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23 agosto, 2016eBook gratuitos
31 agosto, 2016«Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella»
(Juan 11:4).
Al analizar este tema, no buscaremos demostrar si un cristiano debe confiar en Dios o no, sino que pretendemos demostrar el por qué un creyente debe confiar en el Señor. Para comenzar, no tenemos la intención de reunir palabras de aliento de la Biblia acerca del tema, ni tampoco eludir la enseñanza de Santiago 5:13ss, la cual muchas veces es dejada de lado por los cristianos. Por sobre todas las cosas, queremos mostrar que las personas enfermas deben igualmente confiar en su Señor, aun cuando Satanás pretenda «minar» dicha confianza utilizando, muchas veces, a hermanos en la fe que viven engañados. Existe una falsa doctrina que es capaz de provocar daños irreparables y una aflicción extrema en el alma de los cristianos aquejados por enfermedades, haciendo que la confianza en su Señor sea enormemente debilitada y corroída. Pues dentro de la Iglesia de Cristo reina una doctrina totalmente antibíblica, la cual pregona que los creyentes no deberían ser afectados por ninguna enfermedad. Y cuando – a pesar de eso- un hijo de Dios renacido se enferma, los discípulos de tal doctrina, instantánea y cruelmente, declaran en tono de sentencia: «El o ella pecó, por esa razón él o ella está enfermo/a». ¡Una afirmación de esta naturaleza es una profunda humillación para todos los hijos de Dios que quizá, durante largos años, han soportado o soportan una enfermedad con gran paciencia! ¡Esta no es la manera correcta de hablar con un enfermo, ni siquiera debemos permitir tal pensamiento, pues con esto ejecutamos un juicio para el cual no tenemos justificación alguna!
Desde el punto de vista bíblico, las enfermedades son una directa consecuencia de la caída del hombre en el Edén pues, así, el germen de la muerte entró al mundo por la desobediencia de Adán y Eva. Pero, estos hermanos que sostienen esta falsa enseñanza, no se refieren a este hecho histórico. Ellos no hablan sobre el pecado original, sino de la culpa individual del afectado.
Pero, ¿cómo surge una doctrina así? Con seguridad, por el hecho de que existen en la Biblia algunos ejemplos donde se menciona cierta conexión entre el pecado y la enfermedad. Por ejemplo, leemos en Juan 5:14, lo que el Señor Jesús le dijo al hombre que había sido sanado junto al estanque de Betesda: «Mira, has sido sanado; no peques más, para que no te venga alguna cosa peor».
Encontramos otro ejemplo muy estremecedor en la iglesia de Corinto, la cual tomaba la Cena de manera indigna. Pablo tuvo que advertir, exhortar, y decir a esta iglesia: «Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen» (1 Corintios 11:30).
De hecho, estos ejemplos mencionados, hablan claramente de una relación directa entre la enfermedad y el pecado y, de manera personal, hacemos bien en tenerlo presente como algo serio. Pues aquello que sucedió en Corinto también puede suceder hoy en día. Por eso, es perfectamente posible que aun hoy, aquí y allá, existan creyentes que carguen con una enfermedad como consecuencia de su pecado.
Pero – ahora viene el gran «PERO»-: ¡estos dos ejemplos no son suficientes para hacer de ellos una doctrina bíblica! Si bien es cierto que en el pasado hubieron casos donde existió un vínculo directo entre pecado y enfermedad – lo cual es muy penoso- se trataron de casos aislados y puntuales. Por consiguiente, no podemos tomarlo como regla general o ley. Y tampoco podemos, ni debemos, afirmar, cuando un hermano nuestro en la fe se enferma:¡Tú has pecado, si no no estarías enfermo! Hay una gran diferencia entre una clara doctrina bíblica, la cual se encuentra en todo el contexto de la Biblia, y un suceso esporádico, que tal vez se desarrolló en más de una ocasión de manera similar, pero que en el contexto bíblico no se manifiesta como doctrina. El gran error consiste en que algunos cristianos han fabricado una doctrina a partir de esos pocos ejemplos, en los cuales se vislumbra una relación entre el pecado y la enfermedad. ¡Con esa doctrina han colaborado en empujar a sus hermanos en la fe hacia un abismo de miedo y desesperación! ¡Cuántos hijos de Dios hoy no saben que hacer, porque se les ha convencido que su enfermedad es producto del pecado en sus vidas!
