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Autor: Wim Malgo

Para quienes quieren permanecer en él Señor, existe una maravillosa perspectiva. De eso trata este programa que finaliza la serie de cuatro capítulos. Hasta ahora hemos escuchado que necesitamos permanecer para llevar fruto, también qué se entiende por permanecer, los síntomas de no permanecer y para cerrar veremos las consecuencias de permanecer en Jesús.


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PE3020 – Estudio Bíblico
Permanecer en Jesús (4ª parte)



El Señor Jesús nos abre en el Evangelio de Juan, capítulo 15, una maravillosa y gloriosa perspectiva para todo aquel que quiere permanecer en Él. Pues allí dice, en los versículos 7-8:

“Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho. En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos”.

 La primera consecuencia, de permanecer en Jesús, la encontramos en el versículo 7:  “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho”.

Aquí el Señor nos da una promesa sin límites: “Pidan todo lo que quieran”. ¡Cuánto campo todavía en barbecho! ¡Cuántas bendiciones no disfrutadas todavía!

¿Quieres que tus familiares sean salvos? ¿Anhelas un avivamiento en tu iglesia? ¿Buscas ser cada vez más como Jesús? ¿Quieres ser liberado de todo lo que te impide seguirle?

¡Por supuesto que sí! Como creyente, deseas todas estas bendiciones. Y el Señor te las quiere dar, éstas y aún más, si permaneces en Él y oras. Es notable que no nos dice: “pidan todo lo que quiere Dios”, sino: “pidan todo lo que quieren ustedes”.

Pues si permaneces en Él, Su voluntad es tu voluntad, las dos voluntades se identifican y se unen, y entonces el mismo Espíritu de Dios ora a través de ti.

Anhelas poder ver respuestas a tus oraciones, ¿verdad? Entonces ¡permanece en Jesús! En este contexto quisiera señalar también las consecuencias que hay en un hijo de Dios que no cuida su vida espiritual y no permanece en Jesús.

Pues no solo se convierte en un sarmiento seco, no solo se tendrá que alejar de él avergonzado, cuando el Señor Jesús venga, sino que a través de su actitud, en lugar de guiar a otros a Cristo, deja que se pierdan eternamente, porque no hay oración eficaz en su vida.

Es una verdad estremecedora. Mi hermano, mi hermana, tu oración tendrá autoridad y será eficaz en la medida en que permanezcas en Jesús.

Y con esto llegamos a la segunda consecuencia que el Señor promete a los que permanecen en Él: “En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos”.

Aquí el Señor nos habla del fruto que deberíamos llevar en nuestras vidas; más exactamente: de mucho fruto.

Recuerden el versículo 2, donde también nos hablaba de la necesidad de ser limpiados para llevar más fruto. Cuánto más cerca vives de Jesús, más hermoso y abundante será el fruto que un día podrás depositar ante Sus pies. 

Pero Él dice aquí aún algo más: “…que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos”.

Hay muchos creyentes, pero no todos son discípulos. Un discípulo de Jesús es alguien que permanece en Él, que está a plena disposición de su Señor; a través de quien Él se puede revelar. ¿Eres tú un discípulo de Jesús?

Aquí estamos ante la tercera consecuencia que produce el permanecer en Jesús en nuestras vidas. El Señor la nombra en el versículo 9: “Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor”.

Esto es lo que necesita tu entorno: ver el amor de Dios a través de ti. Si permaneces en Él, Su amor obrará a través de ti en otros.

Existen dos tipos de amor: el humano y el divino.

El amor humano es frágil y funciona solo cuando es respondido. Fácilmente se convierte en odio; de ahí los muchos divorcios.

Sin embargo, un hijo de Dios tiene un gran privilegio, pues Romanos 5:5 dice que el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos fue dado.

¿Cómo es el amor divino?

Es un amor capaz de amar también al enemigo, de provocarlo al amor. Es paciente y amable. Es un amor que no envidia, que no hace nada indebido, que no se jacta. Este amor nunca acabará.

Lo que el mundo necesita, no son muchas palabras piadosas, sino el amor de Jesús puesto en práctica.

Quizás me dices: “Yo quiero tener este amor, estoy orando que Dios me dé más amor”. Mi hermano, mi hermana, esta oración es en vano. Aunque ores por esto toda tu vida, Dios no contestará. Pues el Señor no te dará lo que ya te dio cuando naciste de nuevo.

