La fiebre por el corona
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3 abril, 2020Por Nortert Lieth
La palabra corona proviene del latín corona, un préstamo del griego. Además de su significado literal, es utilizada también para denominar una de las capas solares. Por otro parte, la región más externa de la atmósfera terrestre tiene por nombre geocorona. Pensando en su alcance universal, el nombre corona (más allá de describir un virus específico) parece muy acertado para designar una pandemia.
Innumerables informes, comentarios, discusiones y entrevistas con políticos y especialistas en varias ramas circulan alrededor del coronavirus. Era de esperar que los Gobiernos tomaran muchas precauciones. Sin embargo, casi no se escuchan comentarios respecto a Dios y su Palabra.
Esto me recuerda a la declaración que hizo Jesús en Apocalipsis: “Yo reprendo y corrijo a todos los que amo. Por lo tanto, sé fervoroso y vuélvete a Dios. Mira, yo estoy llamando a la puerta, si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos” (Ap. 3:19-20; dhh).
Gran parte de nuestro mundo se esfuerza por dejar al Señor de la vida y a su Palabra verdadera del otro lado de la puerta: quitarlo de la atención pública, de nuestras escuelas, de las familias e incluso de las iglesias. El hombre no es consciente de que por medio de esta conducta pierde todo consuelo, orientación, seguridad y perspectiva para el futuro.
¿No son acaso los sucesos de estos días un llamado del Señor Jesucristo a la puerta del mundo e incluso a las de nuestros corazones? ¿No querrá que recordemos a Dios y su Palabra? Todas las posibilidades son consideradas, salvo esta. ¿Por qué? ¿Por ser verdadera? C. S. Lewis escribió: “El dolor es el megáfono que Dios utiliza para despertar a un mundo de sordos”.
La Biblia tiene mucho para decirnos, más que cualquier otra fuente. Esta toca cada aspecto de nuestra vida y del mundo, y nos confronta con la verdad. Es por esto que quisiera exponer tres reflexiones bíblicas respecto a esta pandemia global.
Salmos 103:14-16 dice: “Porque él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo. El hombre, como la hierba son sus días; florece como la flor del campo, que pasó el viento por ella, y pereció, y su lugar no la conocerá más”. El mundo se siente conmocionado, atemorizado y con impotencia. El hombre creía tener el control de todas las cosas, pero ahora se da cuenta de que las circunstancias dominan su vida y mueven el piso debajo de sus pies.
Los países cierran sus fronteras. La gente vacía los supermercados. En muchos lugares ya no es posible hallar alcohol en gel. Una vez más vemos la falta de escrúpulos y el egoísmo del hombre. En muchos lugares los productos desinfectantes se venden a precios exorbitantes, e incluso han habido robos de mascarillas en algunos hospitales. Hay gente que busca sacar un provecho económico de la emergencia sanitaria. Hace poco leí una frase muy acertada: “Recién cuando se haya vencido la avaricia del hombre, se vencerán también los demás problemas”.
El miedo es justificado, también las medidas de precaución que las autoridades toman para proteger a la población. Los Gobiernos manejan la situación de manera ejemplar. Estos hacen un gran esfuerzo, y deberíamos hacer que su tarea resulte lo más sencilla posible, para el bien de todos y con el fin de evitar lo peor. Los cristianos tenemos que orar por nuestros gobernantes y por el personal de salud. Pero la histeria que surge en varios lugares expresa además una desesperada búsqueda por ayuda y seguridad. ¡Qué rápido perdemos toda orientación y firmeza! Quedamos absortos, sin saber qué hacer, en un estado de shock, viendo nuestra impotencia. De repente enfrentamos nuestras limitaciones y entendemos que nuestra existencia siempre ha colgado de un hilo, aun sin el coronavirus. Todo esto nos hace ver lo vulnerables y dependientes que somos. Otra vez nos encontramos frente a la cruel realidad de la muerte, una consecuencia de la caída del hombre en pecado.
Jesús lo describe muy bien en una de sus parábolas, donde compara la vida sin un fundamento firme en él con una casa construida sobre la arena: cuando la lluvia, los ríos y los vientos la golpean, sus débiles cimientos hacen que se derrumbe. Por otra parte, el que se aferra a Dios y fundamenta su vida en su Palabra, no es ajeno a la adversidad, pero Jesús lo compara con una casa construida sobre la roca, que al ser golpeada por la lluvia, los ríos y los vientos se mantiene en pie, pues su fundamento está en el Eterno (Mateo 7:24-25).
El hombre se está desligando de Dios, pero su independencia de él da como resultado una falta de orientación y de salida. En consecuencia, pierde la cabeza y se hunde en el miedo y la histeria. Por eso la Biblia aconseja: “Buscad a Jehová y su poder; buscad siempre su rostro” (Sal. 105:4).
Una canción lo expresa así: “Sin Dios nos hundimos en tinieblas, pero con él vamos hacia la luz. Sin Dios, el miedo gana terreno, pero con él nada temeremos”.
