El que está en contra de Israel, está en contra de Dios

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Dietrich Bonhoeffer, el famoso teólogo alemán y oponente al nacional socialismo de Hitler, lo expresó con estas palabras: “El que no eleva su clamor a favor de los judíos, no puede elevar sus alabanzas a Dios”.

No debemos nunca olvidar que Jesucristo es Dios verdadero y hombre verdadero al mismo tiempo, y como hombre, Él es judío.

Jesús nació como judío, de María, una virgen judía de la línea genealógica de David, Judá, Jacob, Isaac y Abraham (véase su genealogía en Mateo 1:1-16). Jesús también murió como judío —sobre su cabeza en la cruz habían puesto las palabras: “ESTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS” (Mt. 27:37). Él resucitó de los muertos como judío, y después de su resurrección seguía teniendo un cuerpo terrenal, con el cual, sin embargo, podía pasar por las puertas cerradas, como lo hizo cuando les mostró sus heridas a los discípulos y en especial al apóstol Tomás (Juan 20:19-20). Él ascendió al Cielo como judío. Y Estaban, el primer mártir cristiano, tuvo una visión celestial en el momento más difícil de su vida. Allí vio a Jesús como el Hijo del hombre: “Pero Esteban, lleno del Espíritu Santo, puestos los ojos en el cielo, vio la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra de Dios, y dijo: He aquí, veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre que está a la diestra de Dios” (Hch. 7:55-56). Podemos entonces decir que el primer hombre que entró al cielo es judío, pues Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre a la vez.

La expresión “Hijo del hombre” está estrechamente ligada al pueblo judío: fue usada por primera vez por el profeta Daniel, cuando habló del regreso de Jesús. Y es, por lo tanto, lógico que se cite varias veces a Daniel en el Evangelio según Mateo, que nos presenta a Jesús como el Rey de los judíos.

Daniel describe la venida de Jesús en gloria con las siguientes palabras: “Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido” (Dn. 7:13-14). Este pasaje nos muestra que Jesús, que vino al mundo como judío hace 2,000 años, también regresará como judío —vendrá como el gran Hijo de David, que se sentará en el trono de David.

Concluimos de este hecho: el que se opone a los judíos, en realidad está en contra del más grande de todos los judíos, Jesucristo.

Leemos en Salmos 83: “Porque he aquí que rugen tus enemigos, y los que te aborrecen alzan cabeza. Contra tu pueblo han consultado astuta y secretamente…” (vv. 2-3). Es, pues, el odio contra Dios lo que incita, al fin y al cabo, a los hombres contra Israel. El Alá musulmán, que se opone a Israel, no puede ser el mismo que el Dios que se nos revela en Jesucristo, pues el Dios de la Biblia dice de Israel: “Jehová se manifestó a mí hace ya mucho tiempo, diciendo: Con amor eterno te he amado; por tanto, te prolongué mi misericordia. Aún te edificaré, y serás edificada; oh virgen de Israel, todavía serás adornada con tus panderos, y saldrás en alegres danzas” (Jer. 31:3-4).

El Señor llamó a su pueblo Israel la niña de sus ojos, diciendo: “…porque el que os toca, toca a la niña de su ojo” (Zac. 2:8). La niña del ojo es un órgano especialmente sensible: el más mínimo cuerpo extraño la molesta de manera extrema y exige una rápida solución. A Abraham el Señor le dijo: “Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Gn. 12:3). En la historia, esta verdad demostró, de una manera dramática, ser muy cierta. Lo tuvo que comprender el faraón de Egipto; lo experimentaron los amalecitas que llevaban la guerra contra Israel; lo vivió Balaam, que quería maldecir a Israel, pero tuvo que bendecirlo por orden del Dios vivo, a pesar de esto intentó luego seducir a Israel a la apostasía de su Dios; lo experimentó Babilonia, de igual manera que el persa Amán, que fue ahorcado en la horca que había preparado para el judío Mardoqueo (Ester 7:9-10).

Y no menos importante, lo tuvo que sufrir la Alemania nazi, que alzó su mano contra los judíos. Y al final de los días, inmediatamente antes del retorno de Jesús, todo el mundo lo vivirá. Incitado por el diablo y su vasallo, el anticristo, atacará e intentará aniquilar al pueblo judío. El Apocalipsis, último libro de la Biblia, habla de estos futuros sucesos catastróficos en los postreros días.

Es importante que lo tengamos claro: el que se hace enemigo del pueblo de Israel, ya sea con palabras o con hechos, se opone al Dios de Israel.

