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9 abril, 2018Hoy entrevistamos a Natalia acerca de la importancia de no prejuzgar. Vimos distintas medidas a tomar para poder evitarlo. Encontramos el mejor ejemplo en Jesús, quien, siendo el mismo Dios, nos mira con amor y regala da el perdón por nuestros pecados Te animamos a conocer más de este tema para beneficiar tu relación con otros, contigo misma, y con Dios.
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EA711 – Entre Amigas –
Tomando medidas para dejar de prejuzgar
Entrevista a Natalia López
Victoria: Bienvenidas al tiempo de entrevista, hoy estaremos hablando sobre el prejuzgar, los prejuicios, y cómo podemos tomar medidas para evitarlo.
Natalia: Exactamente, lo que decimos y lo que pensamos afecta mucho, no solo a quien va dirigido el prejuicio, sino también a nosotros mismos. Porque al prejuzgar nos llenamos de sentimiento. Prejuzgar nos puede generar miedo, tristeza, enojo, y muchas cosas más. Por ejemplo, en este tiempo en el que la inseguridad es un problema creciente, vemos venir a un muchachito joven vestido de una forma sospechosa, y ya agarramos la cartera más fuerte, cruzamos la vereda, sentimos miedo. Otro ejemplo: Vemos a alguien que conocemos y no nos saluda. ¿Qué pensamos? Que tiene algo en contra de mí, que no me quiso saludar, seguro que está enojado, y yo me enojo hacia la otra persona, y me lleno de sentimientos que no me benefician, que no me hacen bien.
Para comenzar a hablar de este tema, les voy a contar un cuento:
Es sobre una pareja de recién casados que se mudó a un barrio muy tranquilo. En la primera mañana en la casa, mientras tomaba el café, la mujer reparó a través de las ventanas que una vecina colgaba sábanas a en el tendedero. -Ay, que sábanas tan sucias cuelga la vecina, quizás necesita que le recomiende el jabón que yo uso- -Ojalá pudiera ayudarla a lavar las sábanas- se lamentaba la mujer. El marido la miró y no le dijo nada. Esa escena se repitió cada vez que la vecina tendía su ropa al sol. Al mes, la mujer se sorprendió al ver a su vecina tendiendo las sábanas limpias. Asombrada, le dijo al marido -mirá, nuestra vecina al fin aprendió a lavar su ropa- Y el marido le dijo -No, hoy me levanté más temprano y lavé los vidrios de nuestras ventanas-.
Muchas veces somos nosotros los que tenemos el “vidrio sucio”, usando la metáfora de este cuento, y juzgamos a los demás. Por eso lo importante es poder ponernos en el lugar del otro. Pensar que quizás no tenemos toda la razón, quizás nos equivocamos. Así empecé yo a cuestionarme esto: Yo razonaba, me imaginaba por qué alguien había hecho determinaba cosa, y me convencía de que lo que yo había deducido era lo que realmente había pasado. Y, una vez hablando con alguien, me recomendó que, ante la duda, preguntara. Al preguntarle a la otra persona si se había enojado, resultó que ese no era el caso. Yo me había creado un mundo, sin necesidad, mientras que, si hubiese preguntado al principio, se habría aclarado todo.
Así que, intentemos no tener esa certeza, sino más bien dudas con respecto a los demás. Sobre todo, cuando alguien nos hace algo que nos hiere, deberíamos ponernos en el lugar del otro antes de acusar. A veces ni siquiera es que nos hizo algo a nosotros, sino que juzgamos lo que el otro hace, mientras que nosotros en esa misma circunstancia, quizás haríamos las cosas todavía peor. Así que tenemos que hacer ese ejercicio, y ponernos en el lugar del otro, practicar la empatía. Jesús era empático con los demás. Lo vemos cuando trajeron a aquella mujer que había adulterado, había engañado a su marido, y le dijeron a Jesús que la juzgue, ya que, conforme a la ley, lo que había hecho merecía castigo. Sin embargo, Jesús dijo: “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Se refería a que todos tenemos situaciones que nos hacen merecedores de castigos. Entonces no emitamos juicio sobre los demás. Hablando de juicio, Jesús dice: “No juzguen, y no se les juzgará. No condenen, y no se les condenará- Perdonen, y se les perdonará. Den, y se les dará: se les echará en el regazo una medida llena, apretada, sacudida y desbordante. Porque con la medida que midan a otros, se les medirá a ustedes.” No es una ley cósmica, es simplemente convivencia. Cuando podemos ser generosos con los demás, cuando no juzgamos, cuando somos amables, vamos a recibir lo mismo de los demás, o por lo menos de parte de Dios, porque puede ser que la gente sea injusta con nosotros, pero Dios siempre es justo.
Antes de continuar, vamos a definir qué es juzgar y qué es prejuzgar.
Cuando juzgamos a alguien, es un dicho de la persona que tiene autoridad para ello, es deliberar acerca de la culpabilidad de alguien y sentenciarlo, es básicamente lo que hace un juez. También podemos definir juzgar como formar una opinión sobre algo o alguien previa la comparación de dos o más ideas, y la relación que existe entre ellas. Esto habla de hacer un estudio previo, antes de formar una idea. Un juez nunca da una sentencia sin conocer el caso, las pruebas, y la evidencia.
Prejuzgar, justamente es todo lo contrario. Es juzgar las cosas antes del tiempo oportuno sin tener de ellas cabal conocimiento. Cuando miramos a alguien y ya damos por resuelto nuestro veredicto. Jesús no hace eso, Dios no hace esto. Nosotros ya estamos condenados desde el principio, pero la Biblia nos dice que Jesús es nuestro abogado, que aboga por nosotros, es decir que nos defiende y nos da esa gracia ante Dios para que nuestros pecados tengan perdón. Si bien somos condenados por lo malo que hacemos, Jesús es el que llevó ese castigo por todos nosotros y aboga por nosotros ante Dios. Entonces es importante que compartamos con los demás de ese amor que Jesús tiene por nosotros.