La Palabra de Dios dice: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos” (He. 13:8) y “Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso” (Ap. 1:8). Jesús ha sido en todo momento la esperanza y el apoyo de aquellos que creen en él. Él fue la esperanza de ayer, es la esperanza de hoy y será la esperanza del mañana. El mundo no está a merced de la suerte, sino de aquel que siempre ha sido, es y volverá. Él tendrá el control hasta que todo se cumpla.
Lo que Dios permite tiene un propósito: despertarnos y dirigir nuestra atención de nuevo hacia él.
En medio de la inseguridad que nos rodea, vemos cuán confiable y actual es la Palabra de Dios. De ninguna manera es obsoleta. Por ejemplo, la Biblia dice respecto a los acontecimientos futuros que culminarán con el regreso de Jesús (y de los cuales vemos un anticipo en los sucesos actuales): “Y habrá grandes terremotos, y en diferentes lugares hambres y pestilencias; y habrá terror y grandes señales del cielo […] [,] desfalleciendo los hombres por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra; porque las potencias de los cielos serán conmovidas” (Lc. 21:11, 26).
Además, leemos acerca del futuro día del juicio: “Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día. Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra” (Lc. 21:34-35).
¿Qué nos enseña el Señor Jesús en estos versículos? Entre otros acontecimientos, hace mención de los eventos apocalípticos globales, entre los que se encuentran las pestilencias y las pandemias. Los hombres se llenarán de temor ante el porvenir. Tendrán el presentimiento de que les sobrevendrán peores cosas. Se preguntarán: ¿cómo seguirá todo?, ¿cuáles serán las consecuencias económicas?, ¿habrá suficiente alimento?, ¿qué nos deparará el futuro?
Jesús explica que estas cosas vendrán “de repente” y caerán “sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra” –como una corona que rodea todo el planeta–. Todo esto acontecerá de forma súbita, inesperada, antes de que la humanidad se dé cuenta estará atrapada en un lazo.
Además, leemos acerca del futuro día del juicio: “Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día. Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra” (Lc. 21:34-35).
¿Qué nos enseña el Señor Jesús en estos versículos? Entre otros acontecimientos, hace mención de los eventos apocalípticos globales, entre los que se encuentran las pestilencias y las pandemias. Los hombres se llenarán de temor ante el porvenir. Tendrán el presentimiento de que les sobrevendrán peores cosas. Se preguntarán: ¿cómo seguirá todo?, ¿cuáles serán las consecuencias económicas?, ¿habrá suficiente alimento?, ¿qué nos deparará el futuro?
Jesús explica que estas cosas vendrán “de repente” y caerán “sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra” –como una corona que rodea todo el planeta–. Todo esto acontecerá de forma súbita, inesperada, antes de que la humanidad se dé cuenta estará atrapada en un lazo.
El historiador y profesor universitario Niall Ferguson escribió en un artículo muy interesante en el Nuevo Diario de Zürich (Neue Zürcher Zeitung) de Suiza, el 12 de marzo de 2020: “Vino de la nada, no se irá tan pronto y no hay cura contra él: el coronavirus desconcierta a un mundo ya desconcertado. Las consecuencias recién comienzan a perfilarse”.
Hoy está ocurriendo con exactitud lo que Jesús advirtió al exhortarnos: “que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida”. La gente está preocupada por su existencia, se apura a abastecerse, compra en exceso. Las palabras del Señor revelan este estado espiritual. El hombre deja afuera al Dios del cielo y se equivoca al pensar que no hay nada más que la vida terrenal. ¿No serán los acontecimientos actuales una fuerte advertencia de Dios? ¿Se estarán anunciando los jinetes del Apocalipsis?
Niall Ferguson menciona esto en su artículo:
Hoy el mundo tiene que lidiar con los cuatro jinetes apocalípticos: pestes, guerras, hambres y muerte. En primer lugar, por supuesto, tenemos la peste conocida ahora como COVID-19, el nuevo coronavirus. La guerra en Siria no llega a su fin, y en las calles de India se está iniciando una guerra civil. También vendrán hambrunas, si las langostas no dejan de destruir las cosechas en el este de África y sur de Asia. Y en 2020, con toda seguridad, habrá más muertes que en un año regular del siglo XXI.
La Biblia compara las señales del tiempo con los dolores de parto de una mujer encinta. Las contracciones son dolorosas, pero necesarias, además de traer una nueva vida (Mateo 24:8; 1 Tesalonicenses 5:3; Apocalipsis 12:2). Las señales del tiempo no anuncian el fin del mundo, sino que son dolores de parto que traen vida nueva. Por eso nuestro mensaje es ¡Jesús viene otra vez!: “Porque no sujetó a los ángeles el mundo venidero, acerca del cual estamos hablando […]. Pero vemos […] a Jesús, coronado de gloria y de honra” (He. 2:5, 9).
Jesús vendrá otra vez y nos traerá una nueva creación. La Palabra de Dios nos habla de estos acontecimientos futuros, y sus profecías son firmes y confiables (2 Pedro 1:19-21).
