Nueve ventanas en la Biblia (1ª parte)
29 diciembre, 2024Nueve ventanas en la Biblia (3ª parte)
5 enero, 2025Autor: Wim Malgo
Seguimos con otras tres ventanas que aparecen en la Biblia: las ventanas de los cielos, la ventana de la oración de Daniel y la ventana de la vida. Vemos cómo la entrega del creyente trae bendición de Dios, la oración ferviente trae victoria espiritual, y la vejez no es amenaza para el creyente que ama a Cristo y espera la vida eterna.
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PE3071 – Nueve ventanas en la Biblia (2ª parte)
Nueve ventanas de la Biblia (Parte II)
¡Hola a todos! La última vez que nos encontramos, comenzamos una serie hablando de nueve ventanas de la Biblia, y reflexionamos sobre las dos primeras: la ventana de Rahab y la ventana de nuestro corazón.
Hoy quisiera invitarte a pensar en algunas más.
Entonces, en tercer lugar, quisiera leer sobre las ventanas de los cielos.
Dice Malaquías 3:10, según la Nueva Biblia de las Américas: «Traigan todo el diezmo al alfolí, para que haya alimento en Mi casa; y pónganme ahora a prueba en esto», dice el Señor de los ejércitos, «si no les abro las ventanas de los cielos, y derramo para ustedes bendición hasta que sobreabunde».
Cuando las ventanas de los cielos se abren sobre una persona, significa una rica bendición. Y aquí la bendición viene como resultado del pago del diezmo. Algunas personas preguntan: Como creyentes del Nuevo Testamento, ya no estamos bajo la ley. ¿Todavía tenemos que diezmar? Y yo les digo: No, no, no tienes que hacerlo. Diezmar es el mínimo del Antiguo Testamento. También puede seguir las pautas del Nuevo Testamento, como se describe en Hechos 2:44 y 45, por ejemplo: «Todos los que habían creído estaban juntos y tenían todas las cosas en común; vendían todas sus propiedades y sus bienes y los compartían con todos, según la necesidad de cada uno».
El verdadero creyente del Nuevo Testamento está tan desprendido de las cosas terrenales que da con alegría. Cualquiera que pregunte con tono quejumbroso: «¿Tengo que diezmar?» nunca entendió el secreto de la bendición.
No se trata solo del diezmo, sino que va más allá. El Señor habla aquí de «todo el diezmo». La Nueva Versión Internacional dice: «Traigan íntegro el diezmo a la tesorería del Templo…». En otras palabras: no estén divididos de corazón. El diezmo en sí es algo externo, pero también tiene que ver con nuestro interior. Dios dice con su exigencia: sean míos por completo, tráiganme todo, estén completamente entregados y dedicados a mí. ¿Y entonces? Entonces podremos confiar plenamente en Dios y contar con su bendición. A menudo pensamos que el Señor nos pone a prueba, pero en realidad muchas veces es el Señor quien nos invita a ponerle a prueba a Él. Quien ya no le niega nada al Señor, puede poner a prueba su fidelidad. Él mismo lo dijo: ««… pónganme ahora a prueba en esto», dice el Señor de los ejércitos, «si no les abro las ventanas de los cielos, y derramo para ustedes bendición hasta que sobreabunde».
Las ventanas de los cielos están estrechamente relacionadas con la ventana del corazón, de la que hablamos la última vez. Quien abra de par en par la ventana de su corazón al Señor, quien le entregue todo el dominio de su vida, quien lo ponga todo sobre el altar, incluso en las cosas materiales, experimentará que el Señor abre las ventanas de los cielos y que le acompaña una bendición constante y desbordante. ¡Qué ciego está el creyente que no reconoce esto! Incluso los incrédulos se dan cuenta de quiénes son los bienaventurados del Señor. En Génesis, Abimelec, un príncipe pagano, le dice a Isaac: «Podemos ver claramente que el Señor está contigo». Isaac estaba bajo una ventana celestial abierta porque lo había entregado todo al Señor, incluso a sí mismo.
Todo esto me hace pensar en un cuarta ventana en la que quisiera pensar: la ventana de la oración de Daniel. Leemos en Daniel, capítulo 6, versículo 10: «Cuando Daniel supo que había sido firmado el documento, entró en su casa (en su aposento superior tenía ventanas abiertas en dirección a Jerusalén), y como solía hacerlo antes, continuó arrodillándose tres veces al día, orando y dando gracias delante de su Dios».