¿Comprendemos la seriedad de este asunto? ¿Nos damos cuenta de la responsabilidad que pesa sobre aquel que sale por ahí hablando livianamente? ¡Hablar de esta forma no corresponde de ninguna manera con el carácter de nuestro Señor Jesús! Pues El, nuestro Salvador, nunca relacionó el sufrimiento con el pecado de manera tan vanal y automática. Lucas 13:1-5, por ejemplo, es una prueba de eso: «En este mismo tiempo estaban allí algunos que le contaban acerca de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios de ellos. Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente». En estos versículos apreciamos claramente que esos terribles sucesos no vinieron sobre aquellas personas por causa de sus pecados específicos. En relación a eso -como lo expresa Jesús en forma contundente- no existía diferencia alguna entre quienes atravesaron una situación de gran sufrimiento y aquellos que no pasaron por la misma situación. Si hasta Jesús se negó a buscar «grandes pecados» en aquellos casos de sufrimiento extremo, con mucha más razón tendríamos nosotros que tener la misma actitud y mentalidad.
Encontramos un ejemplo más, en Juan 9:1: «Al pasar Jesús, vio a un hombre ciego de nacimiento». La actitud y reacción que tuvieron los discípulos, fue exactamente la misma que tienen aquellas personas que enseguida buscan un motivo para causar molestia: «Y le preguntaron sus discípulos, diciendo: Rabí, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que haya nacido ciego?» (v. 2). En otras palabras, ellos dijeron: Señor, es simplemente imposible que este hombre deba soportar así esta enfermedad; él, o por lo menos sus padres, deben haber cometido un gran pecado, ¿no es cierto? Pero, el Señor dio a sus discípulos una respuesta que les tapó la boca, y trasmitió completa tranquilidad al enfermo.
En primer lugar, en Juan 9:3, El les dijo de manera inequívoca: «No es que pecó éste, ni sus padres…». ¡Qué clara afirmación de parte de Jesús! La misma, también puede entenderse como: ¡No les compete a ustedes establecer un vínculo entre esta enfermedad y los eventuales pecados cometidos! Así, en la segunda parte del verso 3, encontramos una respuesta más, la cual es de gran trascendencia en relación a la pregunta, puesto que es un hecho que existen enfermedades en la vida de los creyentes: «… sino para que las obras de Dios se manifiesten en él». En estas palabras de Jesús, encontramos la respuesta correcta para la siempre dolorosa y repetida pregunta, acerca de la existencia de tanto dolor y sufrimiento en la vida de muchos creyentes. Esta respuesta de parte del Señor no se encuentra aislada en el contexto bíblico, sino que nos revela una línea clara de las Sagradas Escrituras en relación a las enfermedades de los creyentes.
Cuando estudiamos el significado y el sentido del sufrimiento en la vida de los hijos de Dios, nos confrontamos con algunas barreras y, a pesar de la mucha reflexión e investigación, nunca llegamos a una respuesta definitiva y satisfactoria. ¿Por qué? Porque somos limitados y terrenales. Dios es absoluta y definitivamente soberano, y nosotros no tenemos el derecho de objetar, o cuestionar, Sus determinaciones. Viene a mi mente el pasaje de Isaías 45:9, donde dice: «¡Hay del que pleitea con su Hacedor! ¡El tiesto con los tiestos de la tierra! ¿Dirá el barro al que lo labra: ¿Qué haces?» Este pasaje bíblico no nos habla literalmente de la enfermedad pero, dentro de la línea de pensamiento que estoy siguiendo, es un texto muy explicativo: Vemos aquí que Dios es totalmente soberano en Su proceder con el ser humano, y jamás, de manera alguna, podemos poner en duda tal soberanía. Tal verdad es recalcada también en el Nuevo Testamento por el apóstol Pablo, cuando él habla sobre la libre elección de la gracia de Dios: «Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? ¿Dirá el vaso de barro al que lo formó: ¿Por qué me has hecho así?» (Rom. 9:20). En definitiva: existen cosas en la vida -incluso en la de un cristiano- para las cuales no encontramos explicación alguna desde nuestra perspectiva humana.
