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Hora 8:42. Pensativa, Franciska W. de 19 años que está haciendo una pasantía, está frente a la ventana del piso 86 de la Torre norte. Su mirada vaga por encima del río Hudson hacia la Estatua de la Libertad. El portentoso monumento, cubierto con bronce, lanza destellos hacia la oficina y emite rayos de esperanza y libertad hacia el mundo civilizado. Los destellos alcanzan a la soñadora Franciska en las alturas de Nueva York. Ella sonríe. En su tierra natal, un cantante era conocido por la popular estrofa “Sobre las nubes, la libertad debe ser sin límites”. “Él tiene razón”, piensa ella. Esta altura indescriptible, y encima en Estados Unidos, era maravillosamente “cool”. Qué diferente es todo comparado al pequeño pueblo de gente sencilla de su Alemania natal. Franciska se encuentra en el cumplimiento de sus sueños. Había logrado una pasantía por un año en el World Trade Center, al haber obtenido las mejores calificaciones. Después ya vería lo que haría. Otra vez sus ojos se dirigen al centelleante monumento. De repente observa a la izquierda, sobre el Río Hudson, otro objeto que refleja los rayos del sol. Velozmente se acerca.  Rápidamente se da cuenta que el objeto que se acerca es un avión. “Está aterrizando”, piensa ella. Un poco más a la izquierda reconoce el amplio terreno del aeropuerto de La Guardia. Allí aterrizan, como grandes pájaros, los aviones comerciales de todos los rincones del mundo. Pero en el mismo momento, sin querer sostiene el aliento… La aeronave hace una curva cerrada y toma curso a Manhattan, no, a las Torres Gemelas, baja todavía un poco más, enfila hacia la Torre norte. Franciska ve la muerte volando a su encuentro, se lanza al suelo. Ya no escucha la explosión…