El Plan de Cristo para la Iglesia – II (2ª parte)
22 marzo, 2018El Plan de Cristo para la Iglesia – II (4ª parte)
22 marzo, 2018Autor: William MacDonald
La asamblea en el Nuevo Testamento, un tema que está muy en el corazón de Dios y ciertamente es de suma importancia para el Señor Jesucristo. Deberíamos preocuparnos por aquello que es lo que Dios más ama en este mundo. La asamblea más pequeña en la tierra significa más para Dios que el imperio más grande. Cristo es la Cabeza de la Iglesia, y también el mismo Cuerpo.
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PE2300 – Estudio Bíblico
El Plan de Cristo para la Iglesia – II (3ª parte)
Amigos, ¿cómo están? Decíamos al final del programa anterior, que deberíamos amar a todos los creyentes. Porque necesitamos a todos los creyentes. Es por eso que se nos ha dado el pasaje de 1 Corintios 12:12. Necesitamos a los miembros del cuerpo para poder funcionar adecuadamente. Y esto es cierto en el cuerpo universal de Cristo. Nos necesitamos unos a otros.
Podemos aprender de otros creyentes, aunque no estemos de acuerdo con ellos doctrinalmente. Todos los verdaderos creyentes están de acuerdo con las doctrinas fundamentales de la fe cristiana. Entonces, nos preguntamos: ¿Cuáles son esas doctrinas fundamentales?
Primeramente, todos los creyentes creen en la inspiración de las Escrituras. Si este Libro no es la Palabra de Dios, entonces no tenemos nada. Podemos comer y beber que mañana moriremos. Esa sería la adecuada filosofía de la vida si este libro no fuera la Palabra inspirada de Dios. Todos los creyentes creen en la inspiración de las Escrituras.
Todos los creyentes creen en la Trinidad. Esto, por supuesto, incluye la deidad del Señor Jesucristo. Esto es absolutamente fundamental. Jesucristo es Dios, la segunda Persona de la Divinidad.
Todos los creyentes aceptan la obra sustitutoria del Señor Jesucristo en la cruz del Calvario. Que Él murió por nuestros pecados. Que Él murió como un sacrificio por nosotros. Que Él murió como sustituto por nosotros. Él murió la muerte que nosotros deberíamos morir por causa de nuestro pecado.
Todos los creyentes creen que Él fue enterrado, y que resucitó (la resurrección es fundamental), y que Él ascendió al cielo.
Todos los creyentes aceptan el evangelio: la salvación por la gracia, a través de la fe y no por obras. Esto es fundamental. Si comenzamos a jugar con esto, acabamos por no tener un evangelio cristiano. Si comenzamos a agregarle a esto, no tendremos un evangelio cristiano. Los creyentes verdaderos aceptan el evangelio: la salvación por la gracia a través de la fe, independientemente de las obras de la ley.
Todos los creyentes creen en la vida eterna por medio de la fe en Cristo y en la condenación de aquéllos que rechazan a Cristo. Estas cosas son básicas.
Existen muchas otras cosas en las que los creyentes puede que no estén de acuerdo. Aspectos proféticos. Creemos que Cristo volverá, pero algunas veces no estamos de acuerdo en los detalles. Podemos tener convicciones muy firmes sobre esto, pero aún así permanece el hecho de que otros no están de acuerdo con nosotros.
Puedo amar a todos los creyentes. Necesito a todos los creyentes, incluso si no estoy de acuerdo con ellos en algunas de estas otras cosas. Puede que no logren respaldar adecuadamente algunos aspectos doctrinales, pero puedo aprender de su calidez. Puedo aprender de su celo por el Señor. Puedo aprender de su música maravillosa. Puedo encontrar cosas buenas. Puedo ver a Cristo en ellos, e intento hacerlo. No creo que haya encontrado un creyente del cual no pueda aprender algo. Y debe ser de esa forma si es que somos todos miembros de un mismo cuerpo.
Deberíamos orar por todos los creyentes. De hecho, Pablo dice en 1 Timoteo 2 que deberíamos orar por todos los hombres, por todas las personas. Pero ciertamente deberíamos orar por todos los creyentes. Y eso habla a viva voz hoy en día, cuando pensamos en cómo los creyentes en varias partes del mundo sufren la muerte por su fe: en Sudán, en los países musulmanes en general; en China, la iglesia perseguida de la actualidad. Es mi deseo que en nuestras asambleas se los recuerde con fidelidad. Deberíamos orar por todos los creyentes.