¡En aquel momento, el amor de Dios fue derramado en tu corazón! Es un hecho consumado. Lo que debes hacer es permanecer en Jesús. Entonces, cuando de repente estás frente a la persona que habló mal de ti, que cometió una tremenda injusticia contra ti, que te causó mucho dolor y por la cual sientes amargura en tu corazón, ocurrirá algo muy especial:

Si en este momento de prueba permaneces en Jesús, de pronto te sentirás capaz de bendecir a la persona.

Recibirás la fuerza para practicar lo que Jesús dijo: “…bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen”.

No le cuentes a Dios en tus oraciones todo lo malo del otro. Permanece simplemente en Jesús, así permanecerás en el amor de Dios, que bendice al otro. Adopta hoy esta actitud frente a tu esposa quisquillosa, o a tu esposo impaciente; acércate hoy a tus hijos en el amor de Jesús, permaneciendo en Él.

Concluyendo el tema: hay aún más promesas del Señor para los que permanecen en Él: “Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido” (Jn. 15:11).

El Señor Jesús habla aquí de dos tipos de gozo: el gozo puramente humano y el gozo que es de Dios. Nuestro gozo es muy cambiante y depende de las circunstancias en las cuales nos encontramos. Si el tiempo es lindo, si te sientes fuerte y sano, si te va bien económicamente, estás alegre. Pero si se levanta un viento contrario en cualquiera de estas áreas, de repente te deprimes.

¡Pobre creyente, el que se deja condicionar por su propio gozo, por su estado anímico! Un momento está en el cielo, para luego caer en un abismo de tristeza; sube y baja, como una barca en las olas del mar.

Pero si permaneces en Jesús, ocurre algo maravilloso: también Su gozo permanecerá en ti, pues Él mismo está en ti. La Biblia nos dice que el gozo del Señor es nuestra fortaleza. Y porque Él es incambiable, también Su gozo es incambiable.

Todo cambia, la gente, la política, el valor del dinero, los tiempos; tú mismo cambias; sin embargo, Jesucristo es el mismo, hoy, ayer y por la eternidad.

¡Dichoso el creyente que ha aprendido a permanecer en Él! Pues tiene en su corazón una fuente de gozo eterno, que durará para siempre. Si permanecemos en Cristo, incluso habrá gozo en nosotros en las dificultades y contratiempos, porque nuestro gozo ya no dependerá de las circunstancias, sino de Él, el Eterno e Inmutable.

Pero aquí, en mi imaginación, te escucho decir: “Está todo bien, todo lindo, y realmente me gustaría permanecer en Jesús, pero me parece que no fui hecho para llevar tal vida maravillosa. Pues soy un caso especial”.

Déjame decirte una cosa: el Señor Jesús ya ha previsto para estos casos especiales y hace callar tus reparos cuando dice en el versículo 16: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que en todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé”.

¡Qué maravillosas palabras! Nos muestran que nada viene de ti. Tú no puedes producir este gozo, el amor, el fruto, pero sí, puedes permanecer en Jesús.

Y si éste es tu deseo, el Señor te viene al encuentro para ayudarte e incluso te ofrece Su amistad, pues dice en el versículo 14:

“Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando”.

¿Qué te manda hoy?

¡Permanece en mí!

“Pero ¡no puedo!”, me contestas. Si no puedes, estás en la mejor condición para hacerlo. Pues permanecer en Jesús es dejarse caer en Sus fuertes brazos.

Recuerdo como si hubiera sido ayer el día en que una de mis pequeñas hijas se enfermó. Era una niña fuerte, llena de energía. Si la quería tomar en mis brazos, no se quedaba mucho rato, sino que luchaba por bajar y seguir corriendo. Esto cambió cuando se enfermó y tuve que llevarla en brazos. Ella se quedaba allí, tranquila, descansando en mis brazos.

¿Por qué? Porque estaba débil. Si eres débil, Él puede manifestar Su fuerza. Lo que tú no puedes hacer, Él sí lo puede. Entrégate a Él con toda tu impotencia, déjate caer en los fuertes brazos de Jesús. Él te dice: “Permanece en mí, y yo en ti”.

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