Las zapatillas de Satán
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¿No es asombroso cómo usamos la inteligencia dada por Dios para buscar maneras de ignorar su voluntad?
Recuerdo que, hace años, les dijimos a nuestros hijos que no pidieran comida cuando visitábamos las casas de los vecinos. Para nuestra sorpresa, uno de nuestros hijos, al visitar la casa de al lado, le dijo al dueño de la casa: “Mi madre dijo que no puedo pedir comida, pero si me la ofreces, la puedo aceptar…”. Sabía la instrucción e incluso la había memorizado, pero astutamente «la dio vuelta» a nuestra instrucción para obtener lo que quería.
Así, aunque fundamental, no basta con conocer la Palabra de Dios. Los humanos tenemos la asombrosa habilidad para dividir nuestras mentes en «compartimentos», sin que uno afecte el otro.
A lo largo de mi ministerio he conocido a hombres y mujeres que enseñaron la Palabra con extrema habilidad, pero desafortunadamente sus vidas no estuvieron a la altura. El conocimiento era sólo intelectual, no afectaba sus almas.
Uno de los ejemplos más trágicos fue el de un pastor y profesor de teología muy exitoso que después de años en el ministerio fue denunciado por su esposa como adicto a las formas más bajas de pornografía. Cuando se lo confrontó, explicó que lo que vio no era real y, por lo tanto, no era pecado.
Esta dualidad, esta capacidad de separar la verdad de la vida no debería sorprendernos. Jesús denunció a los fariseos de esta distorsión.
En Mateo 23:23-24 leemos: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas, porque diezmáis la menta, el eneldo y el comino, y descuidáis los preceptos más importantes de la ley: la justicia, la misericordia y la fe! ¡Pero deberías hacer estas cosas, sin omitirlas! ¡Guías ciegos! Colar un mosquito, ¡pero tragarse un camello!”
La verdadera espiritualidad incluye la transformación continua. De hecho, la vida cristiana no puede disociarse, no puede separarse de este proceso. En 2 Corintios 3:18, el apóstol Pablo escribe: “Y nosotros todos, mirando a cara descubierta la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en su imagen, como por el Señor, que es el Espíritu”.
El proceso descrito es el de alguien que experimenta una transformación continua hacia la semejanza de Cristo. A medida que crezco en Cristo, cada día muestro más de la gloria del Señor.
Después de haber desempeñado el papel de pastor durante casi treinta años en mi vida, sé de primera mano lo difícil que es para los líderes espirituales desafiar continuamente a los miembros de su iglesia a crecer en Cristo. A menudo encontramos miembros que, por diversas razones, no quieren consagrar algún aspecto de su vida a Cristo.
En lo personal escuché excusas como: “toda mi familia es así”, “así me criaron”, “este es mi perfil psicológico” para justificar no crecer en aspectos claros de la voluntad de Dios.
El problema de los pastores y líderes espirituales es que a veces confundimos “amar” con “estar de acuerdo”. Creemos, de manera distorsionada, que la confrontación es falta de amor. Olvidamos que Jesús, al enfrentarse al joven rico (Mc 10:21-22), lo amó y en base a esto lo interpeló sabiendo que eso lo alejaría. Así, me temo que muchos de nosotros hemos optado por un cristianismo “más ligero”, más liviano e indoloro para no perder adeptos. Una expectativa baja realmente atrae a mucha gente y por el contrario una expectativa alta aleja a muchos.
El escritor John Ortberg, en su libro “La vida que siempre quisiste”, escribe:
«Álvaro no estaba cambiando… Pero aún más preocupante que su falta de cambio era que a nadie le sorprendía . Era como si todos simplemente esperaran que su alma permaneciera seca y amargada año tras año, década tras década… Esperábamos que Álvaro afirmara ciertas creencias religiosas. Esperábamos que asistiera a las celebraciones, leyera la Biblia, apoyara económicamente a la iglesia, orara regularmente y evitara ciertos pecados. Pero… no esperábamos que se pareciera cada vez más a Jesús»
Desgraciadamente, parece que a nuestros miembros les basta no presentar pecados escandalosos y llevar una vida “comportada”. Es importante aclarar que no estoy hablando de perfeccionismo. Somos aceptados y seguimos siendo aceptados por Dios sobre la base única y exclusiva de la obra de Cristo en la cruz.
Pero el evangelio no termina con nuestra salvación. El evangelio continúa con nuestra intimidad con Cristo, con nuestra creciente comprensión de quién es él y, movido por el ministerio del Espíritu Santo, finalmente con nuestra transformación para la gloria de Dios Padre.
Mi oración por ti y por mí es que podamos encontrarnos en este viaje de llegar a ser como Cristo. Que hoy seamos más como nuestro Señor que ayer, y que mañana seamos más como nuestro Señor que hoy, hasta que venga y nos encontremos con él en el aire.
Publicado originalmente en Chamada.com.br
1 Comment
Gracias por el artículo, muy interesante.