Dios es Espíritu, Dios es Amor (2ª parte)

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Autor: William MacDonald

Ya que Dios es Espíritu, es invisible a los ojos mortales. La pregunta inevitable es: ¿Le veremos en el cielo? Dios es amor. Esto es una descripción, no una definición. No adoramos al amor


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PE2258 – Estudio Bíblico
Dios es Espíritu, Dios es Amor (2ª parte)



Estimados amigos y hermanos, mientras más intentemos definir el amor de Dios, necesitaremos un vocabulario mejor, y más amplio. Nuestro diccionario presente no es adecuado. No hay suficientes adjetivos –simples, comparativos y superlativos. Nuestro lenguaje queda totalmente empobrecido. Las palabras individuales quedan avergonzadas. Tan sólo podemos llegar hasta allí, y entonces no podemos decir más que: “Aún no se ha dicho ni la mitad”. El tema deja exhausto a todo lenguaje humano. Comencemos, entonces, con un tema que nunca se acabará.

El amor de Dios es eterno; es el único amor que no tiene principio. Además, es constante y duradero. Nuestra mente lucha cuando intenta comprender este inagotable amor divino.

Es inmensurable. Su anchura, longitud, profundidad y altura son infinitas. En ningún otro lugar encontramos tal extravagancia. Los poetas lo han comparado con las expansiones más grandes de la creación, pero las palabras siempre parecen romperse bajo el peso de este tema.

Su amor hacia nosotros es sin causa. El gran Dios no podía ver nada amable o meritorio en nosotros para dirigirnos Su afecto; pero, aun así nos amó igualmente. Él es así.

Nuestro amor hacia otros a menudo se basa en la ignorancia. Amamos a algunas personas, porque no sabemos cómo son realmente. Cuanto más las conocemos, más cuenta nos damos de sus faltas y fallos, y entonces pierden mucho de su atractivo. Pero Dios nos ama aun sabiendo todo lo que somos y hacemos. Su omnisciencia no anuló Su amor.

Pero hay tantas personas en el mundo… unos siete mil millones. ¿Puede amar el Soberano a cada uno personalmente? Tal como preguntó un poeta:

Entre tantos, tantos, ¿puede preocuparse Él?
¿Puede estar en todas partes ese amor especial?
Sí, con Él no hay ningún “don nadie”. Nadie es insignificante. Su afecto se desborda hacia cada individuo del planeta.

Tal amor es incomparable. Muchas personas han conocido el amor de una madre devota. O el amor fiel de un cónyuge desinteresado. David conoció el amor de Jonatán. Y Jesús conoció el amor de Juan. Pero nunca nadie ha experimentado nada que se pueda comparar al amor divino. Tal como nos recuerda el himno: “Nadie pudo amarme como Cristo”.

En Romanos 8, Pablo recorre el universo para ver si hay algo que pueda separar al creyente del amor de Dios, pero vuelve sin hallarlo. Ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada puede separar al creyente del amor de Dios.

Es asombroso el darse cuenta de que el Dios omnipotente no puede amarte a ti o a mí más de lo que ya nos ama en este momento. Es el mismo amor que Él derrama sobre Su Hijo unigénito, y es absolutamente sin restricción y sin reservas.
En un mundo que cambia continuamente, da seguridad encontrar algo que no cambia, esto es, el amor de Dios. Nuestro amor se mueve en ciclos. Es una montaña rusa emocional. No es así con nuestro Señor. Su amor nunca se cansa ni varía.

Y es amor puro, completamente libre de egoísmo, compromiso injusto, o motivos indignos. Es sin tacha y sin nada de impuro.
Al igual que Su gracia, el amor de Dios es gratuito. Por esto podemos estar eternamente agradecidos, porque somos pecadores en bancarrota, pobres y mendigos. Y aun si poseyésemos toda la riqueza del mundo, ni aun así podríamos poner un precio a un amor tan valioso.

Este amor es maravillosamente imparcial. Hace que el sol salga sobre justos e injustos. Ordena que llueva sin discriminación.
Y quizás lo más sublime de esto es que es sacrificial. Llevó al Santo Hijo de Dios al Calvario para darnos la más grande demostración. Henri Rossier lo expresó de esta manera:
Tu amor pudo ir, Señor, hasta la muerte,
Una muerte que vergüenza y pérdida te supuso,
Para conquistar por nosotros a cada enemigo
Y acabar con el poder del hombre fuerte.

En la cruz vemos un amor que es más fuerte que la muerte, que ni aun las olas de la ira de Dios pudieron ahogar.
Este amor único sobrepasa el entendimiento y desafía los poderes de expresión. Es sublime e inmaculado, la cumbre más alta de todo afecto.

Podemos rastrear la tierra para encontrar un diccionario mejor, un vocabulario mayor para describir el amor del Señor. Pero todo es en vano. Será cuando alcancemos el cielo y veamos al Amor encarnado, cuando veremos con la visión clara y comprenderemos con un intelecto más agudo el amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro. ¡Apresúrate, oh bendito Señor Jesús!

No es de extrañar que a menudo los escritores de la Biblia hablen de este atributo favorito:

No por ser vosotros más que todos los pueblos
os ha querido Jehová y os ha escogido,
…sino por cuanto Jehová os amó (Dt. 7:7 y 8).

Con amor eterno te he amado;
Por tanto, te prolongué mi misericordia (Jer. 31:3).

Callará de amor,
Se regocijará sobre ti con cánticos (Sof. 3:17).

Como el Padre me ha amado,
así también yo os he amado;
permaneced en mi amor (Jn. 15:9).

El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones
por el Espíritu Santo que nos fue dado (Ro. 5:5).

Mas Dios muestra su amor para con nosotros,
en que siendo aún pecadores,
Cristo murió por nosotros (Ro. 5:8).

El Hijo de Dios, el cual me amó
y se entregó a sí mismo por mí (Gá. 2:20).

Su gran amor con que nos amó (Ef. 2:4).

En esto hemos conocido el amor,
en que él puso su vida por nosotros (1 Jn. 3:16).

En esto se mostró el amor de Dios para con
nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo,
para que vivamos por él. En esto consiste el amor:
no en que nosotros hayamos amado a Dios,
sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo
en propiciación por nuestros pecados (1 Jn. 4:9 y 10).

Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados
con su sangre (Ap. 1:5).

El amor de Dios es un tema inagotable. No hay mente humana que pueda medirlo. El poeta tenía razón al decir que si fuera tinta todo el mar, y el firmamento un gran papel, si cada hombre un escritor, y cada hierba un pincel – “al describir Su inmenso amor se secaría el mar, y el firmamento en su fulgor no ofrecería lugar”.

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