Los planes de Dios van mucho más allá de esta tierra. Él tiene en mente la eternidad. No quiere que estemos sin él, sino despertarnos del sueño antes de que culmine el tiempo de gracia. Por eso toca a la puerta, por eso nos sacude. Él se da a conocer. Quiere mostrarnos que sin él, nada podemos hacer. Cada bacilo o virus es un indicador de las consecuencias de la caída del hombre en pecado: “Haznos entender que la vida es corta, para así vivirla con sabiduría” (Sal. 90:12, pdt).
¿Dónde está la solución? ¿Dónde está la salvación? ¿Dónde está la respuesta?
El mundo está perdido y solo existe un medio de salvación, aquel que volverá como Señor y Dios de justicia. Jesús vino para levantar al hombre de su caída. Él es el Salvador: su sangre derramada en la cruz es la cura. Jesús ofrece la salvación al mundo entero, a toda la tierra y a cuantos en ella habiten.
El Señor llevó en la cruz una corona de espinas sobre su cabeza, y por encima de esta un cartel decía –en los idiomas hablados en aquel entonces, para que todo el mundo lo comprendiera–: “JESÚS NAZARENO, REY DE LOS JUDÍOS” (Jn. 19:19; Lc. 23:38).
La corona de espinas se convirtió en una corona de triunfo, pues venció al infierno, a la muerte y al diablo –hoy, para todo el que crea en él y luego, en su regreso, para toda la creación–: “Después vi el cielo abierto y delante de mí había un caballo blanco. Su jinete se llama Fiel y Verdadero porque juzga y combate con justicia. Sus ojos eran como una llama de fuego y tenía muchas coronas en su cabeza” (Ap. 19:11-12, PDT).
Necesitamos más que nunca la poderosa “palabra de la cruz [la cual es] locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios” (1 Co. 1:18).
Jesús resucitó de los muertos y ha de volver. Las señales del tiempo nos llevan a su encuentro y hacia el inicio de una nueva creación sin sufrimiento que hará el Señor. Solo Jesús es la roca sobre la cual se fundamenta la casa de nuestra existencia, solo él es la salida a todos los “coronavirus” que hieren nuestra vida.
No existe tan solo el coronavirus, sino también la “corona-soledad”, la “corona-culpa” que enferma la conciencia, la “corona-desesperación”, la “corona-adicción”, el “corona-dolor”, el “corona-sufrimiento”. Nuestro mundo está enfermo, aun si no existiera este virus.
La Biblia nos presenta a Jesús como el Salvador, aquel que rescata, perdona y liberta. El que cree en él, halla la vida, la vida verdadera. Con Jesús, el alma sana. El que deposita su fe en Jesús, recibe coraje y confianza en todos sus temores. Jesucristo dice: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33).
Como sabemos, los cristianos también sienten miedo, se enferman, sufren desgracias y mueren. Pero saber que Jesús venció a este mundo con todos sus sufrimientos y problemas, nos da una perspectiva eterna. No todo se termina en esta vida.
Existe una gran diferencia entre estas dos experiencias: una es como si te encontraras indefenso en la ladera de una imponente montaña, sin mecanismos de seguridad, con un amenazante desprendimiento de rocas por caerte encima y a punto de caer al vacío. La otra es como encontrarte en la misma ladera, pero asegurado de manera perfecta, de forma que puedes confiar en que te sostendrá aunque caigas y que llegarás con bien hasta la meta. Los cristianos podemos decir confiados: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada?” (Ro. 8:35).
El mundo busca la vacuna contra el coronavirus. Sin embargo, Jesucristo es la medicina contra el pecado y la perdición. En él tenemos el perdón y la salvación eterna. Podemos leer en las Escrituras acerca de la “corona” de Dios: “Detrás y delante me rodeaste, y sobre mí pusiste tu mano” (Salmos 139:5).
Jesús nos da el mejor consejo para enfrentar todas las situaciones en nuestra vida: “No se angustien. Confíen en Dios y confíen también en mí” (Jn. 14:1, nvi). Dios sabe lo que hace, y sus propósitos nos bendicen en gran manera, aunque tengamos que pasar por situaciones dolorosas.
Pese a que nos cueste entenderlo, el Señor Jesús nos muestra a través de los acontecimientos actuales que no nos ha abandonado. Él nos ama, y por eso saca a luz lo que anda mal en nuestras vidas, con el fin de exhortarnos a abandonar toda nuestra indiferencia hacia él. Si alguno le abre la puerta, el Señor entrará y le traerá paz.
¡Hazlo! Ora a Jesús, confiésale todo lo que has hecho en tu vida: todo lo que se ha torcido, todo lo que te pesa y es una carga en tu corazón. Dile tus anhelos y exprésale tu fe. Lee su Palabra, sobre todo el Nuevo Testamento. En la Biblia encontrarás un indescriptible poder que te hará conocer la gracia de Dios, como son indescriptibles también el consuelo y la seguridad que hallarás en ella: “Yo reprendo y corrijo a todos los que amo. Por lo tanto, sé fervoroso y vuélvete a Dios. Mira, yo estoy llamando a la puerta, si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos” (Ap. 3:19-20, dhh).
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1 Comment
muchas gracias por ese mensaje y esas palabras que nos animan a descansar en nuestro salvador el señor Jesucristo. Dios le siga guiando y dando sabiduria e este hermoso ministerio.