Aquí viene el Esposo
3 abril, 2018Volviendo a la Cruz (2ª parte)
3 abril, 2018Autor: René Malgo/Samuel Rindlisbacher
¿Dónde puede encontrar amparo un creyente? Si nos aferramos a Jesús, que murió por nosotros en el madero de la cruz, podemos mirar adelante sin temor. Es necesario que nosotros, los cristianos protestantes, regresemos a la cruz y que una vez más lleguemos a ser “simples”, que no nos aferremos a nada más que a la “locura” de la Palabra de la Cruz (de la cual nos habla 1 Corintios 1:18).
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PE2354 – Estudio Bíblico
Volviendo a la Cruz (1ª parte)
¡Hola! ¿Cómo están? Como ya se dijo, el mensaje que les vamos a ofrecer se titula: Volviendo a la cruz.
No sabemos lo que traerá el futuro. No sabemos, cuándo vaya a venir el Señor. No sabemos cuántas veces aún lloraremos. Pero una cosa sabemos cada uno de nosotros, y a esa podemos aferrarnos: Jesús murió por mí en el madero de la cruz, y por eso puedo mirar hacia adelante sin temor.
2017 es el año de la Reforma, 500 años desde que Martín Lutero desencadenó la Reforma a nivel de toda Europa. Él fue quien “redescubrió” el evangelio en las cartas del apóstol Pablo a los romanos y a los gálatas, y quien con eso pudo hacer frente a los poderes mundanos y eclesiásticos, el mal espíritu de su tiempo.
Hoy en día, un nuevo redescubrimiento del evangelio parece más necesario que nunca. Los teólogos protestantes convocan al diálogo con el islam, los evangélicos peregrinan “volviendo a Roma” porque la superficialidad y la ausencia de compromiso del protestantismo les repugnan.
Diferentes predicadores fieles a la Biblia, que se remiten al único y mismo Señor, se contradicen uno al otro en el púlpito y por intermedio de páginas de Internet. Al mismo tiempo, la decadencia moral y social, en el supuesto occidente cristiano, es inevitable. ¿Dónde, entonces, puede encontrar amparo un creyente?
La respuesta es la misma que Lutero diera hace apenas 500 años atrás: en el evangelio, más exactamente en la “persona” del evangelio, Jesucristo mismo. Es necesario que nosotros, los cristianos protestantes, regresemos a la cruz y que una vez más lleguemos a ser “simples”, que no nos aferremos a nada más que a la “locura” de la Palabra de la Cruz (de la cual nos habla 1 Corintios 1:18).
Para Martín Lutero, una de las declaraciones centrales al respecto se encontraba en Romanos 1:16 y 17: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá.”
Durante años, Lutero se había esforzado por vivir una vida pura, por poder estar en pie delante de Dios. Pero, por más que cansaba luchando, que golpeaba su cuerpo hasta dejarlo sangriento, que lo privaba de alimento ayunando durante días, su miseria interior y su conciencia de que no lo podía lograr aumentaba diariamente. Y entonces, algo le quedó claro: “El justo por la fe vivirá”. No es nuestro logro lo que Dios quiere. No es nuestra oración lo que Dios exige, no es nuestra vida “santa” lo que nos permite acercarnos a Dios; no son los ejercicios espirituales y los ritos lo que Dios exige. Sino sencillamente esto: “Él vivirá por la fe.” La fe es la salida de nuestra miseria, de nuestra perdición, de nuestro enredo en el pecado, y de nuestra lejanía de Dios.
Supongamos que usted se encuentra en un consultorio médico y espera un tratamiento urgente que le salve la vida. Aun antes que el médico tenga el diagnóstico y comience con su tratamiento, él ya le promete que se sanará; aun antes que usted haya tomado un medicamento, ya recibe la promesa de una sanidad total. A un médico de ese tipo seguramente usted lo desecharía como charlatán. Pero exactamente así obra Dios: Él nos da una oportunidad garantida de éxito. Aún antes que Dios le diga Su diagnóstico a un pecador, le promete a cada persona que cree en Él la sanidad, y lo hace con las sencillas palabras: “él vivirá por la fe.” Eso ya de antemano significa para nosotros: absuelto por la fe. No más condenación por la fe. Libre de la carga del pecado por la fe. Aceptado por Dios por la fe. Tener el cielo seguro, por la fe.
¡Ése es el poderoso mensaje del evangelio! Aún cuando no haya comprendido todavía en toda su profundidad la Palabra de la Cruz, si creo en ella, soy declarado justo por Dios. Aún cuando no sea capaz de sondear toda la dimensión de la gracia divina, si creo en ella, soy considerado como santo por Dios. Aun cuando no sea capaz de comprender mi pecaminosidad y perdición en toda su profundidad, si por fe me aferro a la obra de salvación de Jesucristo, soy reconciliado con Dios. Ése es el evangelio del que habla Pablo.