Victoria: Algo que quería decir, es que a veces en lugar de limitarse a ese prejuzgar, debemos ir un poco más allá y hacer un análisis poder para conocer un poco más de la persona, y entender por qué actúa de cierta manera.
Natalia: Si, totalmente. Cuando nosotros entendemos el actuar de la otra persona la vamos conociendo más. A veces pensamos que el otro actúa como actuaríamos nosotros, o sea, juzgamos a los demás en base a nuestras normas y actitudes. Un ejemplo bien cotidiano es el de saludar. Imaginemos que una persona entra a una habitación y no saluda a nadie. Nosotras, que estamos acostumbradas a entrar y saludar a todo el mundo, pensamos que es antipático, que es antisocial, asqueroso, o lo que sea. Pero quizás es una persona tímida. Quizás no tiene la habilidad social de entrar a un cuarto y saludar a todo el mundo. Quizás se siente intimidada por la cantidad de gente que hay. Y nosotros lo juzgamos porque pensamos que, como para nosotros es fácil saludar, para esa persona también tiene que serlo. Por eso hay que tener cuidado cuando vamos a pensar mal de alguien. Lo que pasa es que prejuzgar es algo automático en nosotros. Por eso necesitamos reprogramarnos.
Los medios de comunicación a veces se encargan mucho de que tengamos ese preconcepto. Por ejemplo, en las películas americanas, los “malos” siempre son latinos. O pasa también en los noticieros, cuando salen las noticias policiales siempre los criminales tienen ciertas características y nosotros ya nos formamos una imagen. Pero no tiene nada que ver, hay criminales que se visten de traje y corbata. La actitud del corazón va más allá de la apariencia, y es por eso por lo que tenemos que aprender a ver un poco más allá para que también las emociones que nos genera a nosotros sean positivas. Nos va a dar otra forma de encarar la vida y de ver a los demás.
Empatía es sufrir con el otro, es ponerse al lado del otro en su situación. “Patos” en griego significa sufrimiento. La empatía consiste en ponerse en el lugar del otro. Ese ejercicio nos va a ayudar a no juzgar tanto a los demás. Como ejemplo, quería compartir un texto de la Biblia, que le pasó al mismo Jesús. Dice Lucas 7:36-50 “Uno de los fariseos invitó a Jesús a comer, así que fue a la casa del fariseo y se sentó a la mesa. Ahora bien, vivía en aquel pueblo una mujer que tenía fama de pecadora. Cuando ella se enteró de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de alabastro lleno de perfume. Llorando, se arrojó a los pies de Jesús, de manera que se los bañaba en lágrimas. Luego se los secó con los cabellos; también se los besaba y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado dijo para sí: «Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la que lo está tocando, y qué clase de mujer es: una pecadora». Entonces Jesús le dijo a manera de respuesta: —Simón, tengo algo que decirte. —Dime, Maestro— respondió. —Dos hombres le debían dinero a cierto prestamista. Uno le debía quinientas monedas de plata, y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagarle, les perdonó la deuda a los dos. Ahora bien, ¿cuál de los dos lo amará más? —Supongo que aquel a quien más le perdonó —contestó Simón. —Has juzgado bien —le dijo Jesús. Luego se volvió hacia la mujer y le dijo a Simón: —¿Ves a esta mujer? Cuando entré en tu casa, no me diste agua para los pies, pero ella me ha bañado los pies en lágrimas y me los ha secado con sus cabellos. Tú no me besaste, pero ella, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con aceite, pero ella me ungió los pies con perfume. Por esto te digo: si ella ha amado mucho, es que sus muchos pecados le han sido perdonados. Pero a quien poco se le perdona, poco ama. Entonces le dijo Jesús a ella: —Tus pecados quedan perdonados. Los otros invitados comenzaron a decir entre sí: «¿Quién es este, que hasta perdona pecados?» —Tu fe te ha salvado —le dijo Jesús a la mujer—; vete en paz.”
Acá hay varias situaciones. Primero, el prejuicio hacia la mujer, ya que piensan que porque era pecadora no merecía ningún tipo de perdón ni acercarse a la “gente buena”. Segundo, prejuicio hacia Jesús por dejar que la mujer lo toque. Jesús hace lo que hablábamos: ve más allá, mira la intención del corazón. Y ve la diferencia entre el corazón de la mujer, y el corazón de Simón.
Los prejuicios nos cierran las puertas del perdón. Podemos tener a Dios en frente, y por nuestros prejuicios no darnos cuenta. Hay muchos prejuicios hoy en día, por ejemplo, hacia la iglesia, debido a las muchas cosas que han sucedido y que siguen sucediendo. Tengamos el corazón abierto, la sensibilidad para profundizar más y llegar a las personas. Pero más allá del buen relacionamiento que podamos tener con los demás por no prejuzgar, a mi lo que me importa es que podamos disfrutar de un buen relacionamiento con Dios. Quizás algunas de nuestras oyentes estén enojadas con Dios, porque han escuchado cosas que han vivido de otras personas, o han visto personas que dicen ser cristianas y no tienen un buen testimonio, pero las invitamos a que conozcan a Dios, leyendo la Biblia, y así se quiten el prejuicio que tienen de Dios.
Así que bueno, esto es lo que queríamos compartir hoy en el programa, esperamos que lo hayan disfrutado y aprovecharlo. Ahora, ¡a ponerlo en práctica!
Victoria: Muchas gracias, Nati, por esto que has compartido, muy práctico sin duda.