La quinta carta del cielo

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Por Wim Malgo (1922 – 1992)

Apocalipsis 3:1 – 6

“Escribe al ángel de la iglesia en Sardis: El que tiene los siete espíritus de Dios, y las siete estrellas, dice esto: Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto. Sé vigilante, y afirma las otras cosas que están para morir; porque no he hallado tus obras perfectas delante de Dios. Acuérdate, pues, de lo que has recibido y oído; y guárdalo, y arrepiéntete. Pues si no velas, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti. Pero tienes unas pocas personas en Sardis que no han manchado sus vestiduras; y andarán conmigo en vestiduras blancas, porque son dignas. El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias” . Apocalipsis 3:1-6.

Sardis, una ciudad con un pasado glorioso, fue históricamente la antigua capital del imperio lidio. Sin embargo, en la época romana, es decir, en el tiempo de Juan, se había transformado en una ciudad provinciana sin brillo, a pesar de su prosperidad. Luego, en la era cristiana, volvió a alcanzar cierta fama, a causa del obispo Melitón de Sardis, quien murió en el 170. En la actualidad no queda nada de esta singular ciudad, más que un montón de escombros esparcidos y algunas cabañas en medio que forman el pequeño pueblo turco de Sart. Hace muchas décadas, el naturalista Gotthilf Heinrich Schubert encontró en uno de sus viajes a dos cristianos que aún vivían en estas cabañas, lo que demuestra que, incluso si desaparece la iglesia local, la iglesia de Jesús permanece. Los poderes del infierno no pueden vencerla. El Señor se dirige ahora a la Iglesia de Jesús en esa ciudad. Es algo maravilloso ser parte de la Iglesia de Jesús y miembro de su cuerpo. Esta Iglesia trasciende el tiempo y existe hace más de dos mil años. Es el mismo Señor y Salvador quien le habló en el pasado y le habla hoy.

¿Podemos interpretar como un halago las palabras del Señor a Sardis: “Conozco tus obras”?

El que el Señor lo sepa todo representa un gran consuelo para todos los que ven agotadas sus fuerzas. Él conoce tus esfuerzos y tus logros no reconocidos, todo lo que haces para su gloria entre bastidores. Sin embargo, estas palabras del Señor a Sardis no comunican consuelo y no deben ser tomadas como un halago, sino como una continuación de su autorrevelación.

Jesús se reveló a la iglesia de Tiatira como el Hijo de Dios, “…el que tiene ojos como llamas de fuego, y pies semejantes al bronce bruñido…”. No obstante, aquí se presenta como “…el que tiene los siete espíritus de Dios y las siete estrellas” (v. 1). Los siete espíritus de Dios representan la plenitud del Espíritu Santo, el cual dio a conocer por boca del profeta Isaías, cuando en Isaías 11:2 dice que reposará sobre el Espíritu del Jehová (1.): 2. El espíritu de sabiduría. 3. El espíritu de inteligencia. 4. El espíritu de consejo. 5. El espíritu de poder. 6. El espíritu de conocimiento. 7. El espíritu de temor a Dios. Nuestro Señor Jesús posee los siete espíritus de Dios, porque en Él habita la plenitud de la divinidad de forma corporal (Col. 2:9).

Ya vimos, en el versículo 20 del primer capítulo, quiénes son las siete estrellas: siete ángeles o jefes de las distintas iglesias que representan a la iglesia universal de Jesús. El Señor, que tiene los siete espíritus de Dios, habla a Sardis como la fuente de toda vida, mientras tiene las estrellas, la Iglesia de Jesús, en su mano. Es como si el Señor quisiera decir con los siete espíritus de Dios, con toda la plenitud del Espíritu Santo y con las siete estrellas: “Toda la plenitud de la fuerza renovadora y vital está disponible para la Iglesia”. Es por eso que las palabras “Conozco tus obras” no contienen en este caso un sentido de consuelo o alabanza. Volvamos a leerlo en su contexto: “Escribe al ángel de la iglesia en Sardis: El que tiene los siete espíritus de Dios, y las siete estrellas, dice esto: Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto” (Ap. 3:1).

El Señor habla aquí con una inmediatez sin igual, a diferencia de su mensaje a otras iglesias, por ejemplo, a Pérgamo, donde primero dice: “Pero tengo unas pocas cosas contra ti…” (Ap. 2:14), o a Tiatira (2:20) y a Éfeso (4:2) donde expresa: “tengo contra ti”. En este caso, dice de manera directa: “Tienes el nombre de que vives, y sin embargo estás muerto”. Esto es una evidencia de que el Señor está hablando de las obras muertas, las cuales también vimos en Tiatira. Es probable que la definición más breve de “obras muertas” sea “¡apariencia sin ser!”.

Parece que hay algo, pero no hay nada

La iglesia de Sardis tiene un Salvador histórico, no un Señor actual, de lo contrario sería diferente. Tras un comienzo activo fueron entumeciéndose. Llama la atención que el diablo deje en paz a esta congregación, a diferencia de otras. Este pasaje no menciona a Satanás en absoluto. En Sardis no hay falsa doctrina, ni abrumadores espíritus, ni falsos profetas, ni tampoco sufrimiento o tribulación. ¿Por qué? La respuesta es sencilla: ¡porque la iglesia está muerta!

Entendamos lo siguiente, la iglesia de Sardis está muerta ante los ojos del Señor, pues, en su exterior, aparenta, o tiene nombre, de ser una iglesia viva. Todo parece estar en perfecto orden. El hecho de que esta congregación tenga “nombre de que vive” significa dos cosas: no solo le falta algo, sino que cree tener algo que no tiene, algo esencial: la vida de Dios. La frase del Señor: “Tienes el nombre de que vives” nos muestra que Sardis era una comunidad con buena reputación. Al igual que Esmirna, pero en sentido contrario, la reputación de la iglesia de Sardis era engañosa. El Señor dice de la iglesia de Esmirna que, a pesar de ser considerada pobre, en esencia es rica. Así como su reputación de pobreza es engañosa, pues es rica en su Señor. En Sardis ocurre exactamente lo contrario.

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