Aprendemos mucho de esta ventana de la oración. Es una ventana que Daniel mantiene abierta tres veces al día sin importarle todas las amenazas del enemigo. Y encontramos en eso una gran lección: quienes mantienen constantemente abierta su ventana de la oración y permanecen fielmente ante el Señor en oración, invocándole con persistencia, sin duda se verán gravemente amenazados por el enemigo y, sin embargo, serán intocables, porque la oración les da la victoria.
Esta ventana de la oración que encontramos abierta de par en par en Daniel 6 nos enseña que la oración persistente nunca conduce a nuestra destrucción, sino al contrario, a la derrota del enemigo. ¡Cuánto amenazaba el enemigo a Daniel! Parecía que esta amenaza se hacía realidad cuando Daniel acabó en el foso de los leones. Pero al final, todos sus enemigos fueron destruidos, derrotados, eliminados y descalificados.
Querido hijo o hija de Dios, si te sientes con miedo o amenazado en la batalla espiritual: mantén persistentemente abierta tu ventana de la oración, como hizo Daniel: en dirección a Jerusalén, es decir, en dirección al cielo. Espera con fervor la venida de Jesús. Tengo una pequeña placa de madera aquí en mi cuarto de oración que tiene grabadas las siguientes palabras: «Quienes oran no tienen nada que temer». En verdad, todo el infierno es impotente contra una persona que mantiene abierta su ventana de la oración.
Pero quisiera ahora pensar contigo en una quinta ventana: la de la vida. Eclesiastés 12:1-3 habla de morir y envejecer. Y recibimos la siguiente exhortación: «Acuérdate, pues, de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y se acerquen los años en que digas: «No tengo en ellos placer». Antes que se oscurezcan el sol y la luz, la luna y las estrellas, y las nubes vuelvan tras la lluvia; el día cuando tiemblen los guardas de la casa y los fuertes se encorven, las que muelen estén ociosas porque son pocas, y se nublen los que miran por las ventanas».
Presta atención a las palabras clave: oscuridad, nubes, temblar, encorvarse, nublarse. También los versículos 4 y 5 dan una descripción poética de las penurias de la vejez. Y en ese contexto, leemos sobre ventanas que se han nublado.
¿Comienza a nublarse ya la ventana de tu vida? ¿Parece que anochece? ¿Tiemblas, se te dobla la espalda, menguan tus fuerzas? ¿Te invade la desesperanza? ¡Pobre de ti si eres anciano y no estás cimentado en Jesucristo! Pero si tienes a Jesús, tu ventana se ilumina cada vez más, ves llegar la eterna juventud, te rejuveneces por dentro aunque tu cuerpo envejezca. Porque está escrito: «Por tanto no desfallecemos, antes bien, aunque nuestro hombre exterior va decayendo, sin embargo nuestro hombre interior se renueva de día en día».
Eclesiastés 12:6-7 describe la muerte con estas palabras: «Acuérdate de Él antes que se rompa el hilo de plata, se quiebre el cuenco de oro, se rompa el cántaro junto a la fuente, y se haga pedazos la rueda junto al pozo; entonces el polvo volverá a la tierra como lo que era, y el espíritu volverá a Dios que lo dio».
¡Dichoso el que tiene a Jesús! Puede alegrarse con la verdad de 1 Corintios: «Devorada ha sido la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde, oh sepulcro, tu aguijón?». Permítanme que les diga esto con mucha seriedad: profesar la religión cristiana no basta para morir en paz, solo Jesucristo mismo. Muchas personas que todavía tienen una ventana limpia y brillante de la vida, todavía tienen perspectivas de futuro y todavía tienen muchos planes, no se dan cuenta de cómo están dejando de lado a Jesús a pesar de su cristianismo. Bienaventurado el que ya ha muerto al mundo aquí en la tierra, el que puede decir: «Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por la fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí». Para una persona así, la muerte corporal ha perdido su horror, porque el creyente sabe que morir será para él un regreso a casa. Tiene un edificio con Dios, no hecho con manos, un hogar eterno en el cielo.
En palabras de Eclesiastés, cuando la rueda se haga pedazos, cuando el cuerpo tiemble, cuando empieces a hablar en voz baja y apagada, cuando el cuenco de oro se rompa, es entonces cuando llegarás a alcanzar con plenitud la vida eterna. Porque así dice el Señor: «Si alguien guarda Mi palabra, no verá jamás la muerte».
¿Qué ves por tu ventana de vida? ¿Está dirigida hacia Jesús?
Amén.