Deberíamos regocijarnos cuando Cristo es predicado por otros creyentes, incluso aunque no estemos de acuerdo en todo lo que hagan.
Como dice Filipenses 1:15 al 18: “Algunos, a la verdad, predican a Cristo por envidia y contienda; pero otros de buena voluntad. Los unos anuncian a Cristo por contención, no sinceramente, pensando añadir aflicción a mis prisiones; pero los otros por amor, sabiendo que estoy puesto para la defensa del evangelio. ¿Qué, pues? Que no obstante, de todas maneras, o por pretexto o por verdad, Cristo es anunciado; y en esto me gozo, y me gozaré aún.”
[Pablo escribió esto desde la prisión. Pero no se siente olor a prisión en esta carta. ¡Hay victoria y regocijo!]
Y podemos regocijarnos cuando Cristo es predicado, incluso si no podemos hacer todo lo que esos hermanos hacen.
Ha habido grandes cruzadas evangelísticas en las cuales los convertidos son enviados nuevamente a iglesias apóstatas, o a sinagogas judías. No obstante, podemos regocijarnos que Cristo es predicado, pero no ser parte de lo otro, porque de lo contrario entraríamos en conflicto con los principios de la Palabra de Dios. Debemos marcar una línea divisoria. Hablamos de amarnos y necesitarnos mutuamente. Es cierto, pero debemos ser fieles a nuestros propios principios también.
Moody dijo: “Yo no colocaría pollitos vivos bajo una gallina muerta”. Cuando las personas se salvan, no deberíamos colocarlas en algún lugar donde no pudieran ser alimentadas por la Palabra de Dios y crecer en la gracia y el conocimiento del Salvador.
Charles Henry Mackintosh lo expresó muy bien cuando dijo: “Lo ideal sería dibujar un círculo cerrado alrededor nuestro, en lo que respecta a la fidelidad a la Palabra de Dios, y dibujar un círculo bien amplio, en lo que respecta al amor hacia los creyentes”. Eso es bueno. Dibuje un círculo ajustado alrededor suyo en lo que respecta a la fidelidad a la Palabra de Dios. No negocie sus principios. Caer en eso es caer en la derrota. Pero entonces, dibuje un círculo amplio de afecto y amor en lo que respecta a otros creyentes. Todos los miembros del cuerpo de Cristo son nuestros hermanos y hermanas en Cristo Jesús.
Y no sólo eso, sino que todos los creyentes tienen dones. Así dice 1 Corintios 12:7 y 14: “Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho… Además, el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos”. Si conoce a Cristo como su Señor y Salvador, tiene un don o varios dones.
Todos los creyentes tienen dones. Deberíamos saber cuál es nuestro don. ¿Cómo podremos implementarlo si no sabemos cuál es? Es muy importante. Puede que usted se pregunte cuál es su don. Bill Gothard dijo: “Es aquel servicio que realice para el Señor en el cual encuentra la mayor efectividad con la menor fatiga”. No está mal. “Máxima efectividad con la menor fatiga”. Uno se involucra en diversas formas de servicio cristiano, y algunas de ellas no son su área. Pero en otras se siente muy cómodo, y el Señor parece bendecirlas.
Algunas veces el consejo de los ancianos es muy útil para determinar su don. Puede preguntar a sus ancianos cuál creen ellos que es su don. Algunas veces, los ancianos son un mejor juez que la persona misma. Un joven puede creer que él tiene lo necesario para la evangelización mundial, pero sus hermanos pueden darse cuenta que no es tan así. No se ha desarrollado hasta ese punto.
Todo creyente tiene por lo menos un don. No es orgullo si usted declara cuál es su don. No tiene nada que ver con el orgullo. Es un don soberano del Espíritu Santo. Usted no oró por él. No lo mereció. Dios se lo dio en el momento en que fue salvo. Por lo tanto, no hay de qué enorgullecerse al decir cuál es su don.
En la asamblea local debería haber libertad para el ejercicio de los dones. 1 Corintios 14:26 nos brinda un interesante panorama de las iglesias en los primeros días:
“¿Qué hay, pues, hermanos? Cuando os reunís, cada uno de vosotros tiene salmo, tiene doctrina, tiene lengua, tiene revelación, tiene interpretación. Hágase todo para edificación.”
Parece que en los primeros días de la Iglesia, había una reunión en la cual había libertad para que los hermanos se ejercitaran ellos mismos en el ministerio de la Palabra de Dios, en oración y adoración al Señor. Debería haber libertad para el ejercicio de los dones.