Cuando el rey asirio Senaquerib quiso conquistar Judá y Jerusalén, comenzó por una campaña verbal contra el pueblo de Dios. El Señor mismo le contestó con estas palabras: “¿A quién has vituperado y blasfemado? ¿y contra quién has alzado la voz, y levantado en alto tus ojos? Contra el Santo de Israel. Por mano de tus mensajeros has vituperado a Jehová, y has dicho (…) He conocido tu situación, tu salida y tu entrada, tu furor contra mí” (2 R. 19:22-23,27). Algo parecido dijo Dios también a través del profeta Ezequiel a Edom: “Y sabrás que yo Jehová he oído todas tus injurias que proferiste contra los montes de Israel, diciendo: Destruidos son, nos han sido dados para que los devoremos. Y os engrandecisteis contra mí con vuestra boca, y multiplicasteis contra mí vuestras palabras. Yo lo oí” (Ez. 35:12-13).

El Nuevo Testamento sigue el mismo principio. Cuando Jesús vuelva, juzgará a las naciones, y el criterio usado en este juicio será, entre otras cosas, cómo se portaron frente al pueblo de Israel: “Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos” (Mt. 25:31-32). “Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños (los judíos), a mí lo hicisteis” (Mt. 25:40). Y en la carta de Judas leemos: “He aquí, vino el Señor con sus santas decenas de millares, para hacer juicio contra todos, y dejar convictos a todos los impíos de todas sus obras impías que han hecho impíamente, y de todas las cosas duras que los pecadores impíos han hablado contra él” (vv. 14-15).

Por otro lado, las personas y los pueblos que bendicen a Israel experimentan la bendición de Dios; así, por ejemplo, están las parteras que desobedecieron la orden del faraón y se resistieron a matar a los bebés israelitas: “Y Dios hizo bien a las parteras; y el pueblo se multiplicó y se fortaleció en gran manera. Y por haber las parteras temido a Dios, él prosperó sus familias” (Éx. 1:20-21). O bien, una prostituta de nombre Rahab fue protegida y salvada junto a toda su familia pagana por haber escondido a los espías israelíes (Josué 6:22-25).

En la época de Jesús, Israel estaba siendo dominado por los romanos, el siervo de un centurión romano estaba muy enfermo y cerca de morir. El centurión mandó a algunos ancianos de los judíos a Jesús para rogarle que sanara a su siervo, y su pedido fue escuchado: “Y ellos vinieron a Jesús y le rogaron con solicitud, diciéndole: Es digno de que le concedas esto; porque ama a nuestra nación; y nos edificó una sinagoga. (…) Y al regresar a casa los que habían sido enviados, hallaron sano al siervo que había estado enfermo” (Lc. 7:4-5,10).

El que ama a Jesús, también amará a su pueblo terrenal, pues el Espíritu Santo, que mora en cada persona que cree en Jesús, es el mismo que ha restaurado físicamente a Israel en nuestros días y lo restaurará espiritualmente en el futuro (Ezequiel 37:9-10,14). Por eso, unámonos a las palabras de David: “Por amor a la casa de Jehová nuestro Dios buscaré tu bien” (Sal. 122:9).

El pastor y productor de televisión neerlandés Willem J.J. Glashouwer escribe:

“Mi interés por Israel se despertó cuando un hermano mayor me dijo un día: ‘Sabes, hay muchos cristianos que aman a los judíos muertos, los judíos del pasado: Moisés, Josué, David, Isaías, Jeremías, Pedro, Pablo, Juan y todos los demás. Luego hay cristianos que aman a los judíos que todavía no nacieron: aquella generación profética de judíos que vivirá en Israel cuando sea el centro de la Tierra, cuando la paz de Jerusalén llenará toda el mundo. Pero ¿quién apoya hoy a los judíos? ¿Quién ama a los judíos del presente con el amor de Jesús? ¿Quién los sostiene en su lucha solitaria contra un mundo hostil? (…) ¿Quién quiere comenzar a estudiar de nuevo la Biblia para comprender mejor la verdadera relación entre Israel y la Iglesia?’”

La Iglesia de Jesús tiene sus raíces en el judaísmo, pues su Salvador surgió de allí. Fue la voluntad soberana de Dios, su plan y su estrategia, crear el judaísmo para darle lugar desde allí al nacimiento de la Iglesia. Si no existiera Israel, tampoco lo haría la Iglesia. Con mucha razón dice el Señor Jesús: “…la salvación viene de los judíos” (Jn. 4:22). Y el apóstol Pablo declara: “…de los cuales, según la carne, vino Cristo” (Ro. 9:5). Por eso, como cristianos debemos estar conscientes de que, si estamos en contra de Israel, estamos atacando nuestras propias raíces.

1 Comment

  1. Rigoberto Alfaro dice:

    ¡¡¡Amén!!! bendito sea ISRAEL para siempre. Que nuestro eterno Dios les guarde y les proteja.

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