Perseverancia, crecimiento y cambio (2ª parte)
22 marzo, 2018Perseverancia, crecimiento y cambio (4ª parte)
22 marzo, 2018Autor: Wolfgang Bühne
El perseverar en la oración es la base para que el Señor pueda bendecir nuestro trabajo en Su obra. Y la oración es, también, una condición para crecer en el conocimiento espiritual, y cambia, sobre todo, a la persona que ora.
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PE2282 – Estudio Bíblico
Perseverancia, crecimiento y cambio (3ª parte)
Qué gusto estar otra vez con ustedes! Habíamos visto que: ¡No tendremos fuerza espiritual ni autoridad para la obra, si no oramos seriamente!
La fuerza espiritual y nuestra eficacia no dependen de nuestro talento sino, sobre todo, de nuestra comunión con el Señor y nuestra vida de oración.
El orar hay que aprenderlo y practicarlo. ¡A orar sólo se aprende orando!
Las fuertes emociones, las movilizaciones y las llamadas a la oración, en el mejor de los casos, sólo podrán motivar a orar a corto plazo. La solicitud en la oración muy pronto desaparecerá. Es mejor comenzar dando pequeños pasos para entrenar “los músculos de la oración”, que obligarse en forma poco realista y terminar frustrado y resignado.
Seguimos adelante, entonces, viendo que: Nadie que pretenda llegar a corredor de maratón comenzará directamente corriendo un maratón. Primeramente aguzará sus músculos y sus pulmones corriendo distancias más cortas, y con el tiempo aumentará la intensidad y los kilómetros a correr.
Nadie que piense dedicarse al salto de altura comenzará sus primeros ejercicios intentando saltar los dos metros. Se empieza más bajo, según la capacidad del momento, para poco a poco ir subiendo el listón.
De la misma manera, es prudente comenzar al principio reservando 10 minutos para la oración, pero aprovechándolos concentrándonos bien. El que practique esto fielmente durante algún período de tiempo, notará que pronto no le bastan los 10 minutos. Los crecientes motivos para orar, para dar gracias a Dios, para alabarlo, pedirle o interceder por otros, poco a poco reclamarán más tiempo y el tiempo de oración se irá alargando por sí solo.
Así, en cuarto lugar, vemos entonces que: Así como el Señor perseveró durante la noche en oración, nosotros deberíamos ejercitarnos en orar persistente y perseverantemente. Vemos algunas exhortaciones y ejemplos en la Palabra de Dios:
“Todos estos perseveraban unánimes en oración…” (Hechos 1:14).
“Gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación; constantes en la oración” (Romanos 12:12).
“… orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos…” (Efesios 6:18).
“Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias” (Colosenses 4:2).
Cuando Pedro se hallaba en la cárcel, la iglesia de Jerusalén “hacía sin cesar oración a Dios por él” (Hechos 12:5).
Este tiempo de oración evidentemente duró hasta muy pasada la medianoche, porque cuando Pedro fue despertado por el ángel, fue a la casa de María, la madre de Juan Marcos “donde muchos estaban reunidos orando” (Hechos 12:12).
Cuando en nuestra iglesia una joven madre de tres hijos enfermó muy gravemente de septicemia (infección/intoxicación de la sangre causada por la multiplicación incontrolable de bacterias), y sólo podíamos espera su muerte, nosotros como iglesia experimentamos de forma conmovedora lo que es la oración perseverante.
Cuando esto ocurrió, comenzamos a reunirnos todas las tardes para orar durante unas tres semanas. Orábamos por este asunto: que Dios conservara la esposa al esposo, la madre a los niños y que conservara para la obra del Señor a esta valiosa hermana.
Dios oyó nuestras oraciones. Recuerdo muy bien que después de estas tres semanas terminamos nuestras reuniones de oración diarias con sentimientos diversos: pensándolo bien habría todavía muchos motivos de oración y ocasiones para orar juntos diaria y perseverantemente.
Georg Müller, al final de su vida, relató sus experiencias con la oración perseverante:
“El punto más importante es no desistir jamás, hasta que venga la respuesta. Yo he orado todos los días durante 52 años por dos hombres, hijos de un amigo mío desde la juventud. Hasta el día de hoy no se han convertido, ¡pero se convertirán! ¿Cómo podría ser de otra manera? Tenemos la promesa inconmovible del Señor y en ella me apoyo. La gran falta de los hijos de Dios es que no continúan orando… Si deseas algo para la honra de Dios, debes orar hasta que lo recibas.”
