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Autor: Wim Malgo

Los pensamientos de Dios son muy diferentes a los humanos. Dios conoce nuestros pensamientos, y sabe que podemos pecar con ellos. La Biblia nos extiende una invitación a examinarnos, confrontar nuestros pensamientos con los de Dios y dejarlos a los pies de la cruz para renovar nuestra mente.


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PE3024 – Estudio Bíblico
Pensamientos divinos y humanos (1ª parte)



Hola, queridos amigos. Quisiera comenzar el estudio de hoy leyendo Isaías 55:8-9: “Porque mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes, ni sus caminos son mis caminos, declara el Señor. Porque como los cielos son más altos que la tierra, así mis caminos son más altos que sus caminos, y mis pensamientos más que sus pensamientos”.

Este pasaje nos hace pensar en la enorme diferencia que hay entre los pensamientos de Dios y los pensamientos humanos.

Ahora, en cuanto a los pensamientos humanos, quisiera considerar dos cosas.

En primer lugar, David afirma en el salmo 139, versículo 2: “Desde lejos comprendes mis pensamientos”. Aquí vemos que el Señor conoce los motivos más profundos de nuestras acciones, que tienen su origen en nuestros pensamientos.

Otro pasaje que ilustra en qué medida Dios conoce y comprende nuestros pensamientos es el de Lucas 9:47. Allí los discípulos se entregaron a pensamientos orgullosos, y dice la Escritura que “Jesús conocía lo que ellos pensaban”. Hermana mía, hermano mío, no podemos ocultar nada de los ojos de nuestro Señor, ni siquiera nuestros pensamientos más secretos.

En segundo lugar, el Señor pone el pecado en los hechos y el pecado en pensamientos en el mismo nivel. Mateo 5:28 dice: “Todo el que mire a una mujer para codiciarla ya cometió adulterio con ella en su corazón”. Me parece interesante pensar en cómo se aplican a nuestros pensamientos las palabras de Apocalipsis 14:7: “La hora de su juicio ha llegado”. ¿Y por qué serán juzgados nuestros pensamientos? Porque los pensamientos se forman en la mente, en el cerebro, pero salen en realidad de lo que hay guardado en nuestro corazón. Y cuando nuestro corazón está alejado del Señor, desde lo profundo salen pensamientos pecaminosos. Santiago lo ilustra de esta manera en su carta: “Que nadie diga cuando es tentado: «Soy tentado por Dios». Porque Dios no puede ser tentado por el mal y Él mismo no tienta a nadie. Sino que cada uno es tentado cuando es llevado y seducido por su propia pasión. Después, cuando la pasión ha concebido, da a luz el pecado; y cuando el pecado es consumado, engendra la muerte”.

Vemos entonces que el corazón es el asiento de los malos pensamientos, y por eso Dios lo pone a prueba. En 1 Crónicas 29:17 leemos: “Dios mío, yo sé que tú escudriñas los corazones, y que la rectitud te agrada”.

¿Qué clase de pensamientos malos hay en el corazón del hombre? En Mateo 15:19-20 el Señor Jesús dice: “Porque del corazón provienen malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios y calumnias. Estas cosas son las que contaminan al hombre”. Aquí tenemos pensamientos de pecado e impureza.

Pero hay más. En Lucas 9:46 leemos acerca de los pensamientos de orgullo: “En cierta ocasión, los discípulos comenzaron a discutir acerca de quién de ellos era el más importante”. El orgullo es la raíz de todo pecado. Lo vemos muy claramente cuando leemos sobre el primer pensamiento de Satanás en Isaías 14:13: “Pero tú dijiste en tu corazón: Subiré al cielo, por encima de las estrellas de Dios levantaré mi trono, y me sentaré en el monte de la asamblea, en el extremo norte”. Es por eso que encontramos el orgullo, manifestado de mil maneras diferentes, en cada corazón humano que no ha nacido de nuevo. Y los pecados del pensamiento son muchas veces difíciles de detectar, justamente porque adoptan diversas formas, y se camuflan en una mirada, una actitud, en el tono de las palabras… Van desde la mayor arrogancia hasta la falsa humildad, que en realidad también es arrogancia. Se expresan en la susceptibilidad excesiva, la prepotencia, e incluso el impulso de querer contarle constantemente a la gente todas las cosas que el Señor ha hecho a través de nosotros. Todas estas cosas nacen de los pensamientos, y son reprobables y arrogantes.

