¿Cómo será nuestro cuerpo de resurrección?
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¿De dónde viene la tendencia de ir más allá del fundamento bíblico? ¿Por qué no nos quedamos simplemente con las Escrituras?
Martín Lutero dijo que ningún otro estudio le agradaba tanto como el de las Sagradas Escrituras. Las leía asiduamente y las memorizaba; y a menudo un pasaje leído ocupaba sus pensamientos durante todo el día.
Una y otra vez nos encontramos con relatos sobre supuestas experiencias cercanas a la muerte. Hay libros cristianos que cuentan cómo alguien “muere”, se desliza a través de un túnel y llega a una luz brillante. Allí supuestamente se encuentra con Jesús y es enviado de vuelta para transmitir un mensaje celestial a sus semejantes. John Burke, por ejemplo, relata en su libro What Comes Next:
“‘¿Quieres volver o prefieres quedarte aquí en el cielo?’, preguntó Jesús. (…) Él, como caballero, no me obligó, sino que me dejó libertad para decidir. Cuando le comuniqué mi decisión de volver a la Tierra y ser testigo suyo allí, me motivó el amor, no el sentido del deber. (…) ‘Está bien, nos vemos pronto’, me dijo (…)”.
¿Qué pensar de todo esto? Les admito que no le doy mucha importancia a esos relatos de experiencias y me contento con las afirmaciones de la Palabra de Dios sobre el tiempo y la eternidad. Jesús es el Salvador y el único camino al Cielo. Murió y resucitó, y como tal fue visto por más de 500 personas (1 Corintios 15:6). Volvió al Cielo y desde allí nos comunicó su Palabra eterna y acabada: esto es suficiente. No en vano la Biblia termina, en su última página, con la clara prohibición de añadir o quitar a las palabras:
“Yo testifico a todo aquel que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno añadiere a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro. Y si alguno quitare de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida, y de la santa ciudad y de las cosas que están escritas en este libro” (Ap. 22:18-19).
Esto descalifica todo lo que ha surgido como supuesta verdad después de la conclusión de la Biblia —ya sean nuevas “revelaciones”, pseudoevangelios, los escritos del Corán, etc.
¿Por qué no nos limitamos a la Biblia?
Contiene un mensaje suficiente y completo para nosotros sobre el Cielo y la Tierra, el pasado, el presente y el futuro. Nos dice todo lo necesario sobre el perdón, la salvación y la vida eterna de los que creen en Jesús, pero también sobre la perdición de los que no creen. La Biblia está llena de estímulos y exhortaciones a dejarnos transformar para ser testigos ante los demás; para ello no es necesario hacer un viaje al Cielo.
Los que no creen en la Palabra de Dios tampoco creerán cuando alguien vuelva de entre los muertos. El relato de Jesús sobre la muerte del rico y del pobre Lázaro lo deja claro. El rico, en el Hades, pide que alguien les vaya a testificar de la salvación a sus hermanos: “Él entonces dijo: No, padre Abraham; pero si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán” (Lc. 16:30). Pero la respuesta de Abraham es inequívoca: “Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos” (v. 31).
¿Por qué no nos atenemos a la Biblia?
Nos dice de forma cristalina e inequívoca que el arrepentimiento —-es decir, arrepentirse y volverse de la propia forma de vida equivocada—- y acudir a Jesús con fe nos trae la salvación. Para estar seguros de esta verdad no necesitamos ningún mensaje de personas que visitaron el Cielo. Nos basta el Espíritu Santo que nos fue dado y quien inspiró la Palabra. Por eso, ¡atengámonos a la Biblia!