De salafista a cristiano fiel

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IMG_041_salafistabCrecí en una familia musulmana en Egipto. En aquel tiempo yo no sabía que éramos salafistas; pensaba que nuestra situación era la de todos los musulmanes. Para nosotros todo el que no vivía como un salafista no era un musulmán verdadero, nosotros éramos los correctos, y los otros estaban equivocados. Los salafistas son aquellos que practican el Corán y todo lo que Mahoma enseñó con exactitud. Ellos no son musulmanes moderados ni abiertos sino ultraconservadores.

A los seis años comencé a memorizar el Corán. Mi sueño era llegar a ser como los musulmanes mayores y grandes de la familia y hacer una peregrinación a La Meca. Después de terminar mis estudios en 1991, me fui a Arabia Saudita. Hasta entonces no había conocido a ningún cristiano. Mi objetivo era realizar una peregrinación y luego ir a Afganistán para practicar el Yihad. Esto fue poco después de la guerra entre la Unión Soviética y Afganistán. En aquel tiempo muchos musulmanes querían ir a este país, y el peregrinaje era la condición para llegar allí como yihadista.
En Afganistán yo llegaría a ser un mártir o, si sobrevivía, un líder. Sin embargo, Dios cambió mis planes de modo que en lugar de ir a Afganistán, me fui al Líbano. Al principio era solo una visita, pero luego me quedé allí trabajando. Nueve años viví en el Líbano como musulmán que quería cumplir el Corán; pero a pesar de eso, en aquel tiempo cometí todo tipo de pecados y comencé a preguntarme qué era lo que estaba haciendo.

Un cristiano ya me había invitado varias veces a visitar su iglesia, y después de dos meses acepté su invitación. Me imaginé una iglesia ostentosa en un edificio gigantesco. En lugar de eso él me llevó a un lugar pequeño, donde había solo cuatro o cinco personas, y uno hablaba de Jesucristo. El predicador sabía que yo era musulmán, y por eso en su mensaje se concentró en Cristo. Después de terminar la reunión, habló por casi dos horas conmigo sobre Jesús. Lastimosamente no entendí nada; yo estaba cerrado.
Pero lo que me tocó, fue la manera en que todos me saludaron; eso venía del corazón, eso no fue algo exterior. De camino a casa me vino la idea: ¿Por qué esta gente tiene ese gozo y se saludan tan honestamente, y nosotros los musulmanes no tenemos esa tranquilidad ni esa paz?
Yo era guía en la mezquita pero a veces no saludaba a la gente porque no los quería. Pero estos cristianos se amaban y se saludaban afectuosamente. Cuando tenía 17 años mi mejor amigo después de orar en la mezquita mató a su tío. Tuve que meditar en eso y me pregunté: ¿Por qué oramos y matamos, mientras estos cristianos oran y aman? Comprender esto fue un shock para mí: este libro [el Corán] nunca podría ser de Dios.

Una idea se me presentó como una voz clara: ¡Lee la Biblia! Y si bien me habían enseñado que la Biblia estaba falsificada, esa voz interior no me dejó en paz. Por eso le pedí una Biblia al vecino que me había invitado a la iglesia, y ese mismo día él me trajo una y me dio el consejo de comenzar por el evangelio de Juan.
A partir de las primeras palabras Dios comenzó a abrir mi corazón. A pesar de que lo que dice ese evangelio es difícil de entender para un musulmán, cada frase que leía resultaba ser una medicina que me tranquilizaba. La primera noche ya había leído los 21 capítulos del evangelio de Juan. Algo dentro de mí me llevó a seguir leyendo.
Me topé con el Sermón del Monte y al leerlo conocí el poder que podía transformar mi vida. Eso fue un shock positivo para mí. El Sermón del Monte hizo que me enamorara de la persona de Jesús, de su vida y de su enseñanza. Quería que mi vida llegara a ser así, pero yo sabía cuál era el castigo para los musulmanes que aceptan las palabras de los cristianos.
Cuando me convencí de que Jesús es la verdad, se apoderó de mí un gran temor, se desencadenó una fuerte batalla en mi alma. Por tres meses luché con las fobias más diversas. La idea de quitarme la vida me parecía más fácil que hacerme cristiano.

Una de las razones por las que me era tan difícil aceptar a Jesús, era el miedo por mi familia. Para ellos sería una gran vergüenza, si yo me hacía cristiano. Por eso prefería matarme. En aquellos días lloré mucho y una noche clamé a Dios: “¿Quién eres? ¡Háblame! Si tú eres el Dios del islam, dame tranquilidad y paz como musulmán. Si tú eres la verdad en Cristo, obséquiame la fuerza para seguirte a Ti”.

Después de esta oración por primera vez desde hacía mucho tiempo pude dormir profundamente. Esa noche vino sobre mí una profunda paz, y al día siguiente ya no tenía miedo alguno. Me armé de una nueva valentía, y me reconocí como pecador que había traspasado y clavado en la cruz a Jesucristo.
Visité al predicador, él oró conmigo y entregué mi vida a Jesús. Eso fue el 15 de marzo, 2003. Antes de aceptar a Cristo yo fumaba mucho y consumía drogas. Ese día todo quedó atrás. Mi último cigarro lo fumé antes de ir a la casa del predicador; salí de allí siendo una persona nueva.

Después de eso el discipulado se convirtió en un tema importante. Por dos años leía solamente la Biblia, y el 1º de mayo del 2005 fui bautizado. Comencé a servir al Señor entre los musulmanes. Compartía del evangelio en lugares donde había muchos musulmanes, y algunos llegaron a creer en Jesucristo.
Con el tiempo, sin embargo, mi esposa y yo tuvimos que luchar con problemas de administración considerables. Mi esposa estaba registrada como musulmana, pero ella también se había convertido a Cristo. Tuvimos dos hijos a los que no queríamos registrar como musulmanes, y por eso no teníamos permisos de residencia ni certificados de nacimiento para ellos. La vida en el Líbano se volvía imposible, pero Dios nos abrió la puerta a América del Norte por intermedio de la ONU.

Hoy en día nuestro servicio como familia es el evangelismo en las calles. Tenemos el privilegio de dirigir una pequeña iglesia cuyos miembros en su mayoría provienen de trasfondo islámico.
A los hermanos en la fe que leen este testimonio quisiera pedirles lo siguiente: oren por los musulmanes. Concéntrense en hablar con los musulmanes sobre la persona del Señor Jesús; concéntrense en el amor porque éste no puede ser hallado en el Islam; y concéntrense en la Palabra de Dios porque esta es la dinamita que puede transformar los corazones humanos. Yo pude experimentarlo así.

Oren también por mí, por mi esposa y por nuestros dos hijos, que podamos dar más fruto para la gloria de Jesucristo.

1 Comment

  1. Allen Calderón dice:

    La honra y la gloria sea el Rey de Reyes y Señor de Señores por la suya en nuestras vidas, y que el Señor Jesucristo alcance a muchos más en los países musulmanes, verdaderamente este testimonio nos muestra su gracia y su misericordia para con nosotros y a orar por los hermanos en Cristo en oriente medio y el resto del mundo.
    Soy de Costa Rica, centroamerica.
    Dios les bendiga.

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