Pero existe una explicación – ¡una explicación de las Sagradas Escrituras! Entre otras, ésta se encuentra en la respuesta -ya mencionada antes- del Señor a sus discípulos, en relación al ciego de nacimiento: «… sino para que las obras de Dios se manifiesten en él» (Juan 9:3). La Biblia enseña claramente que la enfermedad y el sufrimiento en la vida de un creyente, muchas veces, sirven para glorificar al Señor. Recordemos, por ejemplo, a Job. Debido a sus sufrimientos e incesantes angustias, Dios obtuvo una clara victoria sobre Satanás; finalmente, el nombre del Señor fue puesto en alto. O pensemos en la enfermedad de Lázaro, acerca de la cual el mismo Señor dijo: «Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella» (Juan 11:4). También podemos mencionar a Epafrodito, un ayudante de Pablo. Acerca de su enfermedad, el apóstol escribió a los filipenses: «Pues en verdad estuvo enfermo, a punto de morir; pero Dios tuvo misericordia de él… porque por la obra de Cristo estuvo próximo a la muerte» (Fil. 2:27,30). O consideremos al propio apóstol Pablo, quien sufrió con un «aguijón en la carne», a punto tal de rogar en tres oportunidades al Señor que lo librara del mismo. Pero, en lugar de obtener liberación, recibió la respuesta: «… Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad…» Entonces exclamó: «… Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo» (2 Cor. 12:9).
¡Cuánto fue glorificado el Señor por esta actitud de fe de parte de Pablo! Isaías 26:16 nos habla de otra faceta del sufrimiento: «Jehová, en la tribulación te buscaron; derramaron oración cuando los castigaste». Por lo tanto, cuando la prueba de la enfermedad lleva a buscar a Dios y a derramar oraciones delante del Señor de una manera mucho más profunda, entonces el enfermo crece en el conocimiento y en la gracia de Cristo Jesús. Pues 2 Timoteo 3:16 y 17 es una realidad: «Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra». Los resultados son maravillosos: «El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva» (Juan 7:38). ¡Cuántos creyentes que gozan de buena salud ya han sido enormemente bendecidos al visitar a sus hermanos enfermos! Tal vez ni el propio enfermo lo notó, pero el nombre del Señor, o sea, la obra de Su gracia, se volvió nítida y visible, como sucedió con aquel ciego de nacimiento.
Como individuos sanos, tenemos que aprender del Señor. En cuatro oportunidades los Evangelios hablan de que Jesús se «compadeció» (Mateo 9:36, 20:34, Marcos 1:41, Lucas 7:13). En tres de ellas se trataba de enfermos. ¡Vayamos al encuentro de nuestros hermanos enfermos con el espíritu de Cristo, llenos de compasión e impregnados del carácter del Señor! Si así lo hacemos, estaremos actuando como lo dice Pablo en 1 Corintios 12:26: «De manera que si un miembro padece, todos los miembros se duelen con él…» Aprendamos de las hermanas de Lázaro: «Enviaron, pues, las hermanas para decir a Jesús: Señor, he aquí el que amas está enfermo» (Juan 11:3). ¡LLevemos a los enfermos a Jesús!, pero no sólo para que El los toque, sino también para que aquellos que están padeciendo por largo tiempo puedan ver claramente: Esta enfermedad sirve para traer gloria al nombre del Señor; sirve para que el Hijo de Dios sea glorificado. ¡Cuando el creyente enfermo logre comprender esto, entonces estará confiando en el Dios Todopoderoso a pesar de la enfermedad!
4 Comments
desconocia en absoluto sobre la existencia de esta pagina
ingresè porque vi un anuncio sobre una enseñanza de sobre como resolver los problemas emocionales
por el Dr. Jorge Patpatian en Hosanna Vision en panamà
ha sido de gran bendiciòn; deseo saber si los libros se pueden adquirir libremente en Panamà
Estimada Arsenia
Nos alegra que el material que publicamos sea de bendición para su vida.
En Panamá, por ahora puede encontrar nuestras revistas en CLC Panamá.
Gracias por su interés!
En Cristo
Alejandro
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me es muy útil esta enseñanza, me gustaría que me enviaran la revista a mi dirección calle el xxxxxx 8a Región, Chile
desde ya gracias
Estimado Roberto
Gracias por comunicarse con nosotros. La forma que tiene para adquirir nuestra literatura es desde nuestra librería online: http://catalogo.llamadaweb.org
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Alejandro
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