Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
9 abril, 2020“¡Tengo sed!”
12 abril, 2020Vivimos en tiempos turbulentos, pero los cristianos tenemos un consuelo: la resurrección, ascensión y segunda venida de nuestro Señor Jesús. Y quien es consolado, puede dar un suspiro de alivio. Una evidencia de esto es la piedra removida del sepulcro vacío del Señor.
En Marcos 16:3-4 leemos: “Pero decían entre sí: ¿Quién nos removerá la piedra de la entrada del sepulcro? Pero cuando miraron, vieron removida la piedra, que era muy grande”.
Una piedra de grandes interrogantes pesaba sobre las mujeres que iban camino al sepulcro. ¿Quién nos podrá ayudar? ¿Quién tiene poder para hacerlo? ¿Dónde está la respuesta? La roca que cargaban era muy grande. Pero cuando levantaron la vista, ya todo se había resuelto –todo había sido consumado–.
Reinhold Ruthe, un psicoterapeuta, dijo: “Los pesimistas son personas sentadas en un cuarto oscuro y solo producen pensamientos negativos”. Dijo además: “Un pesimista es una persona que no disfruta cuando le va bien, pues tiene miedo de que le empiece a ir mal”.
Hay asuntos que caen como piedras pesadas sobre nuestros estómagos u oprimen nuestros corazones. Sí, existe todo tipo de cargas que nos asfixian, como si cargáramos con muchas rocas de gran tamaño: los problemas, las preocupaciones y los pecados nos dominan y se vuelven insuperables. Poner nuestra mirada en el Resucitado y Eterno quita todas nuestras limitaciones y todas las cargas que no somos capaces de llevar. Aunque hay asuntos que debemos cargar, lo hacemos mientras somos cargados por él.
Un matrimonio tenía una niña que a causa de la poliomielitis estaba en silla de ruedas. Un día el padre volvió a su casa con un regalo para su esposa. Él le preguntó a la hija dónde estaba su madre. Ella contestó: “Mamá está arriba, por favor, déjame llevarle el regalo”. El padre le dijo que eso no sería posible a causa de su parálisis. Entonces, la niña le respondió: “Tú me cargas a mí, y yo llevo el paquete”. Emocionado, el padre tomó a la niña en brazos y la llevó escaleras arriba. La hija le entregó el regalo a su madre, y todos estuvieron felices.
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación” (2 Co. 1:3).
Norbert Lieth