La brecha entre posición y condición
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Por Elia Morised
Después de hablar sobre las obras de la carne, como las disputas, la ira o la discordia, el apóstol Pablo presenta el fruto del Espíritu: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gá. 5:22).
Aquí vemos nueve “sabores” diferentes del mismo fruto. Si le damos espacio al Espíritu Santo, este produce un fruto con nueve características distintas.
Como hijos de Dios, necesitamos desarrollarlo por completo, desde el amor hasta el autocontrol: “Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (Gá. 5:25). Pero el sabor que pareciera ser más necesario en nuestros días es la paciencia, y la única fuente para lograrlo es el Espíritu Santo. Si miramos por un momento a nuestro alrededor, vemos la legalización de la prostitución, la difusión de la homosexualidad, las leyes que permiten el aborto, la ruptura del matrimonio y de la familia, el incumplimiento de todas las tradiciones y normas morales. A todo esto se suma el rechazo generalizado hacia el plan de salvación de Dios en nuestra sociedad.
¿Cómo debemos reaccionar, como hijos de Dios, en una situación así? Un pensamiento humano normal que puede surgir ante esto es preguntar: “¿Por qué no interviene Dios?, ¿por qué no extermina de un plumazo a los que pisotean su verdad?”.
Pero esta es la reacción de la carne. Por otro lado, desde una perspectiva cristiana, misericordiosa y bondadosa, viene la respuesta: Dios quiere que todas las personas se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Timoteo 2:4). Dios es paciente con nosotros y no quiere que nadie se pierda (2 Pedro 3:9). Por lo tanto, es necesario que, como seguidores de Jesús, practiquemos la longanimidad diariamente. Debemos tener paciencia con el mundo en el que vivimos y acercarnos al mismo, no con ira, sino con amor.
Porque el fruto del Espíritu es… paciencia.