Pasamos a otro punto ahora, y es que la oración es una condición para crecer en el conocimiento espiritual.
En Lucas 9:18 al 20, leemos: “Y aconteció que estando él solo orando, estaban con él los discípulos; y les preguntó diciendo: ¿Quién dicen las gentes que soy? Y ellos respondieron, y dijeron: Juan el Bautista; y otros, Elías; y otros, que algún profeta de los antiguos ha resucitado. Y les dijo: ¿Y vosotros, quién decís que soy? Entonces respondiendo Simón Pedro, dijo: El Cristo de Dios”.
Este detalle de “estando él solo orando” sólo lo menciona Lucas, mientras que Mateo y Marcos se concentran sólo en la conversación del Señor con Sus discípulos. Y Juan directamente omite esta escena.
Aquí no tenemos una oración en la soledad, sino una oración en presencia de los discípulos. Aparentemente tampoco duró toda la noche, sino que fue durante el día. El Señor no sólo predicaba sobre la oración, sino que lo vivía.
Como ya hemos dicho, nuestras oraciones no deben ser una demostración de nuestra piedad. Pero si vivimos junto a otras personas en la familia, en la iglesia y también en el servicio para nuestro Señor, entonces nuestra vida de oración no permanecerá escondida.
¿Cuáles fueron los motivos de oración del Señor en
esta escena?
No podemos decirlo con toda seguridad, pero los versículos que siguen podrían indicar que oraba por los discípulos, porque en la conversación que tiene lugar a continuación, el tema es el conocimiento espiritual y las consecuencias que trae el ser un discípulo de Jesús.
Habiendo orado durante una noche entera antes de elegir a los discípulos, bien podemos imaginar que en esta ocasión también oró por ellos, porque tenía que decirles a los doce algo que les costaría comprender y aceptar. Lo que hasta el momento imaginaban y esperaban del reino de Dios y sus tareas se iba a romper como una pompa de jabón.
Los versículos 18 al 27 tratan de tres temas:
Primero: ¿Quién es el Señor? ¿Qué piensa la gente y qué piensan los discípulos de Él?
Segundo: ¿Qué ocurrirá con el Señor en los próximos meses?
Y tercero: ¿Qué consecuencias tienen que esperar los discípulos por seguir al Señor?
De lo que trataba esta lección era, pues, de la comprensión espiritual o el conocimiento respecto a la naturaleza del Señor y Su futuro; pero también de la posición como discípulos de Jesús en un entorno hostil.
El conocimiento espiritual no depende del intelecto, ni es automáticamente el resultado de una buena educación. Sin la iluminación por parte del Espíritu Santo nos quedaremos sin discernimiento espiritual.
Especialmente en lo que se refiere a la persona de nuestro Señor, dependemos de la “revelación del Padre”, porque “carne y sangre” (así dice el pasaje paralelo en Mateo 16:17) no son capaces de asimilar y abarcar la naturaleza, grandeza y gloria de Dios y del Hijo de Dios. Prueba de ello es la historia decepcionante de la teología universitaria en los últimos 250 años.
En Mateo 16:16 y 17, leemos: “Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces, respondiendo Jesús, le dijo: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás; porque no te lo reveló carne ni sangre, mas mi Padre que está en los cielos”.
Es mi propia experiencia, que uno se puede criar en un hogar creyente, oír diariamente un pasaje de la Biblia antes de la comida, asistir de niño y de joven año tras año cuatro veces por semana a la iglesia, tener en la cabeza las historias de la Biblia, creyendo que son verdad y defendiéndolas delante de otros – y, a pesar de ello, estar tan ciego como un topo para las cosas espirituales, y tan frío como un pez muerto.
Al igual que Saulo, un hombre dotado intelectualmente y con elevada cultura filosófica y teológica, tenemos que experimentar cómo se nos “caen las escamas de los ojos” (como leemos en Hechos 9:18). Las verdades espirituales que hasta ese momento sólo conocíamos y podíamos mencionar en teoría, se hacen entonces una realidad viva, capaz de cambiar toda nuestra vida y llenar nuestro corazón de un gozo que antes no habíamos conocido.
El conocimiento espiritual es una obra de Dios, el Espíritu Santo en nosotros. Los “ojos de nuestro corazón” tienen que ser “iluminados” y para ello se necesita la oración.