Luego, tenemos un tercer tipo de pensamientos. Estos son los pensamientos de incredulidad. En Lucas 24:38, el Señor Jesús resucitado les dice a sus discípulos: “¿Por qué se asustan? ¿Por qué dan cabida a esos pensamientos en su corazón?”. Aunque los discípulos estaban viendo al Señor resucitado ante ellos, no estaban creyendo en la resurrección. Sus pensamientos solo producían incredulidad. Así es también en nuestras vidas. Muchas veces nuestros pensamientos albergan el germen mortal de la incredulidad, y nos impiden abrazar a nuestro Señor resucitado. Quiero preguntarle a todo el que trabaja para el reino de Dios y se siente cansado, ¿haces tu trabajo sin fe? Isaías 49, versículo 4 dice: “En vano he trabajado, en vanidad y en nada he gastado mis fuerzas; pero mi derecho está en el Señor, y mi recompensa con mi Dios”. ¡Cuán susceptibles somos a estos pensamientos de incredulidad!

Como vimos, cuando los discípulos, con sus mentes incrédulas, vieron a Cristo resucitado, sus pensamientos humanos quedaron atrapados por la incredulidad. En el versículo 37 dice que “ellos, aterrorizados y asustados, pensaron que veían un espíritu”. Aquí tenemos la raíz de la tristeza y el abatimiento, incluso de los pensamientos suicidas a veces.

Y en este contexto quiero señalar también la tragedia del creyente cuyos pensamientos son territorio privado donde el Señor no tiene entrada. En cuanto a esto, oigo al Señor lamentarse por medio de Isaías: “Extendí mis manos todo el día hacia un pueblo rebelde, que anda por el camino que no es bueno, en pos de sus pensamientos”. Queridos amigos, ¡esta palabra me ha sacudido! Esto nos puede pasar a cada uno de nosotros, que en nuestros pensamientos estemos pasando por alto al Señor. Incluso podemos estar pensando piadosamente, actuando piadosamente, sin ver las manos extendidas del Señor que quieren mostrarnos lo que hay en nuestro interior. Porque si caminamos según nuestros propios pensamientos, en la práctica no solo pensaremos pecaminosamente, sino que también actuaremos pecaminosamente. No solo pensaremos con arrogancia, sino que seremos arrogantes. No solo pensaremos con incredulidad , sino que también nos comportaremos con incredulidad en la vida cotidiana.

Por eso quiero hacerles hoy esta pregunta: ¿Cómo podemos limpiar y renovar nuestros pensamientos? La respuesta puede resultarnos difícil: nuestros pensamientos deben ser juzgados. Nuestros pensamientos tienen que ser confrontados con los pensamientos de Dios. ¿Y dónde encontramos los pensamientos de Dios? En su Palabra. Amiga, amigo, te animo a que te dejes confrontar hoy con la Palabra, que dice de sí misma que ese es más cortante que cualquier espada de dos filos, y penetra hasta dividir. Es jueza del alma y del espíritu, y de los pensamientos y las intenciones del corazón.

¿Dónde se cerrará el profundo abismo entre mis pensamientos equivocados y sus pensamientos sublimes? Solo en el Calvario. Mis pensamientos me dicen: tú vales mucho, y puedes y debes hacerte valer ante el mundo. Pero los pensamientos de Dios acerca de mí son completamente distintos. Los conozco a través de lo que Jesús hizo en la cruz. Allí me dice: tú no podías y no querías hacer nada bueno, pero yo sí quiero. Por eso – y esto es lo más importante -, la cruz del Calvario es el punto de partida para conocer los pensamientos de Dios.

El hombre natural no quiere aceptar los pensamientos de Dios, se rebela contra ellos. Por eso el Señor dice: “Mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes”. El hombre natural dice “no” a la cruz, porque al ver al crucificado, ve cómo piensa Dios y cómo piensa Dios de él. Por eso te pregunto hoy: ¿quieres hacer estas dos cosas? Por un lado, ¿postrarte ante el Señor y dejar que la Palabra penetre en lo más profundo de tus pensamientos? Y por otro lado, ¿mirar a Jesús, al Cordero de Dios, a la cruz? Solo así reconocerás los pensamientos de Dios acerca de ti. Solo así puedes esconderte y estar seguro en la muerte de Jesús. Y también es de esta manera que puede comenzar algo nuevo. 2 Timoteo 2:11 nos dice que “si morimos con Él, también viviremos con Él”. Y si nuestros pensamientos mueren con Él, también podrán vivir en nuestra mente los pensamientos del Señor, para que tengamos la mente de Cristo.

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