contraste, y las bendiciones incomparables que fluyen hacia ellos desde el Calvario.

Analizando el punto “quién es Jesús” habíamos visto que Él es Único, Verdadero Hombre, y Sin Pecado. Continuamos con una característica más:

Él es Dios

Sí. Aquel que murió en la cruz de en medio es Dios encarnado. Isaías lo identificó como el Dios Fuerte (en Is. 9:6). Dios Padre afirmó que era Dios: «Mas del Hijo dice: Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo…» (He. 1:8). Juan dijo: «el Verbo era Dios» (Jn. 1:1), y trece versículos más adelante dice: «… Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad» – una descripción que sólo se aplicaría al Señor Jesús. Nuestro Señor insistió en que «todos honren al Hijo como honran al Padre» (en Juan 5:23). Pablo se refirió a Cristo como el único que «es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos» (Ro. 9:5). Además, más de 100 pasajes de las escrituras no dejan lugar a ningún argumento: Jesucristo es Dios. En Él habita corporalmente toda la plenitud de la deidad (Col. 2:9).

John Wesley captó la maravilla de la encarnación cuando escribió: «Nuestro Dios se contrajo al tiempo, incomprensiblemente fue hecho hombre.» Y William Billings, un músico aficionado y curtidor de oficio, nos invita así: «Vengan, vean a su Dios recostado sobre la paja.»

Otro poeta, que hoy no es conocido, escribió: «He aquí, dentro de un pesebre yace Aquél quien formó los cielos estrellados. »

También otro autor, hoy anónimo, escribió las siguientes palabras:

Sobre la cuna caen gotas de rocío frías;
Su cabeza recostada junto a las bestias del establo.
Los ángeles lo adoran, mientras Él descansa,
el Creador, y Monarca, Salvador de todos.

Booth-Clibborn, un escritor de himnos británico, también notó que quien había venido a Belén era nada menos que Dios:

Descendió de la gloria,
Una eterna historia,
Vino mi Dios y Salvador,
Y fue Su nombre Jesús.

El joven judío de Nazaret era el «Anciano de Días.» Fue Dios el Hijo quien usó un delantal de carpintero en medio del aserrín que lo rodeaba. Fue el Dios-hombre quien usó la vestidura de un esclavo para lavar los pies de Sus discípulos. Fue el Hijo de Dios quien creó nervios ópticos en un hombre que era ciego de nacimiento. Nadie más que Dios pudo haber calmado las aguas tormentosas en el Mar de Galilea, con tan sólo una palabra. Sólo Él pudo haber resucitado a Lázaro, que había estado muerto por cuatro días.

No podemos minimizar el hecho de que el Cristo del Calvario es el mismo «que extiende los cielos y funda la tierra, y forma el espíritu del hombre dentro de él» (Zacarías 12:1).
Tendemos a conformarlo a nuestra propia imagen y semejanza. Como Él mismo dijo a Su pueblo, en el Salmo 50:21: «¿Pensabas que de cierto sería yo como tú?»
Cualquier palabra se torna totalmente inadecuada cuando intenta describir la Persona del Señor Jesús. La misteriosa unión de Dios y el hombre en Él, simplemente agota cualquier lenguaje.
Pero, no debemos detenernos allí. Otra alucinante maravilla se añade. Al considerar ahora lo que Él hizo por nosotros, nos encontramos abrumados por la sobrecarga sensorial.

Vamos ahora al segundo punto: ¿QUÉ FUE LO QUE ÉL HIZO?

Si la Persona de Cristo es de una profundidad que no puede ser sondeada, Su muerte en la cruz como sustituto por los pecadores conmueve la imaginación. Alguien murió por nosotros. Y no fue un hombre como nosotros. Eso ya sería suficientemente edificante, y causa de una eterna gratitud. Pero, lo que debemos reconocer es que Aquél que se dio a Sí mismo por nosotros, es la segunda persona de la Trinidad. ¡Es realmente sorprendente que no estemos más maravillados aún!