Él testifica: en el evangelio hay poder para justificar a una persona y llevarla a la vida. Sí, quien cree en el evangelio entra en contacto con el poder más grande del universo, el poder de Dios. Evangelio significa “mensaje alegre”, “buena noticia”, o también, “mensaje de victoria”. De hecho, el evangelio es la mejor noticia que jamás haya sido proclamada en el mundo. El evangelio de Dios no es nada más ni nada menos que Jesucristo mismo. Él es esa única persona. Él es el poder de la vida eterna, el poder de la voluntad todopoderosa, y el poder del amor infinito. Y ahora, después de todo, sería lógico, si a partir del siguiente versículo en Romanos 1, Pablo comenzara a explicar este evangelio, este poder de Dios. Pero no lo hace. O no lo hace en la manera en que uno quizás esperaría. Recién en el capítulo 3:21 habla otra vez del evangelio. Antes, explica por qué el evangelio es necesario. Muestra por qué ninguna otra cosa sino el poder de Dios puede hacer justo a un ser humano y llevarlo a la vida.
A partir de Romanos 1:18, Pablo habla sobre una característica, o faceta de Dios, que no es muy apreciada en la cristiandad postmoderna, en nuestra cultura y sociedad: la ira de Dios. Pero, el hecho es que el evangelio no tendría sentido sin la ira de Dios. En Romanos 1:18 al 23, Pablo explica que Dios siente ira hacia las personas impías e injustas, porque si bien podrían reconocer la verdad sobre Dios en la naturaleza y el mundo creados por Él, ellos suprimen ese conocimiento y adoran a la creación en lugar de al Creador, y en su impiedad prefieren todo tipo de maldades. Pablo muestra que ningún ser humano puede mantenerse en pie delante de Dios, y toda persona merece Su ira.
Antes que lleguemos al poder liberador del evangelio, debemos comprender que nunca podemos cumplir las normas de Dios. Por eso, para el reformador Lutero era muy importante predicar primeramente la ley de Dios, y después el evangelio, la cruz. Porque si nos miramos a nosotros mismos en los mandamientos de Dios, tenemos que reconocer y decir que, por nosotros mismos, somos incapaces de cumplirlos. Nadie entra en el cielo en base a sus propios logros. Nuestros esfuerzos y empeños pueden ser grandes, pero nunca alcanzan. “Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento” (dice Isaías 64:5).
Jesucristo mismo usó los Diez Mandamientos cuando alguien Le preguntó en cuanto a “qué bien hacer” para “tener la vida eterna”. Esta “ley básica” de Dios nos muestra de manera especial, lo totalmente perdidos que realmente estamos. Al hacer esto, es como si una luz brillante comenzara a iluminar un trasfondo oscuro. Así también es con nuestra perdición. Recién la comenzamos a ver correctamente a la clara luz de los santos mandamientos de Dios.
En Éxodo 20:3, vemos que el primer mandamiento dice: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”. Jesucristo explicó este primer mandamiento de la siguiente manera en Mateo 22: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Éste es el primer y gran mandamiento”. Martín Lutero sacó la siguiente conclusión de esto: si el mandamiento supremo es amar a Dios de todo corazón, entonces el mayor de los pecados es no amarlo de todo corazón. Esta idea casi enloqueció a Lutero. Porque, ¿cómo puede un ser humano amar a Dios siempre de todo corazón, con todos sus pensamientos y sentimientos?
No alcanza el espacio en este artículo para analizar cada uno de los mandamientos y sus principios, pero rápidamente queda claro que no podemos mantenernos en pie delante de Dios, si aplicamos la norma de Jesucristo. El sexto mandamiento, por ejemplo, dice: “No matarás”, pero nuestro Señor intensifica esta exigencia con palabras claras en Mateo 5:21 y 22: “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje sin razón contra su hermano, será culpable de juicio; […] y cualquiera que le diga: Fatuo, quedará expuesto al infierno de fuego”. O el séptimo mandamiento: “No cometerás adulterio”. También aquí Jesucristo va hasta el meollo del asunto: “Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón”. Todo dejo de un pensamiento sexual o mirada lujuriosa que no estén dirigidos hacia el cónyuge, ya es adulterio – estemos casados o no. Esta norma divina es válida para cada persona.
El primer y gran mandamiento es: amar a Dios de todo corazón. Y el mandamiento semejante a éste es: “¡Amarás a tu prójimo como a ti mismo!” ¿Ser tan solícitos hacia todos nuestros prójimos como hacia nosotros mismos? Eso es imposible. El resultado desilusionador al que Pablo llega, es que todos los seres humanos “están bajo pecado. Como está escrito en Romanos 3:9 al 12: ‘No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda. No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno’”.