¡No tengo tiempo! (2ª parte)

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Autor: Wilhem Busch

El diablo busca por todos los medios robarnos el tiempo, para que no podamos reflexionar sobre el hecho de que en Jesucristo hay salvación de este poder de las tinieblas.


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PE2373 – Estudio Bíblico
¡No tengo tiempo! (2ª parte)



¡Qué gusto saludarte, amigo! En el encuentro anterior conversábamos sobre cómo el Diablo existe, su poder es real y esclaviza a las personas de diferentes maneras. Pero lo principal de todo esto es el mensaje de que la salvación viene por Jesús. Por eso, tengo que contarle de Jesús; ¡Él es mi tema preferido! Recuerdo cómo una vez en Nueva York fui invitado a un club de afroamericanos. Ya sabemos que en ese tipo de lugares, ellos son muy defensores de su etnia. Bueno, pues en ese club había en la sala de entrada una figura de mármol sobre un pedestal, y se notaba claramente que no era un negro. Me asombré de que en este tipo de club se hubiera erigido un monumento en honor a un blanco. Así que pregunté a un caballero: “Amigo, ¿quién es este hombre?” .Y entonces vi una escena que jamás olvidaré: este caballero se paró delante de la estatua y me explicó solemnemente: “¡Este es Abraham Lincoln, mi libertador!”. Y mi pensamiento voló atrás, a una época mucho antes de que naciera este caballero, y recordé aquella horrible guerra tras la cual el presidente Lincoln decretó la libertad de los negros. Este hombre no estuvo allí presente, pero el hecho de que ahora podía moverse libremente se lo debía a Abraham Lincoln, quien lo obtuvo para él por medio de sangrientas batallas. Yo subí la escalera y vi cómo aquel hombre aún seguía de pie delante de la estatua musitando: “¡Abraham Lincoln, mi libertador!”. De esta manera quiero yo ponerme delante de la cruz de Jesucristo y decir: “¡Jesús, mi libertador!”

Amigos, hay un versículo en la Biblia que habla de algo peculiar: “La ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte”, dice en Romanos 8:2. Ya sabemos que hay leyes naturales. Por ejemplo, si tomo un pañuelo en mi mano y lo dejo caer, caerá hacia abajo por la fuerza gravitatoria. Eso no se puede cambiar. Pero si ahora lo cojo con la otra mano, entonces no cae al suelo. Es decir: Si uso una fuerza mayor, entonces queda interrumpida la ley de la fuerza gravitatoria. Déjame decirte, amigo, que por naturaleza todos estamos sometidos a la ley del pecado y de la muerte. Todos caemos, resbalamos hacia la perdición eterna. Eso es sabido. Es necesario, por lo tanto, que se ponga en medio una potencia más fuerte y pare nuestra caída. Entonces ya no caemos. Y esta potencia más fuerte Dios la ha dado en Jesús, para salvación y liberación. ¿Comprendes? Jesús le ha quitado el poder al diablo. Y con la fuerza del Espíritu Santo que Jesús nos da, podemos andar libres en una nueva vida.
Es peculiar que el mundo no puede deshacerse de este Jesús. Alguien dijo una vez que Jesús era como una partícula extraña en este mundo. Y es verdad: Él es una partícula extraña venida del cielo. Pero ¿quién es este Jesús? Tengo que pararme un poco aquí, porque todo depende de que tú encuentres y conozcas a Jesús. Solamente el Nuevo Testamento nos da la información correcta sobre quién es Jesús. Lutero, apoyado en la Biblia, lo formuló así: “Dios verdadero, nacido del Padre desde la eternidad, y también hombre verdadero nacido de la virgen María.” ¡Dios y hombre!

¡En Él el cielo y la tierra se unen!

¡Jesús es “verdadero hombre”! Pudo llorar junto a la tumba de Lázaro. Y yo pienso que también pudo reír al decir a sus discípulos: “Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?”, como se relata en Mateo 6:26. Parece que veo sonreír a mi Salvador: “¡Los frescos gorriones no se preocupan por nada y, sin embargo, ahí los tenéis bien gorditos”. ¡Qué hombre más maravilloso es Jesús!
Se nos narra que cierto día después de predicar alimentó a 5,000 hombres, sin contar las mujeres y los niños. Qué reunión sería aquella con el Señor Jesús: ¡5,000 hombres sin contar mujeres y niños! Y no tenía micrófono. ¡Qué voz más maravillosa tenía! Créeme, amigo, ¡fue un hombre extraordinario!
Una de las mayores escenas del Nuevo Testamento es la que se relata en Juan capítulo 19: El procurador romano Poncio Pilato había hecho azotar a Jesús. Le habían puesto una corona de espinas, por lo cual su cara estaba ensangrentada. Su espalda destrozada. Le habían escupido en la cara. Una ruina de hombre. Y así sale Jesús. Pilato lo mira primeramente a él y luego al pueblo. Y entonces señala hacia Jesús y dice profundamente conmovido: “!He aquí el hombre!”. Con ello Pilato quiso decir lo siguiente: “He visto muchos bípedos, pero eran lobos hambrientos, tigres peligrosos, zorras astutas, pavos engreídos, o incluso monos. Pero este Jesús es un hombre.” Es posible que comprendiera: “¡Este Jesús es un hombre, como nosotros debiéramos ser!
Hace unos días alguien me comentó: “Jesús fue un hombre como nosotros.” A lo cual yo respondí: “Jesús fue un hombre, pero precisamente no fue como nosotros somos, sino como deberíamos ser.” Jesús fue un hombre como nosotros deberíamos serlo, como Dios quería que fuéramos. Cuando oiga que alguien dice que Jesús fue un hombre como nosotros, entonces pregúntele: “¿Eres tú como Jesús?”.