Pero, ¿la Biblia realmente dice que Dios encarnado murió por nosotros? Sí, lo dice. Pablo le dijo a los ancianos de Efeso que apacentaran «la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre» (Hch. 20:28). ¿Quién compró a la Iglesia con Su propia sangre? La respuesta a la palabra «quién», es «Dios.» Dios fue el comprador, la Iglesia era la compra, y Su sangre fue el precio. Lo maravilloso de esto es que el Cordero sacrificado era Dios en un cuerpo humano. Aquél que colgó de la cruz era el mismo que habita la eternidad, Emmanuel – Dios con nosotros.

En el primer capítulo de Colosenses, el Espíritu habita plenamente en la deidad del Señor Jesucristo; Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación (v. 15), el Creador de todas las cosas (v. 16), quien es antes de todas las cosas y en quien todas las cosas subsisten (v. 17). Pero aun en el mismo contexto, la Palabra dice, «… en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados» (v. 14).

Otro versículo que enseña que fue Dios en un cuerpo de carne el que murió en la cruz, es Hebreos 1:3: «el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados «por medio de sí mismo,» se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas.» La expresión «el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia» significa que el Señor Jesús es igual a Dios el Padre en todo aspecto. Y es Él quien expió nuestros pecados cuando murió en el Calvario.

Otro versículo que afirma la deidad de Cristo, es Filipenses 2:6. El apóstol enfatiza que el Señor Jesús era en forma de Dios, lo que significa que Él es Dios en Su plenitud. El Salvador no pretendía ser igual a Dios. Sino que, siendo Dios encarnado, «se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (como está escrito en Fil. 2:8).

Entonces, queda claro que Aquél a quien los hombres tomaron ilegalmente, crucificaron y asesinaron, era Dios, el Hijo. En algunas religiones, hombres, mujeres y, a veces niños, mueren por su dios; nunca escuché de ninguna otra en la que un ser divino muera por Sus criaturas. Nunca entenderemos realmente el Calvario hasta que no nos detengamos delante de la cruz, contemplemos al Amado, y reconozcamos que Él es Dios encarnado, nuestro Creador.

¿Dios puede morir?

Una afirmación como ésta provoca tres preguntas. Primero, Dios es Espíritu (según Juan 4:24) y un espíritu no tiene carne ni sangre. Eso es cierto, pero el Hijo de Dios se vistió de un cuerpo de carne, huesos y sangre, para así poder comprar a la Iglesia.

Segundo, Dios es inmortal, lo que significa que no está sujeto a la muerte. ¿Cómo puede morir entonces? Otra vez la respuesta se encuentra en la encarnación. Dios ocultó Su Deidad en un cuerpo humano para poder morir por la humanidad. «Aquél que fue hecho un poco menor que los ángeles,… Jesús… a causa del padecimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos» (así nos dice He. 2:9).

El Señor Jesús no es Dios menos algo. Él es Dios más algo; ese algo es Su humanidad.

Isaac Watts reconoció que Aquél que había muerto por él no era otro que Cristo, su Dios:

Lejos, Señor, esté de mí gloriarme
Guardado en la muerte de Cristo, mi Dios;
Todas las cosas vanas que más me encantaron,
Las sacrifico en Su honor.

Charles Wesley se enfrentó a este hecho, para luego escribir estas líneas inolvidables:

Es todo un misterio, muere el Inmortal;
¿Quién puede explorar Su extraño designio?
En vano intenta el primogénito de los serafines
Sondear las profundidades de Su divino amor.

El misterio no impidió que Wesley continuara con esta asombrosa verdad:

¡Inmenso amor! ¿Cómo puede ser
Que Tú, mi Dios, murieras por mí?

Hay más preguntas para responder, pero el tiempo se ha acabado. Continuaremos en el próximo programa. ¡Hasta entonces y qué Dios les bendiga!

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