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Autor: Wolfgang Bühne

Un ejemplo tiene más efecto que muchas palabras. El ejemplo de Jesús al orar, evidentemente retó a sus discípulos más que lo que Sus palabras podían hacerlo. El hecho de que vivía lo que predicaba, despertó en los discípulos el deseo de llegar a ser hombres de oración como Él.


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PE2286 – Estudio Bíblico
Poder y Ejemplo (1ª parte)



Amigos, ¿cómo están? Hoy comenzaremos a hablar de algo que podríamos llamar: El poder del ejemplo para producir un cambio.

En Lucas 11:1, leemos: “Aconteció que estaba Jesús orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos”.

Lucas habla aquí de “un cierto lugar”. Es un detalle interesante, porque parece indicar que en la vida de nuestro Señor había ciertos lugares conocidos por sus discípulos, donde solía orar. Esto nos recuerda algunas consideraciones que ya hemos mencionado en este mensaje. Algunas veces, puede ser una ayuda tener un lugar o un cuarto conocido, donde uno se puede retirar para orar.

En la biografía sobre James Fraser, escrita por su hija, se puede aprender mucho sobre la oración. En su diario y en sus numerosas y largas cartas enviadas a sus compañeros de oración, Fraser habla a menudo sobre sus experiencias y lo que descubría al estudiar los pasajes bíblicos que trataban sobre ella. No importaba en la región que vivía, ni en la cabaña primitiva donde habitaba – siempre tenía en las cercanías un lugar, donde podía orar sin ser molestado y donde podía derramar su corazón delante de Dios.
En Tengyueh por ejemplo, su lugar preferido para orar era un templo abandonado.

Incluso después de casado (a sus 42 años), después de mudarse muy pronto, con su pequeña familia, a una casa de la misión en Paoshan, buscó y encontró fuera de su vivienda un lugar donde estaba a salvo de ser molestado.

Crossman escribió acerca de él: “La única manera de escaparse del ajetreo, para James, era encontrar en otro sitio un lugar de silencio. Encontró y alquiló un cuartito en el último piso de una casa, justo enfrente de la casa de la misión. Eran muchos escalones para subir a oscuras, en la casa de un amigo islámico… Temprano por la mañana iba a menudo allí, suspendiendo el desayuno, para pasar horas en oración. Allí se sentía libre para orar en alta voz.”
También en la vida de nuestro Señor había ciertos lugares, parajes y también casas, que jugaban un papel llamativo. Y eso, seguramente, es de importancia también para nosotros.

Por supuesto, el Señor no necesitaba estas “muletas” humanas. Pero, el hecho de que se mencionen a menudo en la Biblia, muestra que contienen una lección práctica para nosotros, Sus discípulos, que con nuestras muchas debilidades somos marcados, más de lo que pensamos, por las circunstancias y costumbres.

Hablaremos un poco más adelante de la bendición de las buenas costumbres; ahora, sin embargo, queremos considerar la bendición y las consecuencias que puede tener un buen ejemplo.

Ya sabemos, por experiencia, que un ejemplo tiene más efecto que muchas palabras. En sus conversaciones con los discípulos y también en sus sermones públicos, el Señor habló muchas veces sobre la oración, animando a orar. Pero, Su ejemplo al orar, evidentemente retó a sus discípulos más que lo que Sus palabras podían hacerlo. El hecho de que vivía lo que predicaba, despertó en ellos el deseo de llegar a ser hombres de oración como Él.

Una persona que no haya recibido la nueva vida de Dios, es improbable que exprese el deseo de aprender a orar. Para muchas personas orar es una pérdida de tiempo, y, en el mejor de los casos, una clase de hipnotismo personal o una autosugestión en situaciones de estrés.

Lamentablemente, la experiencia muestra que un discípulo de Jesús no tiene automáticamente el deseo ansioso de convertirse en un hombre de oración. Muchos estarán de acuerdo con las palabras de John Oswald Sanders, quien dice que “la mayor parte de nosotros somos atormentados por una pérfida aversión contra la oración. No es nuestra alegría natural el acercarnos a Dios.”

A menudo, son apuros interiores o exteriores, los que Dios permite en nuestra vida con la intención de enseñarnos a orar. Sólo aceptaremos poco a poco nuestra completa dependencia de Dios, cuando lleguemos a nuestros límites (no sólo en teoría, sino en la práctica), y nos demos cuenta de que aun nuestros mejores anhelos e intenciones espirituales no tienen fuerza. Entonces – y es triste que tardemos tanto tiempo en verlo, y que antes destrocemos nuestros pies caminando por nuestros propios caminos – aumentará nuestro anhelo de que el Señor nos enseñe a orar.

Seguramente, no es casualidad que en los versículos anteriores (Lucas 10:38) no se hable de un “cierto lugar”, sino de una “cierta mujer” que recibió en su casa al Señor y a sus discípulos. Era Marta, bien conocida para nosotros, quien tuvo que aprender la dolorosa lección que toda persona extrovertida y llena de energía tiene que aprender tarde o temprano: “afanada y turbada estás con muchas cosas; pero sólo una cosa es necesaria…” (así leemos en el versículo 41).

Estar inactiva, sentada a los pies de Jesús y escucharlo, aprender de Él, para poder imitar Su ejemplo, era la lección espiritual que imperiosamente ella tenía que aprender – y cada uno de nosotros también.

El ejemplo único del Maestro despertó en el discípulo, cuyo nombre no se nos relata, el ardiente y sincero deseo de llegar a ser un hombre de oración. Y para nosotros no hay motivación mayor que Su ejemplo – si lo amamos a Él.

Hablemos ahora, entonces, de: La bendición de las buenas costumbres.

Y para eso, leemos en Lucas 22:39 al 42: “Y saliendo, se fue, como solía, al Monte de los Olivos; y sus discípulos también le siguieron. Y como llegó a aquel lugar, les dijo: Orad que no entréis en tentación. Y él se apartó de ellos como a un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa este vaso de mí; empero no se haga mi voluntad, sino la tuya”.

En estos tiempos, cuando el valor de la disciplina espiritual no está muy en boga entre los creyentes, puede ser una ayuda alentadora considerar lo que la Biblia y el ejemplo de Jesucristo dicen al respecto.

Es interesante que, especialmente en la pedagogía, se está viendo un cambio de opinión. Muchos educadores y maestros, por necesidad, se plantean la pregunta de si los métodos de las últimas décadas han dado buen resultado o no, pues ya dudan si se puede dar clase y educar a los jóvenes con tan poca presión y exigencias.

Está demostrado que los niños y jóvenes de generaciones pasadas no sólo aprendían más en menos tiempo, sino que, por lo general, salían más capacitados para la vida y más alegres que muchos de los jóvenes indiferentes de hoy que pasan de todo.

En el año 2006 se publicó el libro “Elogio de la disciplina – un escrito polémico” del conocido pedagogo y teólogo Bernhard Bueb. Ha encontrado buena acogida y aceptación, pero también rechazo. Esto es un indicio de que las opiniones están cambiando. También en la política se nota actualmente un aumento en el énfasis de la importancia de la moral, los valores y las virtudes cristianas.

Y por eso nos asombra que en círculos evangélicos exista la tendencia contraria. Predicadores y autores conocidos e influyentes, no se cansan de enfatizar que es inútil o incluso dañino leer la Biblia u orar, si no se tiene ganas de hacerlo.

Ciertos testimonios, en algunas revistas evangélicas y en ciertos libros, nos quieren hacer ver que casi todas las enfermedades y aberraciones espirituales y anímicas tienen su origen en una educación represiva, consecuentemente cristiana, donde los niños estaban expuestos a una presión supuestamente dañina.

Es indiscutido que una educación severa, con falta de amor y marcada por el legalismo, llevada a cabo por padres que ellos mismos no viven lo que exigen de sus hijos, puede causar daños devastadores. Lamentablemente, tenemos muchas pruebas de ello.

Algunos de los más conocidos ateos, nihilistas y odiadores de Dios, se criaron en hogares cristianos. Lo que vieron y oyeron allí fue tan repelente e hipócrita que – hastiados – juraron no querer saber nada más de la Biblia ni del cristianismo.

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