Pero también es necesario considerar otra cosa, amigo: Jesucristo es al mismo tiempo, Dios verdadero, nacido del Padre en la eternidad. Ahora tendría ganas de contarle horas y horas de esto. Por ejemplo, la escena cuando la barca de los discípulos es sacudida por una tempestad en el lago de Galilea. En un momento, la barca se ha llenado de agua y el mástil se ha quebrado. ¡¿Quién dice miedo?! Todos ellos eran marineros con experiencia. Pero, de pronto, se asustan de verdad, los invade el pánico y gritan: “Pero, ¿dónde está Jesús?” – “¡Está durmiendo en el camarote!” Y todos se lanzan abajo a despertarlo, con el agua ya entrando como un torrente: “¡Señor! – ¡Sálvanos, que nos hundimos!”. Y entonces veo a Jesús cómo sale a la cubierta. ¡Cómo se enfrenta a la tormenta! Nosotros siempre queremos encerrarlo en nuestras iglesias mansas. Pero Él se mete en medio de la tempestad. La tormenta parece que quiere arrancarlo de un solo golpe, pero Él extiende su mano y, con autoridad imperativa, por no decir con majestad, exclama en medio del bramido: “¡Calla, enmudece!” Y en ese mismo momento las olas se calman y las nubes dan paso al cielo azul. Cuando conté esta historia a mis hijos pequeños, uno de mis chicos dijo: “¡Y entonces el trueno se rompió!”. “Sí, efectivamente, el trueno se rompió.” Comenzó a brillar el sol y los discípulos cayeron sobre sus rodillas: “¿Quién es éste? ¡Este hombre no es como nosotros!” Al final encontraron la respuesta: ¡Jesús es Dios hecho hombre! No lo comprendieron bien hasta pasada la Pascua, cuando Jesús salió vivo de la tumba.

Te contaré, amigo, que la manera en más me conmueve verlo es colgado en la cruz. Allí es verdaderamente Dios y hombre. Me gustaría dibujarlo para que lo viera coronado, pero con una corona de burla. Las fuertes manos están clavadas al madero. E inclinó la cabeza y expiró. Pon tu mirada en este Jesús, no te muevas de allí y pregúntate: ¿Por qué está colgado ahí? Pregúntate hasta que tenga la respuesta: ¡Allí me redime de la potestad y del poder de las tinieblas! ¡Allí me salva del poder del diablo! Solo puedo esbozarlo: Ponte allí debajo de esa cruz de Jesús, mírala con fe y cree que allí eres rescatado de la potestad de las tinieblas para llegar a ser un hijo de Dios libre. El diablo ya no tiene derecho de acosarte; mirando esta cruz experimentarás que el poder del diablo terminó. ¡Jesús es más fuerte! Este Crucificado te ha comprado para que seas un hijo de Dios libre.

¡Dejemos de hablar de la problemática estúpida de nuestro tiempo! ¡Entremos en las realidades! Podemos ser hijos de Dios en plena libertad. ¡Los requisitos Dios los ha cumplido ya todos en Jesús, quien fue crucificado y resucitó de los muertos – por nosotros! Sé que cuando se habla de “Dios” el hombre se siente muy incómodo; hay muchas personas que no tienen un encuentro con Dios porque en el fondo de su corazón piensan: “Hay tanto entre Dios y mi persona, tantas cosas mal, tantas cosas vividas, que no podemos caminar juntos.” Y tienen toda la razón. Están bajo la potestad de las tinieblas y no pueden tener comunión con Dios. Pero ¿qué crees? – Si Jesús nos quiere salvar de la potestad de las tinieblas y hacernos hijos de Dios, entonces también querrá quitar de en medio lo que está entre Dios y nosotros. Y eso es lo que ha hecho en la cruz. Ahora podemos hallar perdón si acudimos a Él. Efectivamente: Este Salvador crucificado otorga el perdón de los pecados. Esto lo comprendió bien Pablo cuando dijo: “Dios nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su amado Hijo.” Por naturaleza vivimos acosados por el diablo. Pero Jesús, el Hijo de Dios, nos salva dándonos el perdón de nuestra culpa. Amigo, Dios nos ha dado nuestro tiempo, para que creamos en Jesús y hagamos nuestra la salvación que nos ofrece.

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