La expectativa inminente…
24 febrero, 2017revista mensual
6 abril, 2017Así como el ser humano diariamente necesita alimento físico, del mismo modo el cristiano depende diariamente del alimento espiritual. Una exhortación.
Es normal que cada persona, tenga mucho trabajo o no, cada día se alimente. Nadie se olvida de comer. Si alguien es sano, el estómago le protesta, y hará todo para calmar el hambre. Necesitamos el alimento para crecer y para sobrevivir. A nadie que esté en sus cabales se le ocurrirá dejar de comer, o sea dejar de alimentarse por tener demasiado que hacer. La comida es esencial para jóvenes y ancianos.
La Palabra de Dios es el alimento espiritual para crecer y fortalecerse. En 1 Pedro 2:2, dice: “Desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación”.
La Palabra de Dios contiene todas las vitaminas que necesitamos para crecer en la vida espiritual. Es imposible que un creyente crezca normalmente si no lee la Biblia e ingiere la Palabra de Dios como alimento. En la actualidad tenemos tantos cristianos desnutridos que, si bien cantan mucho y también demuestran gozo hacia afuera, en su interior no están alimentados con la Palabra de Dios.
¿Cuánto lee usted de la Biblia diariamente? ¿Qué tan abundantemente se alimenta con este alimento maravilloso que le aumenta la fe y le da instrucciones para una vida que agrada a Dios? Usted necesita la Biblia para no errar el camino. La Palabra es la verdad, y nos guía en el camino en el que debemos andar. Y porque la Palabra de Dios es tan maravillosa y singular, no podemos dejarla de lado, sino que deberíamos alimentarnos de ella, y meditar en ella día y noche.
A Hudson Taylor, se le preguntó: “¿Cómo puede usted creer firmemente en cada palabra de la Biblia?” Él contestó: “Si usted mañana deseara viajar en tren a otra ciudad, abriría la guía de ferrocarriles y se fijaría cuando sale el tren. Y si allí dice que a las siete de la mañana sale el primero, usted no realizaría ningún tipo de investigación sobre la credibilidad de la guía, sino que en la mañana, un poco antes de las siete, iría a la estación de trenes, y allá encontraría el tren correspondiente. Del mismo modo como usted haría con la guía de trenes, lo he hecho yo desde hace cincuenta años con la Biblia y sus mandamientos y promesas. Y en una larga vida, expuesto a cientos de peligros de muerte, siempre he hallado que esas indicaciones son correctas. En la Biblia dice, por ejemplo: Buscad primero el reino de Dios, y todo lo demás os será añadido. He creído esto, y en todas las situaciones críticas de la vida nunca he sido decepcionado.”
¡Actúe usted del mismo modo, y tendrá las mismas experiencias!
¿Qué podría cambiar si nos alimentáramos más de la Palabra de Dios y tomáramos la Palabra como norma en todas las situaciones de la vida? La Palabra de Dios nos guiaría por caminos de victoria y nos llevaría a una vida ricamente satisfactoria.
A toda costa debemos convertirnos en “personas de la Biblia”. D.L. Moody, afirmó: “O el pecado te aleja de este libro, o este libro te aleja del pecado.” Podríamos decir que la gran mayoría de los cristianos son mentalmente haraganes, y que por eso no consideran que memorizar y estudiar la Palabra de Dios sea importante. El extremo opuesto, son los miles de musulmanes que, después de terminar sus estudios académicos, tienen el Corán entero en la cabeza. A los cristianos, sin embargo, les cuesta memorizar tan solamente un capítulo. Los actores, por ejemplo, deben grabarse muchos miles de frases para ganar reconocimiento humano y riquezas materiales, y nosotros los cristianos apenas nos prestamos a conocer a fondo – o incluso memorizar – la imperecedera Palabra de Dios. Por esta razón, la iglesia de Jesús consiste, en gran parte, de pequeños pensionistas espirituales; muchos de los miembros de la iglesia ya tienen diez o veinte años de creyentes. En algunos casos, este tipo de cristianos, incluso, son nombrados como líderes. Y luego nos asombramos que la iglesia creyente en la Biblia de hoy, esté tan alejada de la realidad espiritual de la iglesia original. Pero, si alguien se anima a atenerse estrictamente al Nuevo Testamento, rápidamente es desestimado como fanático, extremo o perturbador.
Por otro lado, sin embargo, en el mundo entero existen cada vez más cristianos que están cansados de dejarse despachar con migas espirituales, y que tienen el deseo de que su vida sea cambiada a fondo por la Palabra de Dios. No se trata, en definitiva, que nosotros dominemos la Palabra de Dios, sino que la Palabra de Dios nos domine a nosotros. Sólo leer la Biblia no alcanza. Como David, debemos meditar intensamente en la Palabra de Dios. Él pudo decir: “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra. Con todo mi corazón te he buscado; no me dejes desviarme de tus mandamientos” (Sal. 119:9-10).
También deberíamos esforzarnos por estudiar la Biblia tan abierta y objetivamente como sea posible. De ningún modo debemos acercarnos a su estudio con nuestras ideas preconcebidas, queriendo así corroborar nuestro propio punto de vista. Debemos leer las Sagradas Escrituras con humildad, y esforzarnos por vivir en obediencia frente a Dios, confiando en Su ayuda. Un evangelista reconocido, dijo: “Hemos utilizado la Palabra de Dios, la espada del Espíritu, para partirnos las cabezas los unos a los otros, en lugar de unirnos, en el nombre de Jesús, para un ataque general.” Es considerablemente más fácil defender, hasta el fin de la vida, nuestra propia doctrina preferida y nuestros versículos favoritos, que esforzarnos por ahondar más y más en todo el decreto de Dios.
Tenemos que declararnos dispuestos, no solamente a cumplir con los versículos que nos agradan o que son importantes en nuestra opinión, sino en tomar igualmente en serio aquellas afirmaciones que nos son totalmente adversas. No podemos elegir para nosotros solamente aquellas palabras que nos prometen bendición, sino que también debemos aceptar los versículos que hablan de sufrimiento.
¿Por qué ya no tenemos ansias del alimento divino? Cuando los niños están sanos, vienen con un buen apetito a la mesa. Cuando regresan de la escuela y su comida preferida está en la mesa, es normal que prácticamente la devoren. Si comen sin apetito y con caras largas, significa que algo no está bien. O el niño está enfermo, o ha comido golosinas antes de la comida.
El mundo ofrece muchas golosinas que nos quitan el apetito del pan de vida. Ningún ser humano puede vivir solamente de caramelos. Necesitamos alimentos que contengan todas las vitaminas, para formar el cuerpo y para mantenerlo sano. Del mismo modo, también necesitamos toda la Palabra de Dios para crecer espiritualmente y para poder llevar una vida que corresponda a la voluntad de Dios.
Jeremías dice: “Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón; porque tu nombre se invocó sobre mí, oh Jehová Dios de los ejércitos” (Jer. 15:16). ¡Cuánta alegría de su corazón y consuelo se pierde usted, si no se ocupa con la Palabra de Dios! Las personas que leen la Biblia y actúan según sus indicaciones, son felices y siguen su camino con gozo. Cuando Elías estuvo desanimado, recibió la siguiente indicación a través de un ángel: “Levántate y come, porque largo camino tienes por delante.” – ¡Usted necesita la Palabra de Dios! Gracias a ese alimento usted se levantará, la Palabra de Dios le ayudará a volver a levantarse y a andar por el camino que tiene por delante. Si usted no se alimenta con la Palabra, pronto estará nuevamente en el suelo, lamentando su fracaso. Es imposible llevar una verdadera vida de fe, sin leer diariamente la Palabra de Dios y seguir sus indicaciones.
La Palabra de Dios nos prepara para ser personas de Dios, completamente equipados para toda buena obra. ¿Por qué será que a menudo somos tan incapaces en el trabajo para el Señor? Porque ya no estamos determinados por la Palabra. Un cristiano sin la Palabra es como un automóvil sin conductor.
Si usted no comprende la Palabra de Dios, quizás sea, como lo narra Wilhelm Busch en una historia, por lo siguiente:
“Un trencito traqueteaba en la noche, entrando en las montañas. En medio de mucho gentío, me encontraba sentado al lado de mi madre, considerando si decirle lo que me oprimía. Ella me había ido a buscar a Tübingen, donde estudiaba teología. Y ahora íbamos juntos hacia nuestra casa.
Finalmente me animé. ‘Sabes, mamá, ya casi no me gusta leer la Biblia. Encuentro en ella tantas cosas duras y difíciles de entender. Hay tantas contradicciones y cosas incomprensibles. Todo eso convierte a ese libro en algo bastante insoportable.’
Mi madre se rió con ganas: ‘El problema es que lees mal la Biblia.’
Un tanto ofendido, me sobresalté, tanto que una persona al lado mío, sorprendida, dejó caer el diario. ‘¿Y cómo debo leerla entonces? La leo en el texto original hebreo y griego. Leo comentarios. Escucho conferencias académicas.‘
Mi madre me puso la mano en el brazo para calmarme: ‘Te voy a dar un ejemplo. ¿Te acuerdas cuando, durante la guerra, estuviste casi dos años de continuo en el campo de batalla, sin que te dieran licencia? En aquel tiempo yo te escribía con regularidad de los acontecimientos en casa. Y entonces, un día llegó una carta tuya que no he olvidado. Decías: Escucho en sus cartas de cupones alimenticios, de hacer filas. No entiendo todo eso. ¿Habrá cambiado todo allá? Y entonces escribiste una frase que me ha conmovido mucho: ¡Cuánto y cuánto tiempo me he alejado de ustedes, que ya no puedo comprender las cartas de la patria!’
Asentí con la cabeza. ‘Sí, sí, me acuerdo. Pero, ¿qué tiene que ver eso con la Biblia?’
‘Mira’, continuó mi madre. ‘En aquel tiempo, no dijiste: Las cartas de mi madre son insoportables para mí, como persona moderna. Tampoco dijiste: En las cartas de mi madre encuentro contradicciones y cosas absurdas. Simplemente dijiste: ¡Cuánto y cuánto tiempo me he alejado de casa, que ya no puedo comprender las cartas de la patria!’
Empecé a comprender. Con atención escuché a mi madre. ‘La Biblia también es una carta, hijo. Es una carta del Dios viviente desde la patria eterna – escrita para ti. Si ya no puedes comprender esa carta, no debes buscar la culpa en la carta. Está en ti mismo. Debes decir: ¡Cuánto me he alejado de mi Padre celestial, que ya no puedo comprender su carta! Ahora me voy a sumergir mucho más en ella, y voy a pedir que el Espíritu Santo me enseñe, y yo aprenda a comprender la carta que viene de casa.’”
Este diálogo con la madre le mostró al joven el camino hacia la comprensión de la Biblia. Por favor, no permita que nada lo aleje de la vida tan bendecida que tiene como fundamento la lectura y la obediencia a la Palabra de Dios. “Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien” (Jos. 1:8). Todo depende de si usted se alimenta con la Palabra y de si tiene trato con el Señor.
